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Clero, nobleza y homosexualidad en Valldemossa

Imagen de la Cartoixa de Valldemossa, que fue desamortizada en 1835.

Casi en los mismos años en los que el subteniente Barberá y familia desarrollaban sus pingües y escandalosos negocios en el castillo de Pollença, la Cartuja de Valldemossa fue el escenario de otro suceso de no menor enjundia al relatado. En él se dieron todos los elementos para hacerlo especialmente llamativo, puesto que se juntaron nobleza militar, clero y homosexualidad. Un trípode del todo indigerible para la archiconservadora sociedad mallorquina de los inicios del XIX.

Las indagaciones llevadas a cabo por Tomeu Caimari han permitido saber que un oficial del regimiento de milicias, Miguel Malonda, estaba recluido en una de las celdas de la Cartuja por comportamiento impropio. El mencionado oficial era nieto de Miguel Malonda, natural de Binissalem, uno de los primeros oidores (jueces) de la Real Audiencia, destacado partidario felipista, lo que en los años de la Guerra de Sucesión, con Mallorca decantada en el bando del pretendiente de los Austrias a la corona de España, el archiduque Carlos, le había supuesto encarcelamiento y no pocas penurias. Con los Borbones asentados en el trono, Malonda había prosperado, su familia gozaba de una posición privilegiada en la Mallorca de las postrimerías del siglo XVIII e inicios del XIX. El nieto siguió la carrera militar, pero poseía una inclinación que constituyó un serio problema para la familia: le gustaban los hombres, especialmente los jóvenes bien parecidos. Una inclinación inaceptable. Lo sería hasta dos siglos después, hasta entrado el actual siglo XXI.

Las correrías del oficial Malonda, pese a los denodados esfuerzos desplegados por la familia, no pudieron ser ocultadas, por lo que se recurrió al capitán general para dilucidar qué podía hacerse con el oficial, que, por otra parte, parece que era un militar que cumplía adecuadamente con sus obligaciones castrenses. Lo otro era un asunto que hoy únicamente a él concerniría, en el momento que le tocó vivir, no, en modo alguno, sino que era responsabilidad de la familia y de Capitanía General. Se trataba de una conducta depravada e inaceptable.

Resultado: fue internado en una de las celdas de la Cartuja, convenientemente vigilado por los monjes, con el objetivo de que la soledad, el recogimiento y la meditación mitigaran sus inclinaciones, de las que cuanto menos se supiera, mejor.

Con lo que nadie contaba era con que uno de los monjes compartiera las aficiones Miguel Malonda. Entre ambos surgió de inmediato una amistad y complicidad que precipitó la catástrofe: a la puesta de sol, cuando la noche hacía acto de presencia, el monje procedía a introducir la llave en el cerrojo de la puerta de la celda del oficial dejándole el paso franco para que iniciara sus correrías nocturnas, a las que el monje no se sabe a ciencia cierta si se sumaba o aguardaba pacientemente el regreso de su amigo. Las andanzas de Miguel se sucedían noche tras noche, por lo que pronto por toda la zona de Valldemossa y hasta en los pueblos cercanos se empezó a hablar de lo que acontecía: Malonda cortejaba a los jovencitos de la comarca, se veía con ellos y acababa por mancillar el honor de sus familias y el de la suya propia. Las denuncias eran constantes, aunque al principio no se les dio mucho crédito por estimarse que el militar estaba a buen recaudo en su celda, lo que daba pie a creer que se trataba de habladurías producto de los rumores que llegaban desde Ciutat sobre las inclinaciones afectivas de Miguel, que de día deambulaba por los alrededores de la Cartuja, puesto que apenas se dejaba ver por las calles del pueblo.

Cuando se supo la verdad, se desencadenó una descomunal tormenta: intervino el obispo, por lo que el monje lo pasó rematadamente mal al tener que vérselas con la autoridad eclesial. Miguel Malonda, sujeto al fuero militar, fue de inmediato desterrado de Mallorca. Se optó por poner tierra de por medio.

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