Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Impresiones veraniegas

Santander

Faro de cabo Mayor.

Cuentan los expertos que este verano ha sido el más caluroso, durante el mes de julio al menos, desde que se guarda memoria estadística de las temperaturas. Me cuesta creerlo porque todos los años sucede lo mismo: a la que llegan los calores la sensación de asfixio te lleva a pensar en el infierno peor. Allá por el 2004, más o menos, el verano llevó el que los ventiladores se agotasen en la isla y la única manera de conseguir un poco de alivio era meterte en el coche con el aire acondicionado a toda marcha. Pero aceptemos que los números prevalecen sobre los recuerdos: vivimos ahora un año de récord y no sólo en la isla; en Madrid sucede lo mismo con el agravante de que no hay brisa del terral que alivie las noches.

Asuntos académicos nos han llevado a Cristina y a mí a Santander con el agosto tórrido cayendo sobre nuestras cabezas nada más tomar la autopista que conduce al norte. Se trata de un viaje que dura poco más de cuatro horas pero, llegando al puerto del Pozazal, allí donde la carretera se adentra en la cordillera Cantábrica, se diría que son seis meses los transcurridos cuando, de golpe, nos cae encima el invierno. Qué alivio, al bajar veinte grados de temperatura y ponernos en los trece. Eso sucedía al caer la noche y, al poco, la niebla añadió el decorado que faltaba.

Niebla y frío son los componentes de los sueños que te transportan al mundo de las meigas y de los elfos porque la mitología, aunque nació en el mediterráneo, se asocia no sé por qué razón con las nieves de las entrañas de Europa. En materia de nieves el Pozazal no tiene nada que envidiar a los Alpes: raro es el invierno en el que ese puerto de la provincia de Palencia se convierte en una trampa en la que quedas preso. En febrero de este año el ejército tuvo que liberar de las nieves a casi doscientas personas a las que la ventisca y el hielo habían detenido en el Pozazal; pasaron el resto de la noche en albergues de Reinosa. Agosto es diferente, por supuesto, pero el frío brusco y la neblina que convierte en inútil la luz de los faros dejan a las claras lo que puede suceder cuando cambie la estación.

Al norte de la cordillera la mar cantábrica esconde sus dientes en el verano. Al otro día, con viento del sur, la bahía de Santander y las dos playas del Sardinero dan la impresión de no haberse salido jamás de madre. Bien es cierto que a la que la marea cambia desaparecen los bañistas y, allá a lo lejos, un barco de salvamento cabecea sorteando las olas de la mar vieja. El alivio de poder dormir sin aire acondicionado, sin más que abrir la ventana, y con la colcha cerca por si hace falta no engañan al avisado. En el paseo hasta el faro del Cabo Mayor, sorteando desde lo alto del acantilado la ensenada y la playa de Mataleñas, las gaviotas se guarecen en las rocas preparando la noche que ya llega; parecen cuentas de un collar que la tormenta echó sobre las peñas. Pero no hay tormenta alguna a la vista y ni siquiera un modesto chubasco. Sólo las esculturas de Henry Moore que la fundación La Caixa ha llevado al parque de Trueba y sirven para que los turistas se hagan selfies junto a los bronces enormes. Qué raro es el mes de agosto a veinte grados de temperatura y qué raro el Cantábrico en versión dulce. Va a ser que los veranos nos han arrebatado ya la cordura en espera de que el otoño próximo ponga las cosas donde se supone que deben estar.

Compartir el artículo

stats