—¿Qué tal, doña Theresa?
—Muy estresada, la verdad.
—Claro. Eso de no tener asegurado ni siquiera los votos de su partido tiene que ser duro...
—Ojalá la democracia británica fuera como la española...
—Huy, qué bonito oírla decir eso...
—En España los diputados se deben a su partido, como debe ser, y no a sus votantes, que son cada uno de su padre y de su madre.
—Algunos son laboristas y otros conservadores, ¿no?
—Eso te orienta lo mismo, o menos, que si sabes si son del Chelsea o del Liverpool.
—¿Gibraltar español?
—Si nos lo cambian por Mallorca, vale.
—Tendrían que aprender mallorquín
—Un británico es incapaz genéticamente de aprender idioma alguno, salvo rarísimas excepciones. Estamos acostumbrados a los acentos extraños, y un mallorquín hablando inglés es para partirse.
—Hábleme de sus compatriotas que fingían enfermedades para estafar a los hoteleros de Mallorca...
—¡Ay! Compensar una diarrea es tan difícil. Y más si se manifiesta en Gran Bretaña, con nuestros cuartos de baño forrados de moqueta. No se lo puede imaginar. Ni quiera.
—¿Finalmente se van ustedes de la Unión Europea o no?
—Ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Ser británico es complejo. Somos como un gallego elevado al cubo.
—¿Por qué se quieren ir?
—La crisis hizo que la gente lo pasara mal y un británico siempre tiene que buscar un culpable que no sea británico, y para eso teníamos a la Unión Europea. Para que luego digan que ustedes no servían de nada.
—Pero se quedarán aislados...
—El que se quedará aislado será el continente.
—Si usted lo dice...
—Además, he hablado con Trump y es muy posible que nos convirtamos en el estado 51 de Estados Unidos. Naturalmente, habrá que cambiar el orden para que seamos el estado número 1, por supuesto.
—Jean-Claude Juncker no les da muchas opciones.
—Jean-Claude debería hacer como Churchill y la llorada reina madre y darle más a la ginebra. Pensaría más inglés.
