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Historia

Despuig y Ladaria, en la cúspide de la Iglesia católica

El cardenal Despuig, en las postrimerías del siglo XVIII e inicios del XIX, fue el colaborador más cercano del papa Pío VII. Luis Ladaria lo es hoy del papa Francisco

El mallorquín Antonio Despuig Dameto también llegó a escalar hasta la cúspide de las estructuras de poder de la Iglesia católica. lorenzo

Luis Francisco Ladaria, jesuita, es el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el antiguo Santo Oficio de la Inquisición), uno de los discasterios (ministerios) esenciales de la Curia vaticana. El arzobispo mallorquín, de facto número tres en la jerarquía de la Iglesia católica tras el papa y el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, será creado cardenal en el consistorio que Francisco celebrará el próximo 29 de junio. El pontífice, también jesuita, deposita en Ladaria la máxima confianza, es el clérigo que en la actualidad acumula mayor poder de decisión en la estructura de la Iglesia romana, es el consejero más cercano al papa, para algunos incluso está por encima del secretario de Estado, al que se le da el rango oficioso de “primer ministro” del Estado del Vaticano.

Viajando en sentido contrario al de la inmutable flecha del tiempo, a los inicios del siglo XIX, nos topamos con que otro mallorquín, un aristócrata, Antonio Despuig Dameto, quien también llegó a escalar hasta la cúspide de las estructuras de poder de la Iglesia católica. Era una época convulsa, diferente a la actual, también incierta, en la que las olas de la Revolución francesa zarandeaban con fuerza el viejo orden del poder absoluto de las monarquías y el papado. En aquella Europa, el cardenal Despuig se alzó como el más íntimo consejero del papa Chiaramonti, Pío VII, al que Napoleón llevó al exilio, en el que le acompañó Despuig, y lo humilló coronándose emperador en su presencia. Despuig desplegó una frenética actividad diplomática en la dislocada Europa que mutaba velozmente entre los siglos XVIII y XIX.

Antonio Despuig Dameto y Luis Francisco Ladaria Ferrer son los dos mallorquines que dejó el primero y está dejando el segundo huella en la Iglesia católica. Ha habido algunos otros que alcanzaron el capelo cardenalicio, pero son los dos citados los que, sin duda, han obtenido la vitola de ser influyentes, decisivos, en el devenir de la Iglesia católica, la que se autodenomina Iglesia universal.

De alta cuna

¿Quién fue Antonio Despuig, uno de los hijos del conde de Montenegro y de Montoro, un grande e España? Su cuna, indudablemente, le posibilitó llegar a la vera del papado, pero queda constatado que sin su inteligencia y ambición poco comunes no lo hubiera logrado. Su biografía es apasionante, no tan solo porque no se separa del papa, su amigo, cuando Pío VII cae en manos de Napoleón Bonaparte, sino porque sacó tiempo de donde no lo tenía para involucrarse en las excavaciones de Pompeya, la ciudad romana sepultada por la erupción del Vesubio en el año 79. En su finca de Raixa, dejó réplicas de sus hallazgos. Las actividades diplomáticas desplegadas por el cardenal Despuig, siempre al servicio de la Santa Sede, dan pie para una buena novela histórica o para un sólido guión cinematográfico. Pío VII lo creó cardenal en agradecimiento a su decisiva intervención en el cónclave veneciano que lo eligió papa en 1800. Con el cardenal la familia Despuig llegó a su máximo explendor y capacidad de influencia, tanto en Mallorca como en España.

