El pasado lunes por la noche Mallorca se encontraba bajo los efectos de un temporal, con fuertes vientos y olas de cuatro metros de altura. Fue en esta situación cuando se produjo el rescate del Hugh, un velero de seis metros con un único tripulante, un hombre de 71 años, que se encontraba en serias dificultades. Y fue determinante la intervención de Manuel Cortés, vigilante del puerto de Calanova, que descubrió la embarcación a la deriva y alertó a Salvamento Marítimo. Tras una operación que se prolongó hasta la madrugada, con el velero amarrado en puerto, el marino y el empleado del puerto se unieron en un abrazo. «Ahí nos salió la tensión y nos pusimos a llorar juntos», comenta Cortés.

Manel Cortés apenas lleva tres meses trabajando en el puerto de Calanova. Tras muchos años dedicado a la hostelería, la crisis del coronavirus le ha obligado a cambiar de profesión. El lunes por la noche prestaba servicio de vigilancia en el muelle en medio de un fuerte temporal, con fuertes vientos y olas de cuatro metros. «Poco antes de las doce de la medianoche oí un fuerte golpe», relata Cortés. «Un barco había golpeado contra las rocas. Fui corriendo a la escollera y llegué a ver que el oleaje se lo llevaba mar adentro y un hombre a bordo que se caía y gritaba ¡Help! Todo fue muy rápido. Estaba muy oscuro y yo solo tenía una linterna. Intentaba localizarle pero parecía que el mar se lo había tragado».

El velero Hugh, atracado en Calanova tras la odisea vivida durante el temporal.

El trabajador del puerto explica que siguieron unos momentos muy duros. «Me subí a una roca y traté de iluminar la zona en la que lo había visto, pero no se veía nada, fue angustioso. Entonces disparó una bengala y vi que seguía a flote, aunque lo estaba pasando verdaderamente mal entre el oleaje. No podía entrar en el puerto».

Cortés avisó de inmediato al Centro de Salvamento Marítimo de Palma. «El coordinador con el que hablé me dijo: ¿Lo has encontrado? ¡Gracias a Dios! Sabían que había un velero en problemas y lo estaban buscando».

En apenas media hora llegó a la zona la lancha Salvamar Libertas, de Salvamento Marítimo. «Fue algo digno de ver», prosigue Cortés, «verla aparecer navegando sobre aquellas olas enormes. Yo les hacía señales con la linterna indicándoles la posición en la que había visto al velero por última vez. Finalmente lo localizaron y, tras muchas maniobras, consiguieron meterlo en el puerto».

La cosa no había acabado. El navegante, un norteamericano de 71 años que había cruzado el Atlántico en solitario, había resultado herido al caer mientras era zarandeado por el temporal. «Al bajar a tierra se cayó encima mío», cuenta Cortés. «Yo le empujé al pantalán y fui yo el que cayó al agua, vestido y con el móvil». Cortés se agarró a un cabo del velero, nadó hasta la escalera y con la ayuda de una ola volvió a subir al pantalán. «Amarramos el velero entre los dos y le curé un poco las heridas de la cara», recuerda el trabajador. «Mientras esperábamos la ambulancia soltamos toda la tensión acumulada. Nos abrazamos y lloramos juntos».