Siete y media de la mañana del jueves. Los agentes de Policía irrumpen en las estrechas callejuelas de La Soledat, en Palma, y se distribuyen entre las casas donde controlan que hay instalados puntos de venta de droga. Cuentan con el apoyo de especialistas del Grupo Operativo de Intervención Técnica (GOIT), que fuerzan las barreras metálicas con radiales y martillos neumáticos en apenas unos minutos. Mientras lo hacen, los agentes ven un gran fogonazo en el interior de una casa, como si hubiera un incendio. Cuando logran entrar está lleno de humo que sale de un bidón metálico. Hay un soplete artesanal conectado a una bombona de butano. Un hombre acaba de incinerar la droga y el dinero, y sufre quemaduras leves en un brazo.

"Ha sido una auténtica locura", comenta esa mañana uno de los agentes. "Podría haber volado por los aires". Se trata de una más de las medidas dispuestas por los narcotraficantes para tratar de evitar una acción policial, que se unen a tuberías especiales para arrojar la droga a los desagües, cámaras de vigilancia en los tejados y una profusión de rejas y puertas blindadas.

Aunque no les sirvió de mucho. La operación Línea Azul se saldó con la intervención de más de 700 plantas de marihuana en tres inmuebles y otros tres kilos de droga: hachís, cocaína y marihuana. Nueve personas encargadas de los puntos de venta quedaron detenidas.

La intervención del jueves ha sido la culminación de una investigación de meses del Grupo II de Estupefacientes de la Policía Nacional, que habían localizado once viviendas -en las calles Teix, Randa, Rector Petro y Lluís Martí, todas en La Soledat- donde se producía y se vendía droga. Se trata del bastión del clan del Pablo: Pablo Campos Maya, el veterano narcotraficante encarcelado desde el pasado mes de septiembre.

Cámaras en el tejado

La organización, que posee numerosas viviendas en la barriada, ha desarrollado sofisticados sistemas para tratar de minimizar el impacto de las periódicas intervenciones policiales.

Los narcos habían colocado cámaras de seguridad escondidas bajo el tejado de las plantas bajas. Las imágenes llegaban en directo a una pantalla en el interior del piso, y además se guardaban en un ordenador, con lo que podían ser visionadas una y otra vez para tratar de localizar a los policías durante sus vigilancias.

Todas las casas contaban con puertas metálicas, hechas a medida y fuertemente ancladas a los muros. Los agentes del GOIT las atacaron sin contemplaciones, con radiales y martillos neumáticos, pero necesitaron varios minutos para forzarlas.

Y luego, el interior de las casas, estaba dispuesto como un fortín. Los agentes se encontraron con estrechos pasillos, en los que había que pasar de uno en uno, y una nueva puerta blindada, en un espacio estrecho que dificultaba mucho el trabajo de los asaltantes.

Se trataba de ganar un tiempo clave para los encargados de los narcopisos, que tenían instrucciones de deshacerse de inmediato de la droga y el dinero que pudiera incriminarles.

En varias viviendas habían hecho obras especiales para este fin. Se trata de tuberías verticales colocadas directamente sobre el desagüe. Su tran tamaño permitía arrojar por ahí grandes cantidades de droga y dinero. A su lado tenían garrafas de agua para hacer correr el marterial desechado.

En el interior de los narcopisos no había apenas nada más que un colchón, para que el encargado pudiera descansar. Una mesa con la droga, el dinero, una calculadora y libretas para registrar la marcha del negocio. Es lo que intentó incinerar uno de ellos con el soplete artesanal. Se trataba de una bombona de butano con una goma y un extremo metálico. El encargado presuntamente arrojó la droga y el dinero a un cubo de metal y lo incineró con el soplete. Al hacerlo sufrió quemaduras leves en un brazo, pero pudo haber volado por los aires.