Elizabeth, una valenciana de 19 años es una de las jóvenes a las que la víctima de las vejaciones de Manacor tentó durante meses para que entrasen en su juego, disfrazado de proyecto audiovisual. «A mí me contactó por un anuncio que tengo en internet como animadora infantil». Eso fue en julio del año pasado.

«Me explicó que mi perfil era perfecto y que tenía un proyecto para grabar un vídeo largo en el que él iría salvando pequeños retos, muy inocentes todos, y que buscaba actores y actrices. Ofrecía entre 500 y 3.000 euros por el trabajo, que tenía formato de concurso. Incluso me envió un contrato. Parecía todo muy serio y, desde luego, no se le notaba ninguna discapacidad intelectual».

«Al principio, todo parecía bastante normal, pero conforme pasaban las semanas empezó a sugerir retos desagradables o extremos, o de tipo sexual, rollo depravado y sado, y eso ya no me gustó». A quien se le oponía abiertamente «lo echaba del grupo. Cuando el asunto se volvió turbio, yo silencié el grupo y me alejé del asunto. Hasta que un día me habló para pedirme un audio, como al resto, y empezó a insistir mucho, a todas horas, y a decirme que tenía que grabar las cosas sucias que le haría. Eso ya fue lo último. Daba hasta miedo». Elizabeth dio excusas y, finalmente, en octubre, ante su falta de respuestas, el organizador la echó del grupo virtual, bautizado por él como «Cambia mi look concurso».

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La propuesta era reunirlos a todos un fin de semana —incluso les había prometido pagarles viaje y estancia a quienes llegasen de otras comunidades, aunque luego se iba retractando— y someterse a los retos. Si los superaba, no pasaba nada, pero si no, quien lo ejecutaba sumaba puntos mediante un sistema ideado por él. Cuánto más extremos, más puntos. El ganador se llevaría 3.000 euros, el segundo, 2.000 y el tercero, 1.000. Y por participar, reza el contrato que les enviaba para firmarlo, quedaba garantizado el cobro de 250 euros.

«A mí me daba pena, porque teníamos conversaciones, por Whatsapp y por llamada, en las que me contaba que desde pequeño se sentía mujer, y que su familia era muy católica y le había dado la espalda. Incluso me dijo que quería llamarse Ainhoa. Pensé que debía ayudarle, pero yo no sé siquiera si todo eso es cierto o era una forma de captarnos». La desconfianza empezó a cundir de tal manera que ya en las primeras semanas «muchos creamos un grupo paralelo sin él en el que hablábamos de lo raro que era todo. Así supimos que hablaba con todos individualmente y que a todos nos decía más o menos lo mismo, pero adaptándolo a cada uno para tocarte la fibra y que participaras».

«Cuando leímos la noticia de lo ocurrido en Manacor, nos dimos cuenta enseguida de que era la misma persona, porque lo que decían que le habían hecho era exactamente lo que nos había pedido a nosotros de manera explícita: ponerle pegamento, hacerle comer cosas asquerosas, tatuarle penes, bragas y sujetadores en la cara y en el cuerpo, afeitarle las cejas... Entiendo que esos chicos tendrán alguna responsabilidad, pero lo que quiero es que se sepa que lo que le hicieron es lo que él pedía a cambio de pagar por ello. Es cierto que la mayoría nos salimos de la historia, pero habrá qué ver cuál es la situación económica de esos siete chicos y cuánto necesitaban esos 3.000 euros para quien ganase el concurso».

Si no tenéis piedad ganáis más puntos. Yo aguanto todo»

«Si no tenéis piedad ganáis más puntos», explicaba en uno de los grupos de Whatsapp creados. «Va a ser un concurso en plan secuestro. Será ‘gore’ cien por cien. Yo aguanto todo», anunciaba. Durante los últimos años, el hombre había convocado ya otros «concursos» parecidos. Según ha explicado la propia víctima a la Policía, en 2018 llevó a cabo una actuación parecida en Palma. Ofreció un premio de 2.000 euros, pero no les pagó y, según él, acabó detenido por la Guardia Civil.

El forense que lo ha examinado ahora ha concluido que el trastorno de inteligencia límite que padece, que lo discapacita en un 38 %, mermó sus posibilidades de rechazar los castigos infligidos, pero agrega que su estado mental no le impidió organizar el juego y dar su consentimiento a padecerlos de manera consciente. No está incapacitado judicialmente.