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Oblicuidad

Ahora miro a Hockney de otra manera

Ahora miro a Hockney de otra manera

Estoy dispuesto a contribuir económicamente a que David Hockney quede por encima de Jeff Koons en cualquier categoría. Incluso en el precio, según acaba de ocurrir cuando el Retrato de un artista del primero casi dobla con sus 80 millones el Perro globo (naranja) del segundo, para renovar el escalafón del precio más alto jamás pagado por un artista vivo. Es decir, por un pintor que podría dedicarse a repetir en serie y abaratar la obra tan apreciada.

El camp de Hockney frente al kitsch de Koons. No necesito recomendaciones ni razonamientos para idolatrar al apacible sordo británico, que pintó sus obras más características en California y ahora se refugia en Normandía. Por fuerza ha de complacer a quienes estimamos las revoluciones placenteras. Su estallido pecuniario era inevitable, en cuanto el planeta fuera lo suficientemente sombrío para apreciar su ejemplar manejo de la luz.

A falta de comprarme un hockney, he leído sus obras completas y me ha fascinado su teoría sobre la cámera obscura como esencia de la fidelidad pictórica. Sucede en el liderato global a sus compatriotas Bacon y Freud, suerte que la humedad inglesa impedía la sequedad de una pintura en condiciones. En la próxima candidatura a la ruleta mercantil, nadie debería menospreciar a Frank Auerbach, ajeno a la hipérbole pero más articulado que sus compañeros de generación.

Hockney tenía un precio, que también altera radicalmente nuestra valoración. Al enterarme de su precio inédito para un artista vivo, he reinterpretado su pintura. Se modifican su paleta y su pileta, dado que el subtítulo esclarecedor del cuadro multimillonario es Piscina con dos figuras. Sus cuatro metros cuadrados han costado lo mismo que cuatrocientos pisos de cien metros cuadrados. De ahí que los admiradores del pintor no sintamos de repente extranjeros en su obra, a la defensiva. Un intruso ha distorsionado nuestra pasión a cámara lenta.

De repente, advierto simbolismos enriquecedores en los que no había reparado, como el cuarteamiento de las aguas de la piscina, un efecto similar a los frescos de Siena que Hockney había analizado. O la compartimentación radical entre el enladrillado humano y un paisaje en retroceso con aromas de Da Vinci. O la difuminación del cuerpo del bañista que le había robado a su amante. No solo veo más cosas, sino que necesito ver más cosas, para ponerme a la altura del precio. La simplicidad abarata la percepción, ahora miro al admirable Hockney de otra manera. No ha vencido las reticencias por su calidad, sino a fuerza de dólares. Es un clásico.

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