Cuarenta años del secuestro del «Ciudad de Salamanca»
Relato de uno de los guardias civiles que detuvo a los presos que venían a Palma y que lograron desarmar a los agentes que los custodiaban durante el viaje
Eugenio Rando
Era una mañana fría del último día de octubre de 1984. Había llegado muy temprano a mi oficina en el Grupo Antidrogas de la Guardia Civil, en el recién estrenado cuartel de la calle Manuel Azaña de Palma. Llevábamos una intervención telefónica y quería poner al día la investigación escuchando las conversaciones que se habían producido la noche anterior y así poder planificar nuestros movimientos para el día que empezaba.
Como era mi costumbre, bajé desde mi pabellón hasta la oficina por la escalera interior y al llegar al pasillo de acceso, donde se encontraban las oficinas de los Grupos Operativos, observé que había mucho movimiento en las del Servicio de Información (SIGC), así que le pregunté a Quirós, uno de los guardia de esa unidad, los motivos de tanto ajetreo. De forma apresurada me contó que en una conducción de presos que venía desde Valencia en barco habían reducido y desarmado a los guardias que los escoltaban y se habían hecho con el control del barco. No me pudo decir más porque al momento todos los componentes de Servicio de Información, salieron a toda prisa hacia el garaje en busca de sus vehículos. Di por hecho que se dirigían al puerto, donde atracaban los barcos de pasajeros, el muelle comercial de Porto Pi.
Entré en mi oficina y llamé por teléfono a la Central Operativa de Servicios (COS) pidiendo información sobre lo que estaba pasando. Así me enteré que se trataba del ferry Ciudad de Salamanca, que traía una conducción de cinco presos con una escolta de tres guardias civiles de la Comandancia de Valencia. Los presos habían reducido y desarmado a los guardias y se había hecho con el control de la embarcación. Además de los guardias también tenían retenido como rehén al capitán del barco, Lorenzo Morata Socías. Aunque en un principio exigían que el barco fuera a Argelia, el capitán les había convencido que no había combustible suficiente y que solo podían llegar hasta Palma. Todos estos datos los había trasmitido el telegrafista del barco a su oficina de Valencia y desde aquí habían alertado a la Guardia Civil.
A pesar de no tener instrucciones de activar a mi grupo y unirme a los guardias desplegados en Porto Pi, decidí que el tema tenía la gravedad suficiente como para dejar mi tarea, acudir a ese lugar y ponerme a disposición del jefe del operativo. Así que tras retirar del armero el subfusil que tenía asignado y coger del cajón de mi mesa un cargador para el subfusil y mi pistola reglamentaria, marché hasta el garaje con la intención de coger el Seat 127 del grupo y dirigirme a Porto Pi.
En el garaje los vehículos del Grupo Antidrogas y el Grupo Fiscal tenían los aparcamientos uno junto al otro. Cuando me dirigía al mío, encontré que en su vehículo oficial, un Talbot Horizon, y como conductor estaba mi amigo Juan, cabo primero y jefe del Grupo Fiscal. Le acompañaba en el asiento del acompañante otro buen amigo, el guardia Tolo. Estaban a punto de salir hacia Can Picafort para realizar gestiones sobre un asunto de contrabando de tabaco, que sospechaban se realizaba en la finca de Son Bauló.
Me instalé en el asiento trasero del vehículo y les informé de lo que estaba a punto de ocurrir en Porto Pi, que ellos ignoraban porque no habían pasado por las dependencias de los grupos. A pesar de que nadie nos había dado vela en aquel entierro, de inmediato pusimos rumbo hacia el muelle de Porto Pi.
En cuanto llegamos al lugar, pude ver cómo el Ciudad de Salamanca estaba finalizando la maniobra de atraque, así que nos dirigimos al puesto de mando en donde se encontraba el jefe de la Comandancia, el teniente coronel Enrique Nieva , que estaba al frente del dispositivo. Tras presentarnos para pedir instrucciones, nos dijo que en cuanto la embarcación comenzara el desembarque de vehículos, saldría el automóvil particular del capitán del barco, que se había ofrecido como rehén, junto con un número desconocido de los secuestradores. Había que seguir al vehículo y tratar de liberar al capitán sin que sufriera lesiones y que tampoco corrieran riesgo las personas que se encontraran en las inmediaciones en el momento de la intervención.
