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Impresiones veraniegas

La barra de Formentor

La barra de Formentor

En Pollença llaman Barra de Formentor al borde de la plataforma continental que, a cosa de cinco millas al norte del faro, siguiendo más o menos en paralelo la línea de los acantilados, da paso en una caída brusca a las grandes profundidades de la sima marina. Los pescadores conocen bien la barra por dos razones: porque dicen que allí la pesca abunda y porque la fama del tiempo que se sufre en esa zona es atroz. Doy fe de ello. Dos veces había ido a pescar a la barra y en ambas ocasiones la tramontana nos había obligado a salir de allí a toda máquina, expresión más bien ingenua porque, con mala mar, de poco sirven las prisas. En una de esas oportunidades, a bordo de un llaüt de pocos palmos y motor más bien renqueante, dudábamos de si podríamos avanzar al oleaje para poder doblar el cabo o si, cuando se nos acabase el combustible, terminaríamos varados en Cala Bóquer o en la Cala de San Vicente (aprendí su nombre en castellano siendo niño, cuando me llevó a ella Tomeu Buadas).

Como el hombre (el varón, en particular) es animal que gusta de tropezar varias veces en el mismo peñasco, el lunes de esta semana pasada salimos del Port d´Alcùdia a la amanecida Luis Días, Pedro Perelló y yo a bordo de la gomona y con la confianza puesta en que los pronósticos meteorológicos (WindGuru es el usado por casi todos los que conozco del gremio; no suele fallar) que anunciaban una tregua tras los chubascos con los que la Mare de Deu d´agost, y no el fraile san Bernat, había apagado dos días antes el verano.

En la mar los amaneceres son el signo de que lo peor (la noche, con sus riesgos) ha pasado pero que se tiñan de rojo no es buena señal. Nada más doblar el Cap Pinar, rumbo a la barra de Formentor, un frente de chubascos a lo lejos hacia poniente, a medio camino hacia las costas catalanas. comenzó a hacernos dudar acerca de si los pronósticos de bonanza serían acertados. A lo largo de tres o cuatro horas los nubarrones negros desfilaban sobre el horizonte pero mostrándose indolentes, como ignorándonos. Luego, de golpe, tuvimos los chubascos encima. El primer indicio fue un role brusco del viento al norte, cosa que, en aguas de la barra, no es una buena noticia. Luego llegó de inmediato el granizo y la evidencia de que había que salir de allí cuanto antes.

Una barca como la nuestra puede alcanzar veinticinco nudos sin apenas esfuerzo siempre que la mar esté en calma. Por suerte el viento del sur de los días anteriores había dejado el extremo noroeste de la isla en condiciones ideales y la nortada brusca que nos había atrapado en cuestión de minutos sólo iba a ser una molestia hasta alcanzar el cabo de Formentor. El problema era saber, con visibilidad nula a causa de la tormenta, adornada, eso sí, con los rayos, dónde aproar. En esos casos el GPS es una bendición aunque tramposa para mi conciencia, habituada a navegar cuando no existían tales artilugios. Hasta en eso pensé mientras la lluvia nos azotaba, con el toldo que apenas daba refugio a Luis y Pedro.

La mayor ventaja de la barra de Formentor es que queda a media hora escasa del puerto de Alcuadiamar, aunque en treinta minutos llegues con la ropa empapada y aterido. De las tres veces que me he acercado a pescar a la barra de Formentor ésta me ha echado de allí en todas las ocasiones. Inútil es decir que volveré.

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