May recuerda perfectamente cómo conoció a la víctima de las torturas de Manacor en el verano de 2012. «Yo tenía quince años y estaba una tarde con mis amigos en la Plaza de España de Palma. Este hombre se nos acercó y nos dijo que había perdido una apuesta con unos amigos, y nos ofreció 200 euros si le depilábamos las cejas y le maquillábamos».

La joven recuerda que él era bastante mayor que sus amigos, todos de unos quince años. «Nosotros éramos unos críos. A mí me daban diez euros de paga, así que cuando dijo que nos daría 200 euros ya no me planteé nada más. ¿Qué hay que hacer? Nos dijo que le teníamos que vestir de mujer, depilarle las cejas con cera y maquillarle».

El grupo, de unos cinco menores, le acompañó a una tienda de la calle Oms, donde compraron unos leggins y una camiseta con lentejuelas. Luego adquirieron cera de depilación y maquillaje. Pero lo que parecía una broma se fue volviendo cada vez más incómodo. «Él me miraba todo el tiempo, y cada vez se ponía más rojo y sudoroso, y nos hacía fotos. Al final nos pidió que le atáramos a una columna del mercado del Olivar. Lo hicimos, le cogimos los 200 euros del bolsillo y le dejamos, Se notaba que era una persona desequilibrada».