Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Impresiones veraniegas

Amenazas

Miquel Estela y Camilo Cela, a bordo del Iria.

Me aterra morir ahogado. Sólo los suicidas eligen la forma en que han de irse de este mundo pero todo sabemos de qué manera no querríamos desaparecer. Ahogarse es el compendio de una serie de angustias como las que tan bien sabía narrar Edgard Allan Poe. En uno de sus cuentos es el pánico a ser enterrado vivo el que conduce al protagonista a que termine por sufrir esa pesadilla. Que le quemen a uno atado a un pilar también figura entre los espantos mayores pero con la transformación del Santo Oficio en oficina más bien administrativa ese riesgo se ha convertido en Occidente en despreciable. Otra cosa es que el auge del Estado Islámico nos esté devolviendo a la Edad Media; moraleja: tiéntese las carnes ante lo que puede suceder en este infausto siglo XXI. Pero de momento estamos tranquilos por lo que hace a los suplicios de la Inquisición.

Ahogarse es, por el contrario, una amenaza permanente para todos los que navegamos. Quizá fuera ésa la razón que explica el que los pescadores y los marineros antiguos no supieran nadar. ¿Para qué si te caes por la borda? Rara vez sucede en aguas tranquilas y cerca de tierra, la única combinación que te permite ponerte a salvo nadando. Un amigo mío y compañero de numerosas aventuras náuticas, Jacinto Rodríguez, fue protagonista involuntario de las crónicas de sucesos diez días atrás cuando, rumbo hacia Palma para participar con su velero, el Duende, en la Copa del Rey, un golpe de la botavara lo arrojó al agua en aguas de la Dragonera. De noche es casi imposible identificar a un náufrago entre las olas y más aún si éstas levantan un velo de espuma porque el viento aprieta. Jacinto estuvo varias horas en el agua con la ayuda única de la ropa que llevaba puesta, suficiente para darle algo de flotabilidad pero un estorbo a la hora de nadar. ¿Nadar? ¿En aguas de la Dragonera y con una tramontana de las acostumbradas? Lo normal habría sido encontrarle ahogado pero ésa no es una opción aceptable para ningún navegante que se aventura en las regatas como las de dos únicos tripulantes a bordo en las que Jacinto es un especialista. Cuando leí la noticia ya le habían salvado; de estar aún perdido yo habría apostado porque Jacinto Rodríguez no iba a rendirse a las primeras de cambio. En las muchas regatas en las que hemos coincidido no lo hizo jamás.

No nos engañemos; Jacinto no tuvo suerte. Jugó sus bazas luchando contra la mar, el viento y las gaviotas que querían picotearle los ojos y por eso le encontraron a tiempo. La única suerte consistió en que llevaba a sus espaldas toda una vida de anocheceres en los que te tientas la ropa a bordo deseando que la noche no sea un horror.

Esta decena última de días ha sido terrible para las gentes de la mar. El martes Miguel Estela y su compañero José Luis Salvador se estrellaron con su ultraligero en Girona cuando participaban en una competición. Con Miguel hice hace un cuarto de siglo, a bordo del velero Iria, las primeras Mil Millas que se celebraron; sé de quién hablo. Sé de las angustias que vivimos cruzando el estrecho de Bonifacio de noche, con huelga de faros y bajo un temporal. Es probable que Miguel también temiese morir ahogado pero el azar no le concedió la oportunidad de nadar hasta que le encontrasen. Qué tremendo es perder a un amigo aunque ver salvarse a otro con una diferencia de pocos días evite el añadir aún más drama.

Compartir el artículo

stats