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Nueve víctimas

El grito que condujo al depredador del chaleco: un agresor sexual en serie en Barcelona

Investigadores de la UCAS, una unidad especializada en agresores sexuales e integrada mayoritariamente por mujeres, arrestaron al sospechoso el 21 de junio en Terrassa

El grito que condujo al depredador sexual del chaleco

Una de las víctimas ha pedido un traslado. Otra ha dejado el trabajo. Una tercera ha cambiado de domicilio. Una cuarta camina desde entonces con el teléfono en la mano y se echa a temblar si nota que alguien se acerca por detrás. Y todas, las nueve, tienen miedo de salir a la calle durante la madrugada, la franja horaria en la que fueron atacadas por un agresor sexual en serie que usaba un chaleco y que fue arrestado gracias al grito de la novena mujer.

 “No son las únicas secuelas que ha dejado este depredador”, avisan desde la Unitat Central d’Agressions Sexuals (UCAS) de los Mossos d’Esquadra. Algunas de ellas, desde entonces, tienen problemas para relacionarse a nivel social, afectivo o sexual.

Ataques no tan aislados

El primer ataque se produjo el 23 de enero de 2020. Una mujer que se dirigía al trabajo fue asaltada sorpresivamente por un hombre que le tocó sus partes íntimas y se dio a la fuga. El 7 de abril, tres meses y medio más tarde, llegó el segundo ataque: otra mujer, tan joven como la primera, también a una hora muy temprana, se cruzó con un hombre que le mostró sus genitales y echó a correr. El 9 de octubre, medio año después, actuó por tercera vez. Un caso igual que el primero y que el que sucedería el 4 de noviembre, el cuarto. El 15 de diciembre, la quinta víctima lo vio venir y opuso resistencia. El agresor tuvo que usar la violencia para hacer los tocamientos y poder darse a la fuga. El 25 de enero de 2021 sí cogió de nuevo desprevenida a la sexta. Y solo ocho días más tarde, el 3 de febrero, volvió a usar la fuerza para agredir sexualmente a la número siete.

Siete ataques en un año, desde el 23 de enero de 2020 al 3 de febrero de 2021. Siempre en Sant Cugat del Vallès, Barcelona, en una zona solitaria a primera hora de la mañana. Todas las víctimas eran mujeres jóvenes. Ninguna le había visto la cara –la ocultaba con mascarilla, braga térmica y un gorro– pero, a pesar de lo rápido que había sido el ataque, describían elementos comunes: ropa de trabajador, chaleco y cara tapada. La UCAS se hizo cargo de la investigación en septiembre de 2020, los dos últimos casos, separados solo ocho días, habían llamado finalmente la atención. Y, al analizar denuncias y hechos anteriores no denunciados, los investigadores conectaron más ataques y afloró la alarmante cifra de siete. Hasta entonces se habían tratado como casos aislados. 

El grito 

Los Mossos montaron un dispositivo de vigilancia por la zona en la que actuaba el violador de Sant Cugat. Agentes de paisano que comenzaban a las seis de la madrugada y se iban poco antes del mediodía. A pesar de la vigilancia, el 21 de abril llegó la octava víctima. El 30 de abril, sin embargo, las cosas cambiaron con la número nueve.

Aquella mañana los policías oyeron el grito de una mujer. Acudieron corriendo al lugar de donde procedía la petición de auxilio pero ya no encontraron a nadie. Sin embargo, muy cerca del lugar divisaron a un hombre corriendo. Le siguieron, le dieron el alto y le pidieron que se identificara. Era un individuo de unos 40 años, de complexión atlética y, como habían relatado las víctimas, vestía íntegramente de uniforme de mantenimiento, chaleco incluido. Los investigadores le preguntaron dónde iba tan deprisa y respondió que a ayudar a unos compañeros de trabajo. No fue difícil comprobar que mentía. No solo en la explicación que dio ese día, también en la información que facilitó sobre los lugares en los que se encontraba cuando sucedieron los ocho ataques anteriores. Su teléfono móvil, en cambio, dijo la verdad: esos ocho días había estado por la zona. Era él. Faltaba encontrar a la mujer del grito.

La UCAS colocó en la zona del ataque un coche patrulla con agentes uniformados con la esperanza de que la novena víctima fuera, como tantas otras mujeres, alguien que se dirigía al trabajo y, en consecuencia, alguien que podría pasar por ahí de nuevo. Funcionó: el 5 de junio se acercó al coche y les explicó a los policías lo que había sucedido el 30 de abril.

Dos semanas más tarde, el 21 de junio, los Mossos acudieron a su domicilio, en Terrassa, y lo detuvieron cuando salía a la calle. Era un trabajador de mantenimiento que tenía una familia y que atacaba de camino al trabajo en L' Hospitalet de Llobregat. El juez de Rubí que instruyó el caso lo encerró en prisión a la espera de que llegue el juicio. La UCAS cerró así la investigación del caso ‘Armilla’ (chaleco, en catalán).

El acompañamiento

La UCAS, integrada por 36 policías –22 de los cuales son mujeres–, es una unidad de nueva creación que ha arrancado investigando todas las agresiones sexuales que cometen autores desconocidos, o que actúan en serie, o que han violado en grupo. “Cuando se decidió formar esta unidad se hizo pensando sobre todo en contar con especialistas que se centrasen sobre todo en la investigación de cómo se producen las agresiones sexuales”, explica una de sus responsables. “El objetivo era también disponer de un grupo que pusiera la atención a las víctimas por encima de la propia resolución de los casos. Recogemos la denuncia donde lo desee la víctima y esperamos a que se encuentre con fuerzas a tomarle declaración. Hubo una que necesitó tres días distintos para completarla porque se rompía”, subraya. “La unión que se crea entre los policías y las víctimas es de confianza, nos llaman por nuestro nombre y las acompañamos durante todo el proceso, hasta la vista oral, para que declaren durante el juicio sabiendo que no están solas".

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