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Medio ambiente

Ámbar, ¿registro fidedigno del pasado?

Mediante la resina fosilizada llegan testigos de un tiempo remoto que pueden ser analizados por los científicos

Investigadora estudiando ámbar. UAB

Conocido en joyería desde siempre, el ámbar se hizo popular entre el gran público en la película de Parque jurásico cuando permitió recrear todo un mundo extinto gracias a la sangre almacenada en un mosquito. Fantasías aparte, el ámbar ha servido de cápsula del tiempo para hacer llegar hasta nuestros días información de cómo era nuestro planeta millones de años atrás. Y es que cuando se contempla un anillo o unos abalorios elaborados con ámbar, la mayoría de veces se piensa en su valor estético o económico. Para los científicos, estas piezas de resina fósil, capaces de conservar insectos, microorganismos o polen atrapados en épocas remotas, son también una ventana abierta para descubrir la biodiversidad del planeta hace millones de años. Ahora bien, ¿puede el ámbar reflejar de manera detallada la diversidad de la vida de los ecosistemas terrestres ya desaparecidos? Es decir, ¿aportan tanta información y representativa como se creía?

"Las piezas de ámbar no pueden representar la complejidad de la comunidad de artrópodos de los bosques del pasado", apunta un estudio publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) que se ha llevado a cabo en los bosques de la isla de Madagascar. En la investigación, desarrollada por ocho investigadores de España, Alemania y Estados Unidos, han participado Xavier Delclòs, de la Facultad de Ciencias de la Tierra y del Instituto de Investigación de la Biodiversidad (IRBio) de la Universidad de Barcelona; Mónica M. Solórzano Kraemer, del Instituto de Investigación Senckenberg de Frankfurt (Alemania), y Enrique Peñalver, del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), entre otros.

Para conocer el pasado es importante observar el presente. El principio del uniformismo -establecido por el naturalista Charles Lyell, el gran referente de la geología moderna- considera que los procesos naturales que actuaron en el pasado son los mismos que actúan en el presente, y con la misma intensidad.

Estudiar el pasado desde el presente

Bajo esa perspectiva, el equipo científico se trasladó a estudiar in situ el proceso de captura de artrópodos por gotas de resina de la planta Hymenaea verrucosa, una angiosperma leguminosa resinífera que se encuentra en los bosques de las tierras bajas de Madagascar. Tal como explica Mónica Solórzano, primera firmante del artículo, "la conservación en ámbar de restos de plantas y de artrópodos -principalmente insectos y arañas- es única. En algunas ocasiones podemos encontrar incluso los artrópodos interactuando entre ellos o mostrando uno de sus comportamientos vitales fosilizado".

El ámbar es una ventana abierta a los bosques del pasado pero como detalla el investigador Enrique Peñalver (IGME), "siempre se ha sospechado que lo que vemos a su través es muy incompleto para reconstruir las especies que los habitaban y sus características ecológicas: intentar averiguarlo con rigurosos datos en la mano nos impulsó a viajar a Madagascar". En palabras de Xavier Delclòs (UB-IRBio), "no fue nada fácil encontrar las áreas con los árboles resiníferos para poder recolectar resina llena de organismos atrapados y poner diferentes tipos de trampas de insectos". Y es que "al llegar a los bosques malgache, fue emocionante observar con detalle el mismo proceso que tuvo lugar en la República Dominicana y México entre unos 15 y 22 millones de años atrás. Perdidos en Madagascar, pudimos ver las primeras fases del origen de una materia de valor gemológico que contiene muchos datos científicos sobre la evolución de los artrópodos".

¿Y si el ámbar nos está engañando?

Desde el año 2013, este equipo científico recoge en los bosques de Madagascar muestras de resina de estos árboles y captura los insectos, arácnidos, miriápodos y crustáceos terrestres asociados. En total, se ha obtenido una colección de unos 20.000 ejemplares de artrópodos de los bosques malgaches. El objetivo final era comparar lo que la resina había atrapado con los organismos que abundaban en el medio. "Éramos conscientes de que habíamos realizado una especie de viaje al pasado pero el objetivo principal era obtener abundantes datos que pudiéramos comparar de forma estadística para resolver esta incógnita: si el ámbar nos engaña en algunos aspectos, cómo nos engaña y así corregir nuestra visión del pasado", puntualiza Enrique Peñalver del IGME.

Y es que un bosque presenta ambientes muy diversos y el ecosistema boscoso no es la simple suma de lo que ocurre en cada árbol. Según explica Xavier Delclòs (UB-IRBio), "el resultado principal del estudio indica que a través de la "ventana" representada por el ámbar, prácticamente solo se observa lo que pasaba en el árbol -desde el suelo e incluyendo el tronco-, pero no se obtiene una representación de la comunidad de artrópodos del bosque en su conjunto". O dicho en otras palabras, "es como si los árboles no nos dejasen ver el bosque".

Nuevas perspectivas

La interpretación del pasado -o de los fósiles que nos ha legado- no es una tarea sencilla y suele exigir análisis complejos a partir de grandes bases de datos. El nuevo estudio revela las limitaciones de la información derivada del ámbar. Por ello, el artículo de la revista PNAS abre nuevas perspectivas para comprender mejor el registro fósil, también en ámbar mucho más antiguo y originado por gimnospermas (por ejemplo, el ámbar de España de hace 105 millones de años o el ámbar del Báltico de hace 44 millones de años).

"Estos resultados no son desalentadores sino que representan una oportunidad para mejorar los estudios que se realizan sobre el ámbar", explica Mónica Solórzano, del Instituto de Investigación Senckenberg de Frankfurt (Alemania). Como concluye la experta, "existen otras fuentes de datos -la paleoclimatología, el polen fosilizado en las rocas que contienen el ámbar- que debemos integrar en nuestros análisis para poder ver el bosque".

Esta nueva investigación ha sido financiada con fondos del ministerio de Economía, Industria y Competitividad de España, el grupo National Geographic y la Fundación Volkswagen.

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