Tras cursar estudios de Humanidades con los Jesuitas (siempre en primer plano) en el colegio de Montesión, quiso hacerse militar, pero la muerte de su tío, arzobispo de Tarragona, forzó un cambio de planes al verse forzado por su familia a abrazar la carrera eclesiástica, salida natural para los hijos no primogénitos de las familias nobles. Obtuvo varios doctorados por la universidad Luliana de Palma siendo rápidamente nombrado canónigo y presbítero para, en 1777, alcanzar la dignidad de caballero de la Orden de San Juan. Su carrera estaba lanzada siendo el final lógico la de la obtención del capelo cardenalicio. La vertiente intelectual de Antonio Despuig se plasmó en el hecho de ingresar en la Sociedad Económica de Amigos del País, institución creada por el rey Carlos III, el monarca ilustrado, que trató de modernizar las anquilosadas estructuras de los reinos de las Españas.

En 1782 viaja a Roma entrando en contacto con el poder del papado, el del papa-rey, que todavía perdurará hasta que en 1870 Garibaldi unifique Italia y acabe con los Estados Pontificios en tiempos del papa Pío IX. Regresará a España para ocupar las diócesis arzobispales de Valencia y Sevilla, antes de que, concluyendo el siglo, en 1779, se le designe arzobispo de Antioquía, dignidad que lleva aparejada la residencia en Roma. Llega el cónclave de 1800 y el nuevo papa, el citado Pío VII, lo crea cardenal en 1803. Despuig ha llegado a la cima. Es el gran consejero del pontífice, ya puede desplegar sus capacidades, y lo hace a conciencia. Obtiene acceso directo a los aposentos del nuevo papa, que ha sido elegido en Venecia al estar Roma ocupada por los ejércitos de Napoleón. Los franceses detienen a Despuig en Roma conocedores de la ascendencia que ha adquirido sobre Pío VII trasladándolo a París. En 1813, resentida su salud, se le autoriza a volver a Italia instalándose en Lucca, donde fallece a los 68 años.

Dos siglos después

El cardenal Despuig deja un legado cultural y político muy notable. Tendrán que transcurrir más de dos siglos hasta que otro eclesiástico nacido en Mallorca obtenga una situación tan prepondenrante como la lograda por Antonio Despuig Dameto. Ese otro es el jesuita Luis Francisco Ladaria, un clérigo que, según el jefe de los jesuitas malloquines Norberto Alcover, “está en todas partes y parece que no está en ninguna”. Ladaria nació en los duros años de la posguerra española. Otro sacerdote, que fue compañero suyo en la universidd Complutense de Madrid en la década de los 60, cuando cursaban Derecho, lo define como “serio, reservado y estudioso”. Todavía Ladaria no había decidido hacerse jesuita, pero según Alfredo Miralles, expárroco de San Sebastián, que cobró protagonismo al enfrentarse físicamente al canónigo Joan Darder, estuvo siempre al margen de los movimientos estudiantiles de la época en contra de la dictadura franquista. “Se dedicaba a estudiar”, afirma. Ladaria prologó años después el libro Introducción básica al cristianismo escrito por Miralles, quien asegura que los alumnos de Derecho en Roma solicitaban a Ladaria que fuera su director de tesis.

Alcover precisa sobre el prerfecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe que “es un hombre bueno, que ha desarrollado al máximo sus cualidades desde la dimensión teológica al servicio de la Iglesia”, añadiendo tajante que “es un creyente”, un hombre “básicamente ecuánime”. El jefe de los jesuitas mallorquines resalta que han sido tres papas, el polaco Wojtyla, el alemán Ratzinger y ahora el argentino Bergoglio, quienes le han otorgado su confianza, los que “han acogido sus cualidades convirtiéndolo en un hombre fundamental”. A lo dicho, añade que “Ladaria preside comisiones fundamentales: la pontificia Ecclesia Dei, la Teológica Internacional y la pontifica Comisión Bíblica.

Su relación con Mallorca parece circunscribirse a las vacaciones de verano, que transcurren junto a su familia en Manacor, dado su carácter reservado, aunque, según Alcover, “en la distancia corta gana muchísimo”. También suele reunirse con sus amigos de colegio, entre ellos el ingeniero de Caminos Gabriel Le-Senne, alto cargo del Gobierno balear de Gabriel Cañellas.

