El legionario mallorquín Alejandro Jiménez Cruz, de 21 años, murió víctima de un homicidio imprudente, al recibir un balazo directo en el pecho disparado por su propio sargento en un campo de entrenamiento de Alicante. Y después, otros tres mandos y cuatro soldados se conchabaron para proteger al suboficial, tapar las numerosas irregularidades que rodearon la muerte del joven, y venderlo como un "desgraciado accidente" provocado por el rebote de un proyectil que le entró por la axila. Estas son las conclusiones que expone el juez togado militar de Almería en el auto de procesamiento de los ocho militares, según publica El País.

En el auto, el juez titular del Juzgado Togado Militar número 23 de Almería procesa al sargento que causó la muerte del joven de un disparo por un delito de homicidio imprudente, pero también le acusa de abuso de autoridad y obstrucción a la justicia. Le pide 330.000 euros de responsabilidad civil y le mantiene las medidas cautelares: retirada del pasaporte y presentación en el juzgado cada quince días. Al capitán de la compañía lo procesa por deslealtad, encubrimiento y desobediencia a los agentes de la autoridad. Se trataría del responsable del intento de ocultación de lo ocurrido. También se procesa a dos tenientes por deslealtad, desobediencia, delito contra los deberes del mando y encubrimiento. Un cabo y otros tres soldados son procesados por encubrimiento.

Irregularidades y mentiras

El legionario Alejandro Jiménez, de Palma, falleció el 25 de marzo de 2019 tras recibir un disparo mientras participaba en un ejercicio con fuego real en el campo de entrenamiento de Agost (Alicante). Según la primeras informaciones oficiales facilitadas por el Ejército, se había tratado de un infortunado accidente, consecuencia de un "probable rebote" de un proyectil que le había entrado por la axila, haciendo inútil el chaleco antibalas que llevaba. Es lo que le dijeron al padre del joven fallecido y lo que le indicaron a los investigadores de la Policía Judicial de Alicante.

Sin embargo, el trabajo de los guardias civiles, plasmado en un detallado informe de seis volúmenes y miles de páginas, echó por tierra esta versión desde el principio y desveló todo un plan para trata de encubrir al sargento y esconder las numerosas irregularidades que rodearon la muerte del legionario.

Alejandro Jiménez murió de un disparo directo realizado con el fusil de su sargento, cuando la práctica ya debía haber finalizado y se encontraba rodilla en tierra. La bala atravesó el chaleco antibalas, ya que no le habían colocado las placas metálicas, lo que lo convertía en algo inútil. Ninguno de los soldados las llevaba. El capitán, en contra de lo que manifestó, no estaba en el campo de maniobras en ese momento. Tras la muerte del joven se retiraron todas las vainas y proyectiles del campo y al día siguiente el capitán ordenó a los soldados que mintieran respecto a su ubicación. Pretendían así ocultar que habían estado expuestos al fuego cruzado con otro grupo de soldados durante el entrenamiento.

El único soldado que rompió este pacto de silencio, uno de los amigos más cercanos a Alejandro Jiménez, sufrió el acoso de mandos y compañeros hasta que se dio de baja por ansiedad.