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Viajes

El refugio de Monet en Giverny

El frondoso jardín que Monet creó y cuidó en su gran casa en Giverny. carmen cespedosa

Cualquier recorrido para seguir las huellas de Claude Monet en Normandía, comienza por donde debería acabar, el lugar donde pasó más de la mitad de su vida y donde murió el 5 de diciembre de 1926. Se trata, claro, de Giverny, un pequeño pueblo a orillas del Sena con apenas 500 habitantes, de la casa donde vivió y, sobre todo, del bello jardín que creó y cuidó y que fue inspiración para algunas de sus mejores pinturas, aunque ninguna de ellas está aquí. El jardín ha abierto sus puertas hace pocos días y las mantendrá hasta el 1 de noviembre. 500.000 personas lo visitarán, como todos los años.

En 1883, Claude Monet se instaló en Giverny con su mujer, Alice Hoschedé, y sus ochos hijos. Alquiló una gran casa con un vergel y un huerto, en la que iba a poder dedicarse a sus dos pasiones: la pintura y la botánica. Cuando Monet se instaló aquí, delante de su casa sólo existía un modesto huerto que transformó rápidamente en un deslumbrante jardín de estilo francés, conocido como el ´clos Normand´. Durante 43 años, excepto algunos viajes por Francia y por el extranjero, no salió de su guarida, sacando de su maravilloso jardín -continuamente en flor desde el principio de la primavera hasta el final del otoño- la materia esencial de su obra.

Monet se movía por obsesiones y por tratar de plasmar en sus cuadros todas las facetas de los paisajes y lugares que le atraían. Ahí están sus series sobre los acantilados de Étretat y su famoso arco la Porte s´Aval, a los que dedicó una treintena de pinturas desde distintos ángulos y luces, o la serie de Los Almiares, montones de trigo próximos a su casa, a los que dedicó veinte pinturas, o Los Álamos a orillas del Epte, donde llegó a pagar a un comerciante de madera para que retrasara el talado de los árboles para poder seguir pintándolos. También su serie sobre Londres y su Parlamento o, tal vez la más popular de todas, las vistas de la catedral de Ruan que retrató hasta 28 veces. La explicación de las series que daba Monet es simple: "El motivo es para mí del todo secundario; lo que quiero representar es lo que existe entre el motivo y yo."

Inventor del impresionismo

Pero sin duda la serie más completa y conocida del pintor es la que realizó en Giverny, donde logró el sueño de todo artista: crear un edén con la única intención de pintarlo, de inmortalizar en el lienzo el paso del tiempo, los efectos de la luz a cada hora del día y sus reflejos en el agua. Claude Monet lo consiguió. En 1883 alquiló una casa en Giverny, que acabó adquiriendo en 1890. Tres años después compró el terreno anexo a la vivienda para crear su propio paraíso particular: un idílico jardín de 15 hectáreas plagado de un centenar de especies de flores y árboles exóticos, con un puente japonés -amaba el arte oriental- y un estanque de nenúfares. "Mi más bella obra maestra es mi jardín", decía. En realidad, es la obra de arte total. Monet se pasó los últimos cuarenta años de su vida retratando ese estanque acuático obsesivamente, en particular su lago de nenúfares, sin cielo ni horizonte, en todo tipo de formatos: cuadrados, redondos... hasta llegar a los frisos panorámicos que hoy cuelgan en las dos salas de L´Orangerie en París, que André Masson consideraba la Capilla Sixtina del impresionismo.

Una buena definición para quien es considerado el "inventor" del impresionismo. En efecto, el término impresionismo deriva del título de su obra "Impresión, sol naciente" que hizo en 1872, y que como muchas de las de sus colegas Renoir o Degas fueron ninguneadas por la crítica tradicional y el público.

En las quince hectáreas del jardín de Giverny no hay un solo gladiolo sembrado al azar. Monet plantaba para pintar, ordenando los espacios cual óleos en su paleta. Sentía debilidad por los lirios que flanquean la arcada enramada del paseo central, por las glicinas que caen sobre el puente japonés en cascada, por el bosque de bambúes y el sauce... Y por los nenúfares del estanque.

Dos jardines bien distintos

Los jardines de Monet están divididos en dos partes, un jardín de flores delante de la casa, que se llama Le Clos Normand, y un jardín de agua de inspiración japonesa del otro lado de la carretera. Este Clos Normand de cerca de una hectárea, Monet lo transformó en un jardín rico en perspectivas, en simetrías y en colores. El terreno se distribuye en parterres donde los macizos de flores de diferentes alturas crean los volúmenes. Los árboles frutales o de decoración dominan los rosales trepadores, los tallos esbeltos de las malvarrosas y las masas coloreadas de las plantas anuales. Monet mezcla las flores mas humildes (margaritas y amapolas) con las variedades más rebuscadas. Siempre a la búsqueda de variedades raras, lo que provoca quejas de sus vecinos, hizo traer a fuerza de copiosos gastos, bulbos o jóvenes planteles. "Todo mi dinero se va detrás de mi jardín", confiesa. Pero también: "Estoy maravillado".

El jardín de agua lleno de curvas, se inspira en los jardines japoneses que Monet conoce por las estampas de las que es un fervoroso coleccionista. Se encuentra en este jardín de agua el famoso puente japonés, que llegó a pintar 45 veces, cubierto por las glicinias, otros puentes más pequeños, sauces llorones, un bosquecillo de bambúes y sobre todo los famosos nenúfares que florecen durante todo el verano. El estanque y la vegetación que lo rodea forman un mundo cerrado, independiente de los campos aledaños. La espectacularidad del jardín deja en segundo término la casa en la que vivió y que después del Mont Saint-Michel es el sitio más visitado de Normandía.

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