Diario de Mallorca

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Impresiones veraniegas

Perros a bordo

Perros a bordo

Un año más para recorrer a medias el camino casi quijotesco, desde Madrid por tierras de La Mancha para alcanzar Valencia, aunque los cosas no son en verdad como antes. Cuando estudiaba; perdón, cuando estaba matriculado en la escuela de ingenieros, llegado el verano, andaba ese trecho parando cómo no en Motilla del Palancar, o tal vez a comer en el parador de Alarcón o en la venta de lo más bajo del puerto de Contreras, que era un puerto al revés; primero se bajaba para subirlo luego. Lo hice muchas veces con mis padres. Ahora se llega desde Madrid a Valencia en un santiamén, en menos de cuatro horas, y no digamos nada ya si se coge el AVE. Hora y media; apenas el tiempo para desayunar leyendo el diario y ya estás en el centro mismo de lo que los antiguos llamaban ciudad del Turia. Pero incluso en furgoneta y con los perros detrás „que exigen parar de vez en cuando„ Cristina y yo estábamos hace unos días viendo el Montgó a primeras horas de la tarde. Era hacia Denia y no Valencia donde nos encaminábamos.

No sé por qué razón pero los catamaranes que unían antes Denia con Palma pasando por Eivissa ya no hacen esa línea. En su lugar han puesto un barco grande que exhibe en el costado con letras también enormes su velocidad, 45 nudos, quizá para evitar que pasajeros como nosotros añoremos el catamarán de antes. De poco sirve el anuncio; los 45 nudos no aparecen por ningún lado durante la travesía hasta las Pitiusas primero y Mallorca luego. Pongamos que tal vez alcance en ocasiones los treinta nudos, siendo muy tolerante con la manera como se aprecia la velocidad sobre las aguas. Y no es desde luego que la mar imponga el freno; apenas hay en toda la tarde una brisa del sudoeste incapaz de levantar espuma.

Lo malo de viajar con perros (o gatos) es que hay que meterlos en una jaula durante el tiempo que están a bordo y cuesta trabajo que los animales entiendan por qué. A mayor inri las jaulas se encuentran en la bodega del garaje de los coches, que es lo más parecido que hay a la antesala de una cámara de tortura. Por suerte otro pasajero con una perra joven, una especie de mastín con una mancha oscura a guisa de antifaz alrededor de un ojo, me avisa a tiempo acerca de otras jaulas disponibles en la cubierta superior, al aire libre. Por desgracia ni Cleo ni Jack, nuestros perros, se sienten aliviados ante el lujo inesperado y rompen a ladrar en cuanto se ven presos.

La travesía desde Levante a los freus de Formentera es un paseo pero la mala conciencia no te deja disfrutar del paisaje cuando oyes que los perros se lamentan. Menos mal que el barco se llena de los participantes de la fiesta del Orgullo Gay que ha tenido lugar en Eivissa y se ve que, con el espíritu de normalidad y tolerancia como rey a bordo, nadie protesta cuando sacamos a los perros de la jaula manteniéndolos atados junto a nuestra silla en la cubierta. De vez en cuando quieren dar un paseo pero al llegar al costado del barco la brisa los vuelve atrás enseguida. Al anochecer los faros marcan lo que sólo puede ser la luminaria de bienvenida a la isla. Los perros, al fin, se han dormido cuando al filo de la medianoche entramos en la bahía de Palma. No sé si un perro es capaz de darse cuenta de la diferencia que hay entre La Mancha y Mallorca pero seguro que el olfato les dice que ya están llegando a casa.

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