El crimen de Rudeger Oyntzen convulsionó la sociedad mallorquina el verano de 1996. El alemán, médico radiólogo de 40 años, había llegado unos días antes a un aparamento turístico de sa Coma, aparentemente para pasar unos días de vacaciones con sus dos hijos, Katharina y Matthias, de 8 y 6 años. La realidad era muy distinta. El médico había planificado una retorcida venganza contra su mujer, de la que se había divorciado recientemente, y había incluido en sus maletas unas dosis mortales de tranquilizantes. La noche del 4 de septiembre suministró a los niños un somnífero y, cuando dormían, les puso una inyección letal. Amortajó los cuerpos y puso una rosa entre las manos de la niña. Dejó una carta en la que anunciaba su intención de suicidarse, y culpó de su acción a su exmujer, a la que acusó de maltratar a los pequeños.

Pero no se suicidó. Y según Javier Alarcón, "nunca tuvo la intención de hacerlo. Tan solo pretendía engañarnos a todos". Al día siguiente del hallazgo de los cuerpos de los pequeños fue detenido por una pareja de la Policía Local de Pollença en las proximidades de Formentor. Confesó que no había tenido coraje para arrojarse por el precipicio.

Oyntzen fue condenado a 34 años de prisión por el doble crimen, después de que los forenses descartaran que sufriera una enfermendad mental que pudiera eximirle. Murió en Alemania en enero del año pasado a causa de un cáncer, cuando ya disfrutaba del tercer grado penitenciario y solo iba a la cárcel a dormir.

En las dos décadas siguientes se han producido seis crímenes de estas características en Balears. Pocos meses después del asesinato de los hijos de Rudeger Oyntzen, en noviembre de 1996, una mujer austriaca mató a puñaladas a su bebé de nueve meses en el lavabo de un edificio de apartamentos de Santa Ponça durante un episodio de enajenación mental. En este caso, la parricida tenía una enfermedad mental diagnosticada, una esquizofrenia paranoide, y cuando mató al bebé en realidad petendía protegerle de peligros imaginarios. Fue exonerada por enajenación mental.

En julio de 2005, en Palma, una mujer cogió la pistola de su marido, agente de Policía, y mató de un tiro a sus dos hijas, de ocho y doce años. Luego se suicidó con la misma arma.

El siguiente caso se dio en 2006 en Eivissa, donde un matrimonio alemán asfixió a su hijo, de doce años, tras suministrarle un somnífero. La pareja se mató posteriormente, en un aparente pacto de suicidio planificado.

En agosto de 2010 una mujer ahogó a su hijo de de nueve años en la bañera de su casa de Maó. Metió el cadáver en una maleta y la abandonó en una zona boscosa. El cuerpo no fue descubierto hasta noviembre. Al parecer la asesina había ocultado a su actual compañero que tenía un hijo.

En 2011 una pareja de Palma fue detenida por matar a golpes a la hija de ella, de ocho años , durante un episodio de malos tratos.

En 2012, un hombre que estaba en trámites de separación de su mujer ahorcó a su hijo, de cinco años, en su casa de Inca, y se suicidó.