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Oblicuidad

Singapur es el mensaje de la cumbre del siglo

Singapur es el mensaje de la cumbre del siglo

Singapur equivale a Ginebra en el hemisferio sur, salvo que ambas urbes se hallan en el hemisferio norte. En la anomalía asiática, el confucionismo se fusiona con el calvinismo en lugar de desafiarlo abiertamente, la ruta escogida por China con notable éxito. La ciudad-Estado ha integrado su pasado colonial y su naturaleza en un despliegue kitsch, como incidentes domesticados en el seno de un urbanismo radical.

El mensaje de la cumbre del siglo entre Trump y Kim Jong-Un es Singapur, por encima del desarme nuclear. La elección no podía ser más acertada, empezando por el desplazamiento del foco de la actualidad a miles de kilómetros de Occidente. Aunque el monarca estadounidense tuvo que alterar su rutina desde la austera Casa Blanca a su residencia palaciega de Mar-a-Lago y vuelta, el sacrificio compensaba a cambio del golpe letal asestado al etnocentrismo.

Singapur es un mundo aparte, precisamente porque encarna la sublimación de las cuadrículas urbanas tradicionales. En cuanto aterrizas en el aeropuerto de Chongi, la perfección ambiental supera incluso los estándares del lujo convencional. No aspira a impresionar por su formato disparatado, como el grotesco recinto aeroportuario de Abu Dhabi o sus gemelos del Golfo. Vende la materialización de la exactitud. Constituye un excelente adiestramiento, para la ciudad que adquirió notoriedad porque ordenaba azotar a quienes arrojaban el chicle usado al pavimento.

Visitar Singapur solo sirve de indicio a la aventura de una larga residencia, pero ya impregna al viajero de la atmósfera de una novela distópica de Ballard, maestro inigualable del género. Por debajo de tanto control debe suceder algo terrible. Hasta el mestizaje queda relegado a un segundo plano, frente a la coherencia asfixiante de una urbe donde no cortan el césped, lo regulan.

Aunque no destacan por el peso que conceden a la documentación, Trump y Kim Jong-Un debieron suspirar por presidir un país que se apellida democrático aunque economiza hasta el punto de disponer de una sola formación legalizada, Acción Popular. De hecho, Gore Vidal defendía que el gobierno de Estados Unidos se halla también en manos de un partido único con dos corrientes.

Singapur es un paraíso disciplinado y artificial, a falta de calcular las hectáreas de realidad que consume. Allí, Trump y el ruidoso intermediario de China pueden calibrar que un leve cambio climático supera en capacidad catastrófica a una bomba atómica.

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