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Desde Francia

¿'Frexit' amarillo?

¿'Frexit' amarillo?

Al cerrar el año, el paso inexorable del tiempo, amén de las nostálgicas celebraciones navideñas, parecen invitar a una personal toma de conciencia, abriendo un cierto -o incierto- periodo de reflexión. En mi caso, en vísperas de la Nochevieja, no necesito de mucha memoria para la reflexión. Me basta con echar una ojeada al pasado inmediato. Al escaso mes y medio que ha teñido de amarillo al país y que nos ha mantenido enchufados a la radio, televisión e internet, también a la calle -los sábados en particular- especialmente en París.

Los campos Elíseos en versión Beirut de los 80. La avenida más glamurosa del mundo convertida en un escenario apocalíptico, donde una lluvia de adoquines caía sobre la inquietante niebla artificial de los gases lacrimógenos. Una niebla espesa que viraba hacia tonos psicodélicos por arte de la iluminación navideña y de las llamas de los coches incendiados.

Violencia gratuita protagonizada por unos supuestamente pacíficos ciudadanos en nombre del pueblo. Un pueblo, 300.000 personas contabilizadas en toda Francia el día de la máxima movilización, que reclamaba la dimisión de Macron, pasando página sobre el hecho de que el aún presidente resultó elegido democráticamente por más de 20 millones de electores hace tan solo año y medio. Un pueblo, apenas tres mil manifestantes la semana pasada, con el que resulta difícil identificarse, demasiadas banderas, demasiada Marsellesa y símbolos patrióticos como para confundir al espectador.

El peligro real está en la cara oculta del movimiento (en sus múltiples lecturas: el mundo rural contra el urbano, el pueblo contra las elites, y otros disfraces/interpretaciones), independientemente del precio del combustible (en la raíz de las reivindicaciones) o de la dificultad de llegar al fin de mes, caída del poder adquisitivo (temas que podrían/deberían resolverse con la simple negociación). Pero no, lo que gravita detrás de la cólera, va más allá de una simple protesta popular. La revuelta es todo menos inocente y espontánea, nacida al calor artificial de las redes (infelices manipulados en un mundo virtual, donde las fake news circulan a velocidades supersónicas sobre el terreno abonado de la incultura) y aspira no solo a derrocar al gobierno, saltándose las reglas de la democracia (invocando referéndums de iniciativas populares) sino también, en última instancia, a la destrucción de Europa.

Mientras Merkel, en fin de ciclo, se despedía de los suyos en Alemania, Macron se preparaba para tomar el relevo, representando el último bastión ante el avance de los anti-europeístas. El sueño de una Europa reformada y fuerte para resistir a los embates de Trump, Putin, y a la inexorable invasión, económica, de China, se desmorona. El canto del cisne para la UE.

La revuelta de los chalecos ha operado como una quinta columna, enquistada en el interior del país. La famosa 'fractura social' de la que ya hablaba Chirac hace unas décadas se ha manifestado ahora con fuerza, al calor/amparo de unos braseros alimentados por la extrema derecha, Le Pen en su salsa, y la extrema izquierda, Mélenchon, el insumiso, llamando a la revolución (y también por la irresponsabilidad del resto de la clase política, la derechona desnortada de Wauquiez, y los socialistas a la deriva, patético Hollande, por no hablar de Ségolène). Macron no es ningún angelito, pero hasta ahora se estaba limitando a aplicar el programa por el que fue elegido (y solo por eso es algo ya excepcional). Pero su victoria nunca fue digerida por los dos grandes perdedores antes citados. Gente que se pasa por el forro los principios democráticos.

Sinceramente, de seguir en esta dirección creo que el quinquenio presidencial queda visto para sentencia. Por muchas concesiones, algunas realmente justas, que haga el gobierno, Francia se apunta a la corriente europea de los países ingobernables. Con la amenaza del 'Frexit' asomando en un horizonte no muy lejano. Ojalá me equivoque. ¡Feliz año nuevo y perdón por las molestias!

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