­El asesinato de Ángel Abad de dos disparos en Porto Cristo causó consternación e inquietud a partes iguales en la localidad costera del Llevant de Mallorca. Ninguna de sus personas más próximas podía acertar a entender que alguien quisiera acabar con su vida.

"¡Tengo miedo, no te puedes fiar de nadie!", exclamó una vecina de la víctima, visiblemente afectada al enterarse de la muerte del dueño del restaurante Gorli. Pese a que su domicilio se encuentra colindante con el establecimiento, esta mujer se había percatado de que Ángel Abad había sido asesinado al ver los informativos por televisión.

Tras la noche de Sant Joan, la actividad en la calle Bordils de Porto Cristo se había iniciado más pronto de lo normal. La limpieza en la playa se había intensificado para borrar los rastros de las hogueras.

Cuando la empleada de la limpieza acudió ayer por la mañana al restaurante Gorli y se encontró con el cuerpo inerte de Ángel Abad, de 61 años, en el suelo, la apacible vida de Porto Cristo dio un brusco vuelco. La confluencia de las calles Bordils y Concepció quedó acordonada mientras los expertos de Homicidios y Policía Científica inspeccionaban el establecimiento para tratar de esclarecer el crimen.

Nadie en el entorno más cercano de la víctima oyó ningún ruido sospechoso. El propietario del bar Gorli mantenía todos los días una misma rutina y no era demasiado dado a la efusividad. De hecho, toda la gente que conocía a Ángel Abad coincidía en señalarle como una persona "muy reservada".

La víctima del crimen había desarrollado toda su vida laboral durante más de dos décadas en la calle Bordils de Porto Cristo. Una buena parte los pasó como empleado en otro restaurante de la zona. Un cuarto de siglo apegado a la primera línea de playa de este concurrido núcleo turístico.

"Era muy buen hombre. Trabajó durante 14 años en el restaurante de mi padre", indicó una vecina de Porto Cristo. Esta mujer se había acercado hasta el lugar al enterarse de la muerte violenta de Ángel. "Nunca causó ningún problema", recalcó. "Era un hombre muy serio y muy educado", indicó.

El cordón policial en la entrada del establecimiento y la presencia de agentes de la Policía Científica embutidos en sus llamativos monos blancos no habían pasado tampoco desapercibidos para los numerosos bañistas que estaban en la playa. Muchos de ellos se acercaron al establecimiento para tratar de enterarse qué era lo que había ocurrido.

José Luis Rodríguez, dueño del establecimiento colindante al restaurante Gorli, tampoco era capaz de encontrar una explicación al crimen de Ángel Abad. "Teníamos amistad de vecinos", abundó. La tarde del lunes, su esposa mantuvo una breve conversación con la que horas más tarde se convertiría en víctima de un crimen a sangre fría.

La charla versó sobre uno de los contenidos más manidos: los efectos de la crisis. "Hablaron sobre cómo iba la temporada. Ángel no se quejó de nada", subrayó.

Los dueños de los comercios de la primera línea de playa de Porto Cristo se encontraban conmocionados ante el suceso más grave ocurrido nunca en este núcleo turístico de Manacor. "Yo solo había tenido algún intento de robo en la máquina de refrescos. Ahora, la coloco en el exterior de la tienda", puntualizó el propietario del negocio situado junto al de la víctima.

La esposa de Ángel Abad se derrumbó en cuanto le comunicaron que su marido había sufrido una muerte violenta. Su hija, que también trabajaba con su padre en el negocio, también se personó en la zona sin acertar a entender por qué alguien había acabado con la vida de su progenitor.

Más allá de su presencia cotidiana en su restaurante, Ángel no frecuentaba ningún otro establecimiento de la zona. Su nieto acaparaba el grueso de sus atenciones. "No salía mucho. Solo iba a su trabajo". puntualizó cariacontecido el yerno de la víctima. "¡Es espeluznante!", exclamó.