Volver al lugar del crimen es tan clásico como arriesgado. Michael Martin H., de 55 años, ruso de nacimiento y estadounidense de adopción, lo hizo. Y con ese gesto condujo a los agentes del grupo de Homicidios de la Policía Nacional de València derechitos hacia el cadáver de su víctima, Yana Rose, su mujer, a quien presuntamente mató a golpes, tal como adelantó ayer en exclusiva Levante-EMV. Lo hizo en un apartamento de la lujosa urbanización de Sotogrande, en San Roque (Cádiz) para luego deshacerse de su cuerpo a 740 kilómetros de allí, en la parcela de un esplendoroso palacete burgués de principios del siglo XX, convertido hoy en una tenebrosa ruina, en el Camí de Torretxó, a menos de 200 metros del Hospital de la Ribera, en Alzira.

¿Por qué ahí? Puro azar, posiblemente. La intención del criminal, que aún no ha sido atrapado –la lentitud de la burocracia (también la policial) de las solicitudes de auxilio transcontinental está detrás de ese hecho–, era deshacerse del cuerpo. Cuanto antes. Aún así, tardó días en decidir cómo y más días en decidir dónde.

Según los datos reunidos por los investigadores, todo apunta a que el 25 de diciembre, el día de Navidad, Yana, que tenía 40 años y era estadounidense de origen ruso como su verdugo, ya estaba muerta. Su madre trató en vano de comunicarse con ella, pero no cogía el teléfono, así que acabó llamando a su yerno. Michael Martin H. le mintió. Le dijo que se habían peleado y que Yana se había ido, posiblemente a encontrarse con una amiga suya en València. No llegó.

Siguió mareando a su suegra y a la amiga durante días, hasta que esta, convencida de que seguramente le había hecho algo, esta última acudió a la comisaría de Abastos, en València, y denunció la desaparición de Yana Rose, lo que activó al grupo de Homicidios de la Policía Nacional. Era 9 de enero.

Primera gestión, tratar de hablar con el marido. Inútil. El entonces ya principal sospechoso de la desaparición de Yana Rose se había quitado de en medio: el 11 de enero se subió a un avión en Milán con destino final en Denver (Colorado), la ciudad donde residía la pareja.

Grabado cargando el cadáver

Así las cosas, los agentes de Homicidios tuvieron que empezar a construir la investigación desde los cimientos. Tras establecer el periplo de la pareja, supieron que su última ubicación cierta era un apartamento en Sotogrande, así que se pusieron en contacto con agentes de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de la comisaría gaditana para pedirles apoyo.

Esa colaboración dio enseguida frutos. Los agentes localizaron cámaras de seguridad en el recinto turístico que guardaban copia de seguridad. Consultados los días finales de diciembre, se toparon con unas imágenes en las que se ve al presunto asesino cargando con el cadáver e introduciéndolo en el coche de alquiler, el mismo que había arrendado en Roma días antes (el viaje había comenzado en Italia). La grabación era de las diez de la noche del 27 de diciembre.

Un coche y dos móviles

A partir de ahí, se les había perdido la pista a ambos. Siguiente peldaño: rastrear el móvil de la víctima y del sospechoso y cualquier movimiento con huella electrónica: tarjetas, geolocalizadores... Lo habitual. Bingo. El coche de alquiler disponía de GPS de serie, así que solicitaron a la Policía italiana los datos del recorrido del vehículo desde que Michael Martin H. lo arrendó hasta que lo devolvió en el aeropuerto de Milán el 11 de enero.

Gracias a esa doble geolocalización, supieron que entre Sotogrande y València hizo varias paradas. Pero solo una de ellas se repetía una y otra vez y, además, denotaba que el tiempo de permanencia en el punto era alto. Las sospechas de que ese era el lugar eran cada vez más fuertes.

Turba para acelerar el proceso

A partir de esa convicción, había que rastrear el terreno. El punto era perfecto: un lugar aislado, cercano a los nudos de carreteras, pero sin vecinos curiosos. Y una casa en ruinas en mitad de una parcela devorada por la naturaleza, en mitad de un camino sin salida que no conduce a ningún sitio. Un lugar perfecto. Nada que no fuese visible estudiando Google Maps.

Una vez elegido el sitio, Michael Martin H. dejó el cadáver, seguramente de noche, y lo cubrió con las ramas secas de pino que tapizan toda la propiedad. Y se fue, pero para volver. En esas idas y venidas se hico con pico y pala –compradas cerca– y con decenas de sacos de tierra de jardín.

Luego, cavó sin prisa, pero sin pausa, a lo largo de varios días, una profunda fosa de más de un metro de hondura y casi dos de longitud. Cuando estuvo lista, introdujo el cuerpo desnudo y magullado de Yana Rose y lo cubrió con la turba, posiblemente en la creencia de que esa tierra, más fértil en apariencia que la arcilla del terreno, ayudaría a repoblar antes la vegetación y disimularía la sepultura. Luego, rellenó con el resto de la tierra que había extraído y tapó el suelo removido con las mismas ramas.

Aún así, no consiguió invisibilizarla a los ojos de los policías, a quienes ya había brindado un faro de sus movimientos volviendo una y otra vez, durante días, al lugar en el que había dejado la prueba más evidente de su crimen: el cuerpo sin vida de su mujer. Ahora, ya solo falta que el FBI cumpla su parte y atrape al fugitivo.