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Impresiones primaverales

Sorrento

Sorrento

Pocas veces he leído la noticia de una catástrofe con tanta sensación de cercanía como en el caso del incendio del ferry Sorrento en su travesía desde la isla a Valencia de la última semana del mes pasado. Aun estando en Madrid y teniendo que entrar en el Diario de Mallorca a través de Internet, las fotografías publicadas y los testimonios recogidos me llevaron a bordo. Se trata de un trayecto que suelo hacer con cierta regularidad; siempre que he de llevar el coche que, en el avión, no cabe. Y nada más ver la foto del barco requemado, con humo aún envolviéndolo, la sensación de déjà vu fue inevitable. Allí mismo, en la cubierta superior, había una furgoneta de color crema que podría haber sido muy bien la nuestra. La última vez que viajé en ese barco o uno gemelo me hicieron poner el coche, una furgoneta beige también, en esa misma cubierta y en casi idéntico lugar, justo al lado del tinglado metálico donde quedan las jaulas para dejar los perros. Llevaba yo a los nuestros, Cleo y Jack, y guardo un recuerdo tan detallado porque la compañía Transmediterránea tiene la consideración de dejarte que los saques del encierro y los pasees a voluntad por la cubierta del aparcamiento. Ni que decir tiene que los animales agradecen verse liberados y más aún el poder pasear durante casi toda la travesía mientras husmean olores extraños y caminan con recelo a causa del cabeceo del barco cuando pasa el oleaje. Nada que ver con la manera como deben viajar en la naviera de la competencia, sin tantas libertades para salir de la jaula.

La travesía desde Palma a Valencia dura siete horas y, de ellas, buena parte transcurre costeando o con tierra a la vista. De hecho, el Sorrento ardió poco después de haber puesto rumbo a la península tras librar la Dragonera y, si la distancia que mencionan las crónicas es correcta, muy cerca de donde termina la plataforma continental „a cosa de quince millas del faro de Llebeitx de la isla con forma de dragón. También conozco esas aguas bastante bien porque todos los años vamos al menos una vez a pescar justo allí donde el fondo de desploma. Me extrañó no poco, pues, que alguna organización ecologista temiera por el daño que podría sufrir la pradera de posidonia si el ferry se hundía. Habrá cerca de mil quinientos metros de profundidad en esa zona y, por tanto, pocas posibilidades de que haya pradera alguna allí donde no llega la luz.

Tras el accidente, he seguido de forma minuciosa las noticias acerca del traslado del barco y su remolque hasta Sagunto; suerte que los temporales del sudoeste típicos del invierno en el Mediterráneo Occidental no se suelen dar en el mes de mayo, pensaba cuando tardaban tanto en llevarse el barco del sur de la Dragonera. La suerte es un componente esencial en todo lo que hace a las aventuras y desventuras marineras; sin ella, estás perdido. Mucha suerte tuvieron los pasajeros del ferry siniestrado al terminar el episodio sin que hubiese que lamentar víctima alguna. Y más aún yo, que no iba de viaje. Porque desde que se supo del incendio del Sorrento no dejo de hacerme una pregunta. Los pasajeros y la tripulación fueron evacuados en helicóptero, sí, pero ¿habrían dejado subir también a ese aparato a Jack y a Cleo? Si hay algo que tengo muy claro es que jamás habría permitido que me evacuasen a mí dejándoles a los perros a bordo de un barco en llamas.

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