Sin el menor escrúpulo. Alejandro de Abarca se despachó a gusto ayer durante su declaración ante el jurado popular. Su rocambolesca versión en la que negaba haber matado a la joven Ana Niculai, a la que presentó de forma sorprendente como su novia, hizo que varios familiares de la víctima rompieran a llorar durante el juicio. No contento con eso, ´El Enano´, con la cabeza enfundada en una capucha, les dedicó una ´peineta´ cuando era conducido hacia el coche patrulla, en el patio de la Audiencia de Palma. El imputado acababa de ser increpado por un allegado a la perjudicada, que tenía 25 años cuando falleció asfixiada en el maletero de un coche en llamas en un camino a las afueras de Muro en 2010. El supuesto asesino escuchó los gritos e insultos de un joven, muy nervioso, que no se pudo contener. Momentos antes de entrar en el vehículo policial, alzó la mirada hacia él y el resto de familiares y le contestó con otra injuria. Todo ello, acompañado con un gesto desafiante y una ´peineta´ con las manos esposadas en alto.

La tensión en la sala de vistas se había ido incrementando a medida que iba declarando el acusado. Sus gestos, su voz entrecortada y sus balbuceos, como si estuviera drogado, no pasaron por alto para el público. Al finalizar la sesión de ayer, ´El Enano´ y los familiares de Ana Niculai se cruzaron miradas desafiantes. La magistrada presidente de la sala apremió a los presentes para que salieran cuanto antes y evitar cualquier tipo de incidente.

Horas antes, uno de los allegados a Ana Niculai aprovechó el momento en el que Alejandro de Abarca llegaba al Palacio de Justicia de Palma para increparle y llamarle "asesino" a gritos. El sospechoso no contestó y se dirigió tranquilo a los calabozos. Allí, permaneció recostado en un banco de piedra, tras las rejas, arremolinado en un rincón. Luego, se colocó la capucha en la cabeza.

Durante su declaración, ´El Enano´ miraba hacia el techo y movía sus dedos de forma nerviosa con las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros. En el momento que fue su turno para ser interrogado, le tuvieron que bajar el micrófono para adaptarlo a su metro y medio de altura. Quedó demostrado que no se amilana ante un tribunal. Está acostumbrado a declarar en los juicios. Desde 2001, acumula diez condenas firmes, la mayoría por violentos robos. Y ha pasado nueve años en prisión, hasta que empezó a tener permisos y volvió a delinquir. Su actitud es la de un camaleón, que se adapta a cualquier circunstancia para alcanzar su objetivo.