Asesinato a sangre fría en Porto Cristo. Ángel Abad Torres, de 61 años, propietario del restaurante Gorli, ubicado en la primera línea de mar de la localidad, apareció ayer por la mañana sin vida tras la barra de su establecimiento. Le habían descerrajado dos disparos a corta distancia, probablemente con una pistola, que le alcanzaron en el hombro y en el cuello. En el local no había señales de lucha, lo que apunta a que la víctima no tuvo la menor posibilidad de defenderse. Los especialistas de la Policía Científica y el Grupo de Homicidios examinaron al milímetro durante horas la escena del crimen en busca de cualquier indicio que conduzca al asesino. Al mismo tiempo, los agentes tomaron declaración a los allegados a la víctima, en un intento de localizar a cualquier persona que pudiera tener motivos para cometer el crimen.

El día de ayer había comenzado para Ángel Abad como cualquier otro. Temprano, sobre las siete de la mañana, había bajado a su negocio desde su casa, ubicada en la parte superior de la finca. Un agente de la Unitat Territorial de Costes (UTC), la Policía Local de Porto Cristo, le vio mientras preparaba la terraza del establecimiento y se disponía a abrir. A esa hora también tuvo una corta conversación con el hamaquero de la playa, que como él se disponía a empezar su jornada. Todo parecía normal.

Esa aparente normalidad se quebró poco antes de las nueve de la mañana. La mujer de la limpieza entró en el restaurante y se encontró una escena horrenda. El hombre estaba tirado en el suelo, detrás de la barra del bar, cubierto de sangre. Estaba muerto.

Tras recibir el aviso de lo ocurrido se movilizó la Policía Nacional. Una patrulla de la comisaría de Manacor acudió al lugar poco después y comprobó que todo apuntaba a que se trataba de una muerte violenta. Se solicitó la intervención del Grupo de Homicidios y de la Policía Científica, y se alertó al juzgado de guardia de Manacor.

Poco después acudían al lugar los agentes especializados y una comisión judicial, con un médico forense. El examen determinó in situ que la víctima había fallecido al recibir dos disparos realizados de frente, a escasa distancia. Uno de los tiros le alcanzó en el hombro y el otro en el cuello, lo que le causó la muerte sin remedio.

La hora del fallecimiento se cifró sobre las siete y cuarto de la mañana, muy poco tiempo después de que los testigos hubieran visto a la víctima en aparente normalidad.

Comenzó entonces una minuciosa inspección de la escena del crimen. En el establecimiento no había señales de lucha y tampoco faltaba nada de valor, lo que inicialmente hacía que se descartara el móvil del robo. Allegados a la víctima confirmaron que a esas horas tan tempranas en el restaurante no había dinero.

En este punto, la investigación se encaminaba hacia un crimen premeditado y ejecutado a sangre fría, relacionado con un posible ajuste de cuentas o una venganza.

La Policía acordonó los alrededores del restaurante. A lo largo de toda la mañana los investigadores examinaron minuciosamente el local, recogieron muestras, tomaron huellas y buscaron el menor indicio que pudiera aportar luz al caso.

Al mismo tiempo, los agentes se repartieron por la calle y se entrevistaron con los vecinos y comerciantes de la zona. Se trataba de buscar a cualquier testigo que pudiera haber visto u oído algo sospechoso. Sin embargo, a última hora de la tarde estas gestiones no habían aportado fruto. Ni siquiera habían encontrado a nadie que hubiera oído los disparos.

El cadáver de la víctima fue trasladado al Instituto Anatómico Forense, donde previsiblemente hoy le será practicada la autopsia. El análisis de las balas permitirá determinar las características del arma. Ayer los investigadores se inclinaban porque se trataba de una pistola.

Los esfuerzos de la Policía se encaminaban a tratar de construir un perfil de la víctima. Durante el día de ayer tomaron declaración a sus principales allegados para determinar si tenía enemigos o si podría haber alguien interesado en darle muerte.

Ángel Abad era una persona muy conocida en Porto Cristo, pero los testigos destacaron que era un hombre muy reservado. Era originario de la península, pero llevaba más de veinte años en la locaidad, los últimos al frente del restaurante. Estaba casado y tenía una hija de unos treinta años, que trabajaba con él .