Araceli Currás no creía mucho en la medicina tradicional y solía evitar el consumo de medicamentos, como pudieron confirmar sus familiares. Sin embargo, días antes de aparecer muerta acudió a una oficina bancaria para contratar un seguro médico privado. El empleado de la oficina se fijó en que la mujer presentaba un aspecto algo amoratado, un color típico de una persona que ha consumido un producto venenoso que le está haciendo efecto, pero que desconoce que lo ha consumido.

Todos coinciden en que la relación que esta mujer mantenía con sus vecinos de Montuïri era muy conflictiva. Tuvo peleas con la mayoría de ellos, muchas veces con temas relacionados con los animales que guardaba, porque a muchos residentes les molestaba los ladridos de los perros. Araceli, además, había denunciado a la Guardia Civil.

Al no tener frigorífico, por falta de electricidad, la mujer tenía la costumbre de meter los yogures que compraba en los bidones de agua. Era una forma rudimentaria de que estuvieran algo más frescos. Al tener la sospecha de que precisamente el veneno se pudo colocar dentro del agua, no se descarta que el producto se mezclara con este alimento y que la mujer lo consumiera. Todos los amigos que conocían a la mujer han coincidido en que no mostraba ningún síntoma de depresión, por lo que la familia descarta la posibilidad del suicidio. Una de sus amigas ha confirmado que Araceli le comentó el mismo día de su muerte que "le dolía mucho el estómago" y que "se sentía muy pesada". En la casa apareció una garrafa que desprendía un fuerte olor a producto químico. La familia, que inició una campaña en la plataforma change.org, quiere que se analice la composición de este producto.