Las menores que se fugaban del centro de internamiento eran sometidas a unas condiciones que les venían impuestas por los encargados de los prostíbulos. En algunas ocasiones, las adolescentes residían en dichos pisos y estaban disponibles para ofrecer sus servicios sexuales las 24 horas. Otras veces realizaban diferentes turnos de ocho horas.

Los miembros de la organización también se encargaban de buscarles los clientes a las menores, les compraban la ropa y les facilitaban el alojamiento en estos pisos. También se ocupaban de pagarles por los servicios sexuales que prestaban. No obstante, los cabecillas se quedaban con una suma que solía situarse en torno al 50 por ciento del dinero que ellas obtenían.