Había que ser muy precisos en la actuación porque los huidos llevaban tanto los subfusiles como las armas cortas que les habían arrebatado a los guardias.
El sargento del Servicio de Información nos asignó un lugar, detrás de cuatro vehículos de su unidad que ya estaban preparados para iniciar el seguimiento del automóvil en el que iba el secuestrado, un Simca 1200. Así que esperamos en nuestra posición atentos a las comunicaciones de radio que de manera frenética se iban produciendo.
Un agente herido
Una de estas comunicaciones fue alarmante, ya que decía que a uno de los guardias retenidos lo llevaban al hospital en estado gravísimo, porque había sido degollado. Cuando todo había finalizado comprobamos que esta información era una exageración y lo que el guardia sufrió fue una herida de carácter leve, que no requirió su ingreso hospitalario. Pero durante todo el tiempo que duró la operación los tres creíamos que los secuestradores habían matado a un compañero.
Sobre la 08,30 comunicaron la salida del vehículo Simca 1200 con tres personas a la vista, el rehén que conducía y dos secuestradores. Al parecer los otros tres no se habían querido arriesgar y permanecían dentro del barco. Posteriormente dos fueron detenidos cuando pretendían escapar intentando pasar desapercibidos entre los pasajeros. El tercero ni siquiera había abandonado la zona en donde estaban recluidos, ya que no quería fugarse.
Una vez el automóvil con los secuestradores y el rehén abandonó las instalaciones del puerto, se inició el seguimiento . El coche del SIGC que tenía que salir delante nuestro nos dio paso, ya que al parecer tenía que esperar a otro componente que le faltaba. Así que ocupamos su lugar e iniciamos el recorrido. El vehículo objetivo entró en el Paseo Marítimo en dirección al centro de la ciudad.
Recorridos unos quinientos metros, el primer vehículo que le seguía comunicó por la radio que creía que los habían descubierto así que dejaba su lugar al siguiente coche del SIGC. De esta manera Juan, Tolo y yo nos encontramos en la tercera posición del equipo de seguimiento.
El vehículo con los secuestradores continuó su recorrido entre una nutrida circulación a velocidad moderada. Pasados unos minutos y donde el Paseo Marítimo converge con la Avenida Argentina, el vehículo policial que iniciaba el seguimiento anunció que se desviaba en el siguiente cruce, porque uno de los secuestradores miraba mucho hacía atrás y creían que los había detectado. De esta forma nos encontramos en la segunda posición del dispositivo de seguimiento y el siguiente relevo sería el nuestro.
El Simca 1200 continuó por el Paseo Marítimo, hasta que se desvió en dirección al Borne y la plaza de las Tortugas, entrando en el Centro de Palma. En ese momento el vehículo del SIGC que lo seguía continuó por el Paseo Marítimo en dirección al aeropuerto, maniobra que en esta ocasión se puede considerar lógica.
De esta forma Juan, Tolo y yo, de los Grupos Fiscal y Antidrogas de la Comandancia, a bordo del Talbot Horizon del Grupo Fiscal, nos encontramos con que teníamos todas las papeletas de ser los que tendrían que lidiar con la resolución de la situación y procurar que fuera de forma satisfactoria.
El Simca 1200 conducido por el rehén continuó entre el intenso trafico matutino por la calle Navarra, pasó frente a la Audiencia Provincial y se encaminó hacia La Rambla.
Tanto Juan como yo, de los grupos Fiscal y Antidrogas, estábamos mas acostumbrados que los componentes de otras unidades a los seguimientos de vehículos, ya que los hacíamos prácticamente a diario. Por este motivo Juan no se puso nervioso a pesar de ir muy cerca del vehículo seguido, ya que el comportamiento del conductor no indicaba que los secuestradores que viajaban en él sospecharan que tenían tan cerca un coche de la Guardia Civil.
