Faltan escasos minutos para las nueve de la mañana. Frente a la puerta de los juzgados de Vía Alemania se arremolinan dos grupos. Uno de ellos está integrado por más de una decena de familiares y amigos de David Grimaldos González, el joven de 18 años que murió electrocutado al tocar una farola durante la verbena de los quintos en Bunyola en agosto de 2014. Visten vaqueros y camisetas rojas y azules con la fotografía del muchacho fallecido. '¡Va por ti David!', 'por ti David siempre estoy contigo', 'aún nos queda un pedacito de ti', rezan las prendas de vestir. A unos dos o tres metros de distancia, otro grupo más discreto de una docena de hombres, todos políticos del Partido Popular, charlan amigablemente entre ellos. La mayoría va en vaqueros y con camisas o polos.

A todos los congregados les une el mismo objetivo: esperar al exalcalde de Bunyola, Jaume Isern, acusado de imprudencia grave con resultado de muerte. Pero momentos antes de que aparezca el exedil, la llegada inesperada de José María Rodríguez, expresidente del PP de Palma, a los juzgados sorprende a los presentes. El exlíder popular, que acudía a recoger una citación por el caso de la mafia policial, se topó con sus compañeros de partido por casualidad a los que saludó rápidamente. Sin quererlo, eclipsó con su presencia al resto de dirigentes conservadores entre los que se encontraban Miquel Vidal, presidente del PP balear, Sebastià Sagreras, secretario general del partido, el exconseller Biel Company y un numeroso elenco de alcaldes y exediles como Pere Rotger, Joan Rotger, Joan Jaume, Toni Mulet, Joan Albertí, Jeroni Salom, Llorenç Galmés, Jaume Bauçà, Martí Àngel Torres, Biel Serra, Jaume Porsell o Llorenç Suau.

Rodríguez se introduce de forma fugaz por la puerta de Vía Alemania y acto seguido comparece Jaume Isern con su abogado. Los políticos congregados le saludan y le muestran su apoyo en plena calle, mientras que el otro grupo estalla a gritar y a aplaudir en tono de burla. Vociferan y le chillan "asesino". Le increpan a las puertas del juzgado. La tensión va en aumento. Las descalificaciones se extienden al resto de dirigentes. "¿De qué te ríes?, si fuera tu hijo no estaríais aquí, ¡qué vergüenza!", exclaman con resignación y rabia.

Los nervios no cesan y uno de los políticos se acerca a dar la mano a un allegado a Grimaldos, que lo rechaza sin dudar. Al final, un joven arremete contra Llorenç Suau al que le arroja el agua de un botellín por la espalda. Suau, empapado, y acompañado de varios colegas decide dar marcha atrás y se aleja para que la cosa no vaya a más. Poco después, Miquel Vidal realiza declaraciones en las que pide que, con todo el respeto a la familia del joven, "se entienda cuál es la verdadera responsabilidad" de Isern. Para evitar más incidentes, se limita la entrada al público al juicio y acude la Policía.