Con la suspensión de las visitas y la entrada de paquetes del exterior para evitar la propagación del virus se ha cortado de forma terminante la llegada de droga.
Practicamente el cien por cien de los estupefacientes que entran en la cárcel lo hace durante las visitas o en los envíos postales. La falta de droga hizo temer inicialmente que pudiera haber un aumento en la conflictividad, pero finalmente no se ha producido.
Los servicios médicos del centro han tenido que atender algún caso de síndrome de abstinencia entre los internos, que se ha tratado con medicación cuando lo han considerado pertinente.
La única incidencia grave ocurrió el 1 de abril, cuando un interno que tiene un trastorno mental sufrió un brote violento y agredió a un funcionario, al que propinó un cabezazo que le causó un corte en un párpado.
Por lo demás, los internos han asumido con resignación las draconianas medidas impuestas a raíz del estado de alarma. Trabajadores del centro comentan que la mayoría de los presos son conscientes de la gravedad de la crisis sanitaria y son los primeros interesados en proteger a sus familias de un posible contagio del coronavirus, por lo que han aceptado con resignación las restricciones en las comunicaciones.