Se queda corto Norberto Alcover cuando resalta las comisiones que Ladaria preside, hasta dónde llega su poder en la Curia romana, porque el que será cardenal, con derecho a elegir papa en el próximo cónclave, cuando Francisco le imponga el birrete rojo con el boato con el que acostumbran a revestirse las ceremonias vaticanas el 29 de junio, en su día fue elegido por el papa para presidir la comisión encargada de revisar el papel de la mujer en la Iglesia. Parece evidente que el cardenal arzobispo Ladaria es en el Vaticano un hombre clave, fundamental, al que hay que tener muy en cuenta cuando se escudriñan las simepre alambicadas estrategias de la jefatura de la Iglesia católica, pese a que Francisco intente dar una imagen de transparencia de la que hasta su elección se ha carecido.

Acceso al Papa

Y es que Ladaria despacha habitualmente con el Papa Francisco. Se cuenta que, al igual que el cardenal Despuig con Pío VII, dispone de acceso directo a Francisco, probablemenyte el pontífice más cercano de la moderna historia de la Iglesia; tal vez solo Angelo Roncalli, Juan XXIII, canonizado por Francisco, según algunos vaticanistas para contrarrestar la del ultraconservador Juan Pablo II. Quienes conocen a Ladaria afirman que no sorprende que entre ambos jesuitas, el papa argentino y el arzobispo mallorquín, se haya establecido una sólida corriente de confianza. Norberto Alcover enfatiza que Ladaria “es absolutamente fiel al papa”, lo que no sucedía con el anterior prefecto del discaterio que preside el jesuita. El cardenal Muller, otro ultraconservador y sumamente reaccionario, cercano al Opus Dei, al que Francisco heredó de Ratzinger, no disimulaba la contratriedad que le causaban las iniciativas del papa, con lo que a éste, pese a su paciencia, no le quedó más remedio que despedirlo, lo que se sustanció, como siempre sucede en los palacios vaticanos, con una aparente dimisión.

Ladaria ingresó en la Compañía de Jesús a los 24 años, en 1966, después de haberse licenciado en Derecho. No es de extrañar que se defina a su personalidad como “muy jurídica”, lo que le conduce a objetivar la realidad, analizarla, valorarla y optar por lo más conveniente, definición de Norberto Alcover. Con posterioridad a su licenciatura en Derecho hizo otro tanto en Filosofía y Teología en las universidades de Comillas (Santander) y Frankfurt, siendo ordenado sacerdote en 1973, el mismo año en el que ETA asesinó al almirante Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno de la dictadura del general Franco. También es Alcover quien lo encuadra como “centrista, suavemente conservador, dialogante, inteligente y fiel”. Fue Benedicto XVI, quien con casi 90 años vive retirado y en precario estado de salud, el que lo nombró secretario del antiguo Santo Oficio de la Inquisicón, hasta que, despachado el cardenal Muller, accedió a la presidencia del discaterio, lo que lleva aparejado ser el citado número tres de la jerarquía vaticana.

Lo cierto es que después de más de dos siglos, Mallorca contará con otro “príncipe de la Iglesia católica”, pues esa es la condición que adquieren los cardenales; no será uno cualquiera, sino, de largo, el que más influencia tendrá entre los purpurados españoles. No hay constancia de que ningún otro purpurado español desde los tiempos del cardenal secretario de Estado Rafael Merrey del Val con Pío X, al que el emperador de Austria Francisco José impidió ser papa, en los inicios del siglo XX, esté situado tan alto como Luis Francisco Ladaria en el organigrama del Vaticano. El 29 de junio, al vestirse de rojo, el jesuita de Manacor, que rehuye la ostentación a toda costa, deberá someterse a la que establece el protocolo para las ceremonias en las que se imponen los capelos a los que el papa ha querido distinguir, haciéndolos, si tienen menos de 80 años, electores de su sucesor.

Antoni Cerdá, una leyenda medieval

Albert Cassanyes, licenciado en Historia Medieval por la universidad de Lleida, acaba de leer su tesis doctoral sobre el cardenal Antoni Cerdá, un mallorquín al que el Papa Pío II, Eneas Silvio Picolomini, el único pontífice que ha dejado constancia escrita del cónclave en el que, a mediados del siglo XV, fue elegido en Así fui Papa, dijo de él que era “el príncipe de los teólogos”. Sobre Cerdá hay muchas incógnitas: se sabe que su familia era de Santa Margarita, pero se desconoce si Cerdá nació allí en 1390. Cassanyes destaca que desempeñó un papel cultural “ciertamente importante” en el seno de la Iglesia. También fue un traductor de obras clásicas y reunió una colección de códices y manuscritos, a los que mandó iluminar (dibujar) según los cánones de la época, que hoy probablemente están guardados en la inmensa biblioteca vaticana. Se conoce, además, que el papa Pío II dedicó un libro a Cerdá, que se había ganado una reputada fama de teólogo, hasta el punto de que el papa Picolomini lo tildo de “príncipe de lo teólogos”.

Cassanyes lamenta que muchas de sus obras no hayan podido ser localizadas, porque hubieran permitido analizar con más profundidad la personalidad del cardenal Cerdá, de quien, por no saberse, ni tan siquiera se conoce con certeza si su segundo apellido era el de Lloscos.

Fue el papa Nicolás V quien lo creó cardenal en 1448. Algunas fuentes especulan con que puedo ser papable en algún momento, pero no existe confirmación al respecto, como tampoco del hecho de atribuírsele el cargo de Gran Inquisidor. Albert Cassanyes afirma sobre el particular que no se ha podido localizar ningún documento que asevere que ostentó ese cargo, por lo que todo lo que ser dice sobre el asunto no pasan de ser especulaciones.

Sí se conoce que tuvo un papel político destacado al ser consejero del rey Alfonso el Magnánimo de Aragón, quien le nombró preceptor de sus hijos. En esa época escribió el tratado De educatione principum, lo que hizo que el rey lo presenará al papa Nicolás V. La altura intelectual de Antoni Cerdá llamó rápidamente la atención de la corte papal, hasta el punto de que el papa Eugenio IV lo elevó a la dignidad de camarero papal y auditor de la Rota, con lo que su influencia en el seno de la Iglesia alcanzó una importancia casi igual a la que después obtendrían los cardenales Despuig y Ladaria. Cerdá fue un viajero impenitente, debido a que sus nombramientos como visitador y comisario general para las provincias de Inglaterra, Escocia e Irlanda le obligaron a desplazarse constantemente en los precarios medios disponibles en su época. Con posterioridad fue designado para el mismo cargo en España e Italia.

El 12 de septiembre de 1459, pocos años después del fallecimiento del papa Pío II, su gran valedor, murió en Roma siendo sepultado en la antigua iglesia de San Pedro. Tanto el sepulcro como la capilla en que hallaba su tumba, que fueron construidas por su iniciativa, desaparecieron al acometerse lsas obras de la nueva basílica de San Pedro.

No se sabe muy bien a qué se debe que se diga que fue gran inquisidor. Cassanyes reitera que no se han podido obtener fuentes documentales que lo corroboren, que no existe ningún documento, aunque no descarta que pueda aparecer alguno. En cualquier caso, Antoni Cerdá es el tercer cardenal en importancia de la saga de los que ha dado Mallorca, cronológicamente el primero. La influencia obtenida en la Iglesia de su tiempo fue considerable, aunque no parece que alcanzara el nivel al que llegaron Antonio Despuig y el que ha asumido Luis Ladaria. Además, en la época de Cerdá las características de la Iglesia no eran las mismas que se establecieron con posterioridad, fundamentalmente después del concilio de Trento con el que se quiso contener la expansión del protestantismo en la Europa del imperio español de Carlos I y Felipe II.

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