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Desde Francia

Huelga en la torre Eiffel (I)

Huelga en la torre Eiffel (I)

Me da un poco de vergüenza reconocerlo pero he tardado treinta primaveras en visitar París. Ya iré, ya iré, y al final te quedas sin ir. Por esa razón y ante el miedo de posponerlo in eternum, ya sin más preámbulos me decidí este invierno a dar un salto al país vecino. Visitar Francia es sinónimo de buena comida y buen vino algo que no puedo decir de Alemania o Inglaterra donde abunda el café aguado. Los franceses cuidan con esmero sus productos hasta tal punto que me ha sido imposible ver un vino extranjero en sus restaurantes.

En mi primer día decidimos poner rumbo al mayor emblema de Francia: la Tour Eiffel. Me embarqué en uno de esos barcos lanzadera que navegan por el Sena mostrando todos esos grandes monumentos: el Pont Neuf, el Louvre, el museo de Orsay, etc. Mientras contemplaba el paisaje pensaba que si no fuese por ellos aún estaríamos en el Antiguo Régimen. Sus revueltas, sus demandas y sus ideas siempre nos han salpicado y ayudado a crear una sociedad más libre, igualitaria y fraternal. Si no fuera por su capacidad de movilización ante las injusticias sociales ¿dónde estaríamos? ¡Tanto les debemos! En todo eso meditaba yo mientras llegaba a la Torre Eiffel. Como nuestras gitanas claveleras logré desquitarme de unos africanos malintencionados que me ofrecían lacitos de la amistad y como souvenir de mi visita. Unos metros más adelante me quedé observando estupefacto cómo distraían a otros turistas mientras éstos eran rodeados por todos esos maleantes. Qué ingenuos, pensé malhumorado. Antes de llegar al recinto aún nos dio tiempo de sortear varios trileros -cuyas caras vería en otros lugares durante los siguientes días-.

Hacía un día más o menos soleado, habíamos logrado esquivar multitud de carteristas y encima no veía hordas de turistas. De hecho no había cola. Contentísimos de poder visitar la dame de fer a nuestras anchas fui a comprar el ticket en cuanto me topé con la realidad. "Huelga de los trabajadores. Torre cerrada", mostraba un cartel. Al parecer se habían plantado ante el comité directivo, no exigiendo un aumento salarial o reducción de jornada, sino por "falta de transparencia" Bueno, es comprensible, tienen que luchar por sus derechos.Tomaremos el plan alternativo para hoy y mañana volveremos, me dije.

Nos dirigimos entonces hacia la zona de Châtelet- Le Halles: una zona muy animada con el Museo Pompidou como estrella. Antes de aventurarnos en uno de los centros de arte conceptual más importantes del mundo decidimos coger aire y contemplar las vistas desde lo alto de la torre Saint-Jacques -a unas manzanas del museo-. Sin embargo, cual fue mi sorpresa al llegar a la segunda torre que visitaba en París y ver que también estaba cerrada. Esta vez los causantes de mi infortunio eran las ratas. Una inmensa plaga de ratas que asuela la ciudad ante lo cual el ayuntamiento ha decidido cerrar diversos parques, entre ellos el que alberga Saint-Jacques, y exterminar de manera masiva a los roedores. Pero no termina aquí el asunto ya que, ante tan drástica resolución, ya son más de veinte mil firmas las que se han recogido para tratar de evitar lo que algunos citoyens consideran un vil genocidio. Estos férreos defensores de los derechos animales han propuesto afrontar el problema con otras medidas como la educación para eliminar la, que consideran, irracional fobia a estos vecinos del subsuelo. Incluso, se ha propuesto adoptar medidas de anticonceptivas de forma masiva entre los roedores. Pero sin hacerles daño. Apesadumbrado con tales dramas seguimos nuestro camino hacia el museo Pompidou. A relajar la mente. O no.

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