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Tribuna: Energía nuclear y cambio climático, por Juan Mateo Horrach

La lucha contra el cambio climático, sin alterar fundamentalmente el nivel de bienestar alcanzado en las sociedades avanzadas, exige análisis sosegados y racionales, que no descarten alternativas de forma irracional. Y la energía nuclear es una de ellas.

El terrible accidente de la central de Chernobyl, en la antigua Unión Soviética, acaecido en 1986 y más recientemente el de Fukushima, en Japón en 2011, con efectos reales mucho menores, y del que el pasado día 11 de marzo se cumplieron siete años, han supuesto duros golpes para la credibilidad de la tecnología nuclear aplicada a la producción de electricidad.

Antes, en 1979, había ocurrido el accidente de Three Mile Island (Estados Unidos), que motivó una gran discusión sobre la seguridad de las plantas nucleares en ese país, precisamente el que más apostaba por ellas en el mundo occidental. Y todo ello a pesar de que no se registraron víctimas directas.

No obstante, en términos globales, más del 10% de la electricidad que hoy se produce en el mundo procede de la energía nuclear, y en términos comparativos, objetivamente se puede afirmar que es de las más seguras de todos los sistemas de generación.

En cuanto a su aceptación real, muchos países, además de España, como Francia, Estados Unidos, Suecia o Finlandia siguen contando con producir energía eléctrica con centrales nucleares, y solamente unos pocos han decidido prescindir definitivamente de ella. Por otra parte, unos 30 países están meditando seriamente introducir su uso en generación de energía eléctrica.

Lo cierto es que ha habido personas del mundo científico y empresarial que han seguido creyendo en la tecnología nuclear como fuente competitiva de generación eléctrica y ello ha motivado importantes desarrollos que no podemos pasar por alto. Asimismo, se han diseñado, principalmente en Rusia y Japón, soluciones de pequeña y mediana escala para atender zonas remotas con poca radiación solar, permitiendo una disponibilidad de energía que hasta día de hoy carecían, con todo lo que ello supone en términos de calidad de vida.

Con respecto a la seguridad, el elevado nivel de exigencia ha supuesto la creación de protocolos de actuación de alta garantía, con incorporación progresiva de mejores técnicas fruto del continuo desarrollo y de la experiencia acumulada, que permiten un nivel de riesgo casi nulo.

Por otra parte, el temor de que una central se convierta en bomba nuclear, no tiene nada de racional dado que se manejan niveles de enriquecimiento totalmente diferentes (entre el 3 y el 5% en las centrales, frente al 90% en las armas), y los sistemas de control automático de parada hacen que en 2,7 segundos un reactor nuclear pase de 100% de potencia a 0%. Por desgracia, se ha demostrado sobradamente que, con independencia del uso comercial y civil de la energía nuclear, si un gobierno quiere desarrollar armas nucleares, lo hace.

Con respecto a los residuos radiactivos, precisamente los mayores avances se han enfocado a ello. Los reactores de cuarta generación, de inminente presencia en el mercado, utilizan como combustible los residuos de los reactores actuales o antiguos, minimizando los residuos de larga vida, que debidamente confinados, no presentan riesgo apreciable de afección. Asimismo, se han planteado diversas soluciones alternativas para su mejor confinación o eliminación. Todo ello mientras se desarrolla la fusión nuclear que elimina los residuos radiactivos de todo tipo.

En el apartado económico, el coste completo de generación por unidad de energía efectivamente producida, incluyendo todos los conceptos, es plenamente competitivo frente a otras tecnologías de producción, como los ciclos combinados y los nuevos proyectos presentan costes completos muy por debajo de los de producción actual.

Las principales ventajas de la generación nuclear son la garantía de suministro que ofrecen, funcionando de forma prácticamente continua las 24 horas y los 365 días, garantizando el suministro. Y, sobre todo, que no genera emisiones de ningún tipo durante la producción de electricidad. Y esta es una ventaja que en la actualidad se constituye en determinante, si aceptamos que el cambio climático es uno de los problemas principales a los que se enfrenta la humanidad.

Cabe recordar que la producción de energía eléctrica es la mayor fuente de emisiones de CO2, principal causante del calentamiento global. Dichas emisiones proceden de las plantas de producción de energía eléctrica mediante combustibles fósiles, y en especial, mediante carbón, y más del 40% de la electricidad producida actualmente en el mundo, se genera todavía en centrales de carbón.

El muy reciente estudio patrocinado por Greenpeace, nada sospechoso por tanto de favorecer esta tecnología, titulado "Estudio técnico de viabilidad de escenarios de generación eléctrica en el medio plazo en España", redactado por el Instituto de Investigación Tecnológica (IIT) de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de la Universidad de Comillas de Madrid, pone de manifiesto que la diferencia entre usar o no nucleares en términos de emisiones de CO2 es muy importante en el corto y medio plazo, con independencia de que se plantee un escenario sin centrales nucleares, que a nosotros nos parece difícilmente alcanzable en los términos propuestos.

Pero no se trata solamente de CO2. En efecto, las centrales convencionales emiten otras partículas y contaminantes que también afectan de forma severa a la salud de las personas. Y en eso también, la nuclear presenta un "0 emisiones" en su producción.

No cuestionamos que el futuro pasa por generación de energía mediante fuentes renovables al 100%. Ahora bien, debemos ser realistas. A corto y medio plazo, no disponemos de capacidad real de instalarla y, sobre todo, capacidad tecnológica para transformar todo el sistema de producción en un sistema renovable con las adecuadas garantías, fundamentalmente por falta de capacidad de almacenamiento. Por ello, aunque sea de forma transitoria, no podemos prescindir de la energía nuclear si queremos alcanzar los objetivos fijados en materia de cambio climático en París.

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