Un cartero reparte con calma y entre gotas de sudor la correspondencia entre las casas y los negocios, entre ellos un bar donde una mujer limpia concienzudamente los cristales. Ese cartero se cruza con un señor jubilado que carga dos cestas con tomates de ramellet y que dice "Hem passat una nit ben tranquil·la", mientras unas calles más allá un abuelo sale a pasear con su nieto. Sin salirse en ningún momento de la sombra, pasan por delante de un negocio donde la farmacéutica dispensa pastillas contra el dolor de cabeza.

De no ser por tres detalles, el aspecto que ofrecía ayer Estellencs oscilaría entre lo tranquilo y lo más tranquilo. La monotonía la rompían la notable presencia de cámaras de televisión, los pocos turistas para tratarse de plena temporada alta y una escena que a nadie le podía pasar inadvertida: los clientes nada habituales del hotel Maristel, esto es, los integrantes del equipo contraincendios. Como explicaba uno de los empleados del establecimiento, Sebastià Aneas, en estos días se les ha ofrecido comida y bebida a todos los que luchaban contra el fuego.

Tres detalles que evidenciaban que ayer no era un día cualquiera en el pequeño pueblo de la Serra. Era el día después de que se produjera una evacuación total ante el avance del fuego devastador. Había vecinos que aseguraban que no habían sentido ninguna nerviosismo en especial en su primera noche después del regreso al pueblo. "He dormido bien tranquilo", explicó Agustí Estarelles, un vecino jubilado de Estellencs que recordaba que, cuando regresaron anteayer se encontraron con un "pueblo fantasma". El dueño del local Sa Tanca, Marco Cavalmoretti, detalló que el pueblo iba recobrando la calma, pero consideró que el incendio tendrá consecuencias a largo plazo para la economía de un pueblo que vive de la llegada de visitantes.

"El turismo del que vivimos es el de gente que disfruta de la naturaleza, y ahora lo que hay [en el tramo entre Estellencs y Andratx] es un paisaje lunar. Ya no se puede disfrutar de esta parte", argumentó.

Una aventura con final feliz

Sentados en la terraza de Sa Tanca se encontraban ayer por la mañana Antònia Balaguer, Margalida Balaguer, Mateu Bosch y Montse Clivillé. Montse explicaba cómo sus tres hijos se habían tomado la evacuación "como una aventura". Una "aventura" que aún no ha acabado, sobre todo para los negocios del pueblo, como se encargaba de remarcar después Mateu.

"La situación no estará normalizada del todo hasta que no se reabra la carretera de Andratx [con Estellencs]. Es lo que da vida a los restaurantes, bares y hoteles. Mañana [por hoy] ya es agosto, estamos en plena temporada alta. Por si no tuviéramos suficiente con la crisis, ahora nos pasa esto", manifestó.

Cuando se les preguntó a este grupo de tertulianos de qué manera creían que iba