La Policía Nacional de Eivissa considera en su informe enviado al juzgado que la muerte de una mujer que se lanzó por la ventana de un piso de la calle Aragón es un suicidio inducido por su maltratador. Los agentes de la Unidad Orgánica de Violencia de Género del Cuerpo Nacional de Policía de Eivissa calificaron la muerte de Sara Calleja Rodríguez (Ponferrada,1963) como "inducción al suicidio", confirmaron fuentes policiales, y así consta en el juzgado de violencia sobre la mujer de la isla. Sara Calleja se trasladó a Eivissa desde León huyendo de la situación de acoso y maltrato que padecía. En la isla reside su hija. Sara se suicidó el pasado 11 de julio lanzándose por la ventana del piso en el que residía en la calle Aragón. Era una mujer acosada y maltratada y su calvario empezó en 2010, cuando inició su relación con un viejo amigo de la infancia. Pero fue a partir de septiembre de 2013, el mes que ella decidió romper el infierno en el que vivía con su maltratador, cuando empezó su relación con la justicia. Desde entonces y hasta su muerte, Sara, que falleció con 51 años, pasó por tres juicios fruto de las 19 denuncias que presentó contra su expareja, un hombre de nacionalidad belga que tiene prohibido entrar en España, aunque según denunció su víctima, lo hizo, cuando todavía residía en León, y aunque ella avisó a la Policía, no fue detenido pese a este quebrantamiento de condena.

Unas semanas después de su suicidio, sus dos hijos han hecho pública, a través del periódico El Mundo, la carta que Sara escribió a la juez de violencia de género que, en León, llevaba su caso: "Mi vida estaba en sus manos, señora jueza, y parece que cada vez que iba a denunciar, aburría.

Hace tres meses lo intenté con pastillas y hoy espero irme de verdad, no lo soporto y por eso me retiro. Christian me robó todo. Él ganó". Sara tenía dos hijos, Andrea, de 33 años, y Elio, de 28.

La muerte de Sara causó conmoción en la Unidad Orgánica de Violencia de Género de Eivissa, cuyos agentes pertenecen al Servicio de Atención a la Familia (SAF) de la comisaría ibicenca. Su caso lo llevaba uno de los agentes de la unidad, que quedó "muy afectad0" por lo ocurrido el 11 de julio. La Policía nunca informa acerca de suicidios, pero es este un asunto especial, señalaron desde comisaría, porque los agentes investigaban el caso de Sara "por acoso y maltrato". Sara Calleja llevaba poco tiempo en la isla, adonde había llegado para estar con su hija y dejar atrás la pesadilla que estaba sufriendo a manos de su expareja, Christian C. Según relató la hija de la fallecida a El Mundo, Sara se sintió muy sola tras la separación de su pareja de toda la vida. Fue entonces cuando reapareció el belga. Él se ofreció a ayudarla y ella se fue con él a Bruselas, donde comenzaron los padecimientos. Enfados sin motivo, celos, control sobre la mujer, zarandeos, agresiones físicas... "Su situación económica le hizo aguantar más de lo que habría hecho", manifestó el hijo de Sara. Cuando ella empezó a rebelarse contra su maltratador, él cumplió con sus amenazas, explica la propia Sara en la carta que escribió a la juez un día antes de su muerte. A través de Facebook, él le pidió perdón: "Perdóname, no volveré a ser celoso ni violento", pero ella ya no le creía y no respondía a sus requerimientos. "Ojo por ojo, te voy a destruir la vida (...) guarra, zorra, hija de puta (...) contéstame porque te va a costar mucho dinero (...) voy a ir a León y voy a contar toda verdad tuya", escribió el hombre desde Bruselas. Esa verdad a la que se refería acabó por hundir a la mujer. El belga denunció a la mujer en el INEM. Sara, que era pintora, acuarelista, fue denunciada por cobrar indebidamente el subsidio por desempleo y el INEM le impuso una sanción de más de 18.000 euros.

A partir de la denuncia de Christian C., la Renta Activa de Inserción que recibía se destinaba, por orden judicial, a pagar la deuda. Tuvo que alquilar dos habitaciones y acabó por vender su piso. Su hijo declaró que, a partir de ese momento, ya no sólo era un mujer acosada y maltratada, sino que además se vio consumida por los sentimientos de culpa y vergüenza porque, a causa de haber mantenido una relación con el belga, sus hijos y su madre se veían en apuros económicos.

Mientras tanto, la justicia seguía su curso: tras las 19 denuncias, los tres juicios y las dos órdenes de alejamiento, el belga fue condenado a nueve meses de prisión y se le prohibió entrar en España, pero el acoso continuó hasta el último día.