La travesía de los pasajeros del buque Zurbarán, de la compañía Trasmediterránea, se convirtió ayer en una auténtica pesadilla. El barco zarpó el domingo de Maó hacia Palma. El fuerte oleaje de la singladura entre islas fue la antesala de la violenta tempestad en el trayecto a Valencia que hizo temer a los viajeros que fueran víctimas de un naufragio.

"Una ola enorme rompió cuatro ventanales del salón de butacas de proa. El mar se podría haber tragado a cualquiera", recordaba ayer Ximo Pastor. La estancia quedó inundada de agua de mar. "El barco no tenía que haber zarpado", recriminó este pasajero valenciano.

Los viajeros entraron en pánico. La tripulación decidió tapar con lonas el hueco que habían dejado los cristales rotos por la fuerza del mar. A este centenar de pasajeros se les trató de buscar acomodo en varios camarotes.

La previsión meteorológica ya dejaba a las claras que se iban a encontrar con mala mar desde el primer momento. "Cuando estaba en Maó, nos avisaron a toda prisa para que embarcásemos dos horas antes. Fui al puerto a toda prisa y, al final, salimos casi a la misma hora", apuntó Ximo. El nuevo horario señalaba a las 15.30 como la hora de salida. Al final, el Zurbarán zarpó con demora, sobre las cinco y media de la tarde, de la capital menorquina con destino a Palma.

La travesía a Mallorca distó de ser placentera. El fuerte oleaje ya hizo zozobrar el barco y despertó un continuo temor entre los pasajeros, ávidos por llegar a puerto. No obstante, la verdadera pesadilla comenzó en la singladura desde la capital balear hacia Valencia.

El auténtico infierno se vivió sobre las dos de la mañana. "Las olas levantaron el barco y lo pusieron casi de pie. Yo nunca había visto una cosa igual", subrayó Ximo Pastor. El mar se agitaba con tanta fuerza que se llegó a colar en el segundo piso del barco.

Pese a este escenario de auténtica pesadilla, lo peor aún estaba por llegar. Una ola de grandes dimensiones destrozó cuatro grandes ventanales del salón de butacas situado en la proa del barco. "Toda la gente que estábamos allí acabamos mojados. Al final lo tuvieron que cerrar", indicó Pastor.

La tripulación trató de taponar como buenamente pudo el hueco que habían dejado los cristales rotos. El remiendo no impidió que toda la estancia quedara inundada. "Lo apuntalaron todo con mesas", abundó Ximo Pastor. A los cristales rotos se sumaron los platos destrozados por el continuo vaivén del barco.

Lugar muy peligroso

La sala de butacas de proa se había convertido en un lugar extremadamente peligroso. Según el testimonio de algunos viajeros, una nueva ola de características similares a la interior podría arrastrar a cualquier pasajero fuera del barco. Por este motivo se alojó apiñado en camarotes a buena parte del pasaje.

Por fortuna no se volvió a repetir un incidente parecido en la singladura del Zurbarán por el Mediterráneo hacia la capital del Turia. No obstante, el temor se instaló entre los pasajeros por miedo a revivir un hecho similar y, a muchos de ellos, les impidió conciliar el sueño hasta que lograron pisar tierra firme.