Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Desde Francia

Automne

El otoño llega con sus hojas caídas y sus días que acortan las horas de luz.

Llevaba tiempo sin enredar en las etimologías cuando de repente el teclado, en un desliz otoñal, me ha guiñado melancolía, rima equinoccial. Seguramente los dedos, o la mente, me han traicionado y ello porque hace ya unas semanas que le voy dando precisamente vueltas a lo del Otoño. Que se escribe con ñ en castellano, esa ñ tan española, como para desmarcarse un poco de su raíz latina, "Autumnus", que en otras lenguas vecinas da: "Outono" en portugués, "Autunno" en italiano, o "Automne" en francés. Hasta los ingleses, siempre tan suyos, se suben en esta ocasión al carro del latín para nombrar al "Autumn", y me viene a la memoria el Autumn Almanac de los Kinks (aunque, sin salirse del inmenso y brillante repertorio de los hermanos Davis, hablando del calendario prefiero mil veces la deliciosa Sunny Afternoon).

Autumnus pues, una contracción probable de "Auctus" y "Annus", y como casi siempre detrás del latín surge el griego, "Auxus", del verbo "Auxo", aumentar, o sea el año que aumenta, que crece, que se hace mayor, que madura€del mismo tronco/familia etimológica que auge o apogeo. Hasta aquí todo bastante claro si descartamos un posible origen Etrusco que estaría en relación con una divinidad, "Vertumno", que predecía nada menos que los cambios estacionales. Un dios menor que paso a engrosar el inmenso panteón romano. O sea, que incluso en esta improbable hipótesis, el origen de nuestro Otoño entroncaría con esos periodos de transición que representan los equinoccios encajados entre los solsticios.

Ahora bien, la paradoja está en que si por un lado el año va ganando, creciendo, madurando -algo válido también para los frutos; y pienso ahora mismo en la vendimia, en la recogida las aceitunas, los trabajos otoñales de mis amigos griegos en el Jónico- por otro, las hojas que cambian de color y caen, al menos las caducifolias, los días que se acortan, la luz tan especial del Otoño, parece que apuntan en sentido inverso. El sol calienta y alumbra menos, la noche se equipara al día, y la oscuridad va ganando la partida mientras las tinieblas se instalan en el corazón. El contraste se refleja también en el santoral, celebramos a todos los santos después de festejar a los muertos. En ese sentido, ya Verlaine en sus "Poèmes saturniens" nos recordaba los largos sollozos de los violines del otoño€O más recientemente el genial Serge Gainsbourg entonando Black trombone, monotone, c´est l´automne de ma vie. Es decir, ese otoño que celebra la madurez conlleva a la vez la reflexión nostálgica del fin de ciclo, estamos metafóricamente entrando en la vejez. Una monotonía puramente interior, espiritual, asociada al paso del tiempo, a la melancolía que nos invade durante esa época del año. Porque meteorológicamente el otoño ha sido siempre una estación muy activa y contrastada. Llegan las primeras lluvias, que pueden ser muy intensas, diluvios, el frio juega al escondite con la luz, del bochorno diurno pasamos a las heladas nocturnas. Es decir, de monótono no tiene nada.

En estas reflexiones otoñales nos quedamos, sin dejarnos en el tintero la "Tardor" catalana. Un desmarque, más radical que el de la "ñ", con respecto a las otras lenguas romances citadas, aunque proviene también del latín en referencia a la tardanza en salir, levantarse el sol por las mañanas. "Tardança", como esa republica - denostada por unos y deseada por otros - que no acaba de llegar, y que de momento queda aplazada hasta el 21 D dependiendo del resultado de los nuevos, y legales, comicios.

Compartir el artículo

stats