-¡Sargento, tengo una bomba!

La llamada telefónica en el despacho del grupo antidroga de la Guardia Civil en la Comandancia de Palma es recibida con escepticismo. Al otro lado de la línea, un confidente, un pequeño camello con el que se hacía la vista gorda a cambio de recibir informaciones sobre las actividades de otros narcos. El guardia no cree que sea para tanto, pero acuerda verse con el chivato esa misma tarde en un bar de la Plaza de los Patines. Estamos a principios de los años ochenta, y la Comandancia está todavía en una vieja casona cerca de allí, en la confluencia de las Avenidas y General Riera.

El agente viste de paisano y, como el resto del grupo antidroga, parece cualquier cosa menos un guardia civil. Melena, larga barba, chaqueta de cuero y vaqueros. En el umbral del bar ve, sentado en una mesa al fondo, al confidente. Parece nervioso y mantiene las manos bajo la mesa. El resto del local está lleno de mujeres y niños, que meriendan chocolate tras pasar un rato en la zona de juegos de la plaza. El sargento se sienta.

-A ver, qué es esa bomba que tienes para mí...

El confidente sonríe al tiempo que saca las manos que tenía debajo de la mesa. "Casi me caigo de culo", recordaría 35 años después el guardia civil. Sobre la mesa había una granada de adiestramiento del Ejército. No era una noticia bomba, era una bomba de verdad. La mirada del sargento recorre primero el bar, lleno de mujeres y niños que les rodean, ignorantes del peligro. De inmediato echa mano al artefacto y comprueba con alivio que no tiene el detonador.

-Se lo he quitado, lo tengo en el bolsillo, que yo también he hecho la "mili"-, dice el confidente, todavía sonriendo-. Tengo dos más como esta.

Este fue el inicio de una investigación que culminó con la detención de dos suboficiales de la base General Asensio de Palma. Eran adictos a la heroína y pretendían pagar la droga con explosivos que sustraían del recinto militar. Habían contactado con una banda de narcos e incluso les habían demostrado que se trataba de granadas reales haciendo explotar algunas en es Carnatge, en aquel tiempo un lugar desierto, aprovecharon el ruido de los aviones para pasar desapercibidos. Los dos detenidos fueron juzgados y condenados por un tribunal militar, y el caso nunca se hizo público.

Eran principios de los años 80, y el consumo de droga se había disparado en apenas una década, obligando a Policía y Guardia Civil a adaptarse para hacer frente a una nueva clase de delincuencia. Los grupos antidroga de los dos cuerpos policiales se crean a mediados de los años setenta, con un puñado de agentes para poner freno a una actividad que rápidamente empezó a mover cantidades astronómicas de dinero.

El tráfico de drogas tuvo en Balears un terreno abonado por una tradición de contrabandistas de tabaco que se remontaba un siglo atrás y que está en el origen de algunas grandes fortunas en la isla.

Los traficantes de droga más conocidos en aquellos años -Alberto Barber Pons, alias "El Mana"; Juan Palau Alonso, "El Carnicero"; Jaime Llull Riera, "El Taxista"; o José Garí Tomás, "Pep Randa"- venían todos del contrabando de tabaco.

Los contrabandistas disponían de barcos, marineros expertos en la trávesía de África, y escondrijos en Mallorca donde guardar la mercancía, los conocidos como "secrets". El contrabando se había beneficiado de una permisividad oficial. Los grandes contrabandistas habían sobornado durante décadas a políticos y guardias, y su actividad no estaba socialmente mal vista.

Con el auge del consumo de hachís, para estos contrabandistas fue un paso natural el cambio del tabaco por la droga, un cambio que además supuso multiplicar sus beneficios.

Pero a primeros de los ochenta se produce un cambio en la lucha contra el contrabando de tabaco. Desde la jefatura de la Guardia Civil se impone el fin de la tolerancia. En estos años se alternan las capturas de grandes alijos de tabaco con los de estupefacientes.

"A principios de los setenta el consumo de estupefacientes en Mallorca era todavía residual", explica uno de los integrantes de aquellos primeros grupos antidroga de la Guardia Civil, hoy ya jubilado. "Había, por un lado, el consumo de pastillas como Bustaid o Centraminas, que eran medicamentos legales que contenían anfetaminas y se desviaban al mercado negro. Y por otro lado había una minoría, vinculada a la jet-set, que empezaba a probar la cocaína, el hachís y el LSD".

El grupo antidroga de la Guardia Civil se funda en 1975. Estaba dividido en dos subgrupos, uno con sede en Palma y otro en Eivissa. Precisamente la Pitiüsa, con el turismo extranjero y la influencia hippy, es una de las vanguardias en el consumo de estupefacientes en aquellos años. Uno de los primeros lugares de España en el que aparecen la marihuana, el hachís, la heroína, la cocaína y el LSD.

La explosión se registra a finales de los setenta y primeros ochenta. Se extiende de forma imparable el consumo de hachís y la heroína provoca estragos en la generación más joven. Los yonquis, drogadictos con el síndrome de abstinencia que necesitan dinero rápido, alteran el mundo de la delincuencia. Muchos perpetran atracos a mano armada a bancos y comercios y no tienen reparos en enfrentarse a tiros a la Policía.

Aparecen también una nueva clase de delincuentes: los camellos, traficantes de droga al menudeo. Los clanes de traficantes de Palma están instalados en el Barrio Chino, es Jonquet, la plaza Atarazanas y la Soledad, tanto en pisos como en la calle.

El auge de Son Banya

La droga no llegó a Son Banya en sus primeros años. Los clanes que residían allí se dedicaban a la chatarra, a trabajos marginales y a robos a pequeña escala. Pero tardan poco en darse cuenta del tremendo negocio que se están perdiendo. El trapicheo empieza allí a principios de los ochenta y rápidamente se extiende por decenas de casas, hasta convertirse a mediados de la década en el gran punto de venta al menudeo de la isla, un fortín del narcotráfico mantenido inalterable prácticamente hasta ahora.

Mallorca se convierte en esa época en un lugar de paso de la droga hacia Europa. De hecho, muchos de los alijos que se capturan en la isla están a punto de salir hacia Inglaterra o Francia. El "boom" del turismo en la época tuvo mucho que ver. Las bandas internacionales utilizaban el tránsito de millones de turistas que regresaban a sus países para camuflar entre ellos partidas de droga.

En estos años aparecen en Mallorca las primeras organizaciones internacionales, como la banda de Los Libaneses. En noviembre de 1981 fueron arrestados cuatro miembros de un grupo que introducía aceite de hachís en Palma desde Beirut. La Guardia Civil intervino casi diez kilos de droga en el aeropuerto de Son Sant Joan. El destino final del alijo era Suecia.

En 1982 la Guardia Civil realiza una de las mayores intervenciones de cocaína de la época: 6,4 kilos, que habían enterrado en el jardín de una casa de campo de Santanyí Fueron detenidos un británico de 62 años y un colombiano de 23, presuntos representantes en la isla de una banda internacional que introducía grandes cantidades de droga colombiana en Reino Unido a través de Mallorca.

A las grandes operaciones de tráfico de hachís organizadas por contrabandistas locales se añaden las realizadas por bandas extranjeras, que tratan de pasar desapercibidas entre los millones de turistas. En los años siguientes se suceden grandes intervenciones de cocaína, heroína, LSD y marihuana. Muchas de ellas, en barcos que llegan a aguas de Balears directamente desde Sudamérica. Mallorca estaba ya en el centro del narcotráfico mundial.