Entonces ocurrió algo que precipitó los acontecimientos. Se había recibido una llamada en el 091 anunciado que había una bomba que iba a hacer explosión en las oficinas de la Seguridad Social de las Ramblas, por lo que la Policía estaba procediendo a desalojar las oficinas y un ambulatorio médico cercano. Así que la circulación quedó detenida cuando el vehículo con el rehén y los secuestradores se encontraba enfrente de las escalinatas de acceso a las oficinas de la Seguridad Social, con el nuestro unos metros detrás, ya que las personas que habían sido desalojadas habían invadido la calzada.
Los dos secuestradores debieron de pensar que ese era el momento y se bajaron del vehículo. El que iba al lado de conductor empezó a subir las escalinatas que estaban llenas gente, y el otro secuestrador se bajó del vehículo por el lado contrario, con una bolsa en las manos, y se metió entre un grupo de las personas desalojadas dirigiéndose hacia el final de la calle Olmos.
Al unísono Juan y yo nos bajamos del vehículo oficial. Él por la puerta del conductor, con la pistola en la mano y a la carrera, se fue a por el que subía la escalinata. Creo que lo trincó y redujo antes de que llegará al final de la misma. Este secuestrador se llamaba Juan José Ferreira Rodríguez, alias el Portugués.
Por mi parte, una vez fuera del vehículo y tras cerciorarme con una ojeada de que el selector de tiro del subfusil estaba en posición tiro a tiro y el seguro quitado, tiré de la corredera hacia atrás y deje el arma en disposición de disparo.
En tres zancadas me introduje entre la gente y localicé al secuestrador, que se alejaba mezclado entre los viandantes con la bolsa colgada en el hombro derecho y la mano en su interior. Así que avivando el paso me coloqué a un metro de distancia de su espalda, procurando llevar mi arma pegada al cuerpo para no asustar a la gente que nos rodeaba.
Mientras esperaba que se alejara lo suficiente para poder abordarlo sin peligro para terceros, deduje que en la bolsa debía llevar alguna de las armas sustraídas a los guardias y posiblemente y oculta por la lona su mano estaba empuñando una de las pistolas.
"Si te mueves, te mato"
Cerca de la confluencia de La Rambla con la calle Olmos, y al ver que no había gente en las proximidades, me acerqué al secuestrador, que en todo el trayecto no se había vuelto ni una sola vez. Le hice sentir el extremo del cañón de mi subfusil en su espalda y le dije con voz grave: «Si te mueves te mato. Deja la bolsa en el suelo y pon las manos sobre la cabeza sin girarte». (Se me olvidó empezar con lo de ¡alto a la Guardia Civil!). Obedeció sin rechistar y una vez que puso las manos sobre la cabeza me dijo: «Buscaba mi libertad, me queda mas de media vida de cárcel». Yo permanecí en silencio. Al momento llegó Tolo que le puso los grilletes y entre los dos lo llevamos al vehículo oficial. En el interior de la bolsa llevaba uno de los subfusiles y una de las pistolas sustraídas a los guardias, así como un cuchillo rudimentario, lo que se conoce como «pincho carcelario». Una vez asegurado el detenido, retiré el cargador del subfusil y adelanté la corredera dejando el arma inactiva.
El secuestrador ahora detenido se llamaba Antonio Gómez Estévez y al parecer tenía como apodo el Niño de la Cárcel, porque su madre le había dado a luz estando interna en un centro penitenciario.
Eran poco mas de las nueve de la mañana y la grave situación había concluido. Por lo que respecta al rehén, Lorenzo Morata, capitán del Ciudad de Salamanca, salió del vehículo por su propio pie, y tras ser reconocido por unos sanitarios, que comprobaron que se encontraba bien, regresó a su barco retomando su trabajo ya que aquella misma noche el buque volvía a Valencia.
De esta manera se resolvió de forma satisfactoria para todos, (menos para los secuestradores), el caso de los evadidos del Ciudad de Salamanca, el 31 de octubre de 1984, hace ahora 40 años.
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