Diario de Mallorca

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Desde China

La Provenza francesa

Manosque.

A diferencia de otros períodos vacacionales del año, semana santa rima con Andorra. Muchos no contemplamos otro destino para esas fechas, como si fuera algo obvio y que no se puede cuestionar. En el Pirineo saciamos esas ganas de nieve que la Tramontana o la Guardia Civil nos deja en los labios. Es caer unos pocos copos de nieve y ya estamos exultantes para el resto de la semana. Más o menos como una foto que me pasaron el invierno pasado en la que se ven unos pequeños, y muy graciosos, búhos boquiabiertos y con los ojos casi desorbitados pidiendo comida.

Una vez allí, pasados tres, cuatro días, las ganas de esquiar ya están más que satisfechas. Y si, como en mi caso, tienes medio cuerpo morado, te has quemado la cara, y has planeado siete u ocho días de viaje lo mejor es que valores alternativas. Como hicimos nosotros hace unas semanas. Cogimos el mapa y decidimos ir a algún lado más tranquilo que el magalufeño Pas de la Casa: Manosque.

Manosque es un pueblo francés un poco más pequeño que Inca, situado en el corazón de la Provenza, a unos cien kilómetros del mar y de Marsella. Es una joya del mediterráneo como Valldemossa pero que no ha sido descubierta aún por el turismo alemán. Olivos, pinos, cipreses, buen tiempo, todo es como una extensión de Mallorca, o viceversa. Y es el lugar donde se rodó parte de la película El húsar en el tejado, una adaptación de un gran autor algo desconocido aquí: Jean Giono. He ahí el porqué decidimos ir a este bonito lugar.

Nos esperaban unas cinco horas en coche, cinco y media al advertir que una rueda estaba pinchada. Buen comienzo. Encendimos el GPS, pusimos los Beatles y en marcha. Limoux, Carcasonne, Narbonne, Nîmes, Aix-en-Provence y listos. Con suerte llegaríamos al anochecer. Al anochecer habíamos escuchado tres o cuatro veces el disco de los Beatles, aún no habíamos salido de los Pirineos y el GPS nos llevaba, casi casi, campo a través. Tampoco podía apresurarme demasiado ya que los radares estaban por todos lados; una pantalla que te sonreía si ibas a la velocidad correcta o, por el contrario, te gruñía.

A nuestra llegada a Limoux todo iba lento pero bien hasta que nos dimos cuenta que no teníamos hotel. Entonces sólo quedaba una opción, pasearse por Limoux buscando Wifi, conectarse a Google, el que lo sabe todo, y llamar a algún hotel de Manosque antes de que fuera demasiado tarde. El pueblo parecía vacío, nadie por las calles, tráfico nulo... algo que entendí en cuanto vimos el primer bar abierto: daban el clásico francés París contra Marsella. Los aficionados gritaban mientras yo estaba al teléfono tratando de recordar las lecciones de francés del bachillerato. Colgué el teléfono y le dije a Katja: creo que tenemos hotel en Manosque. To be continued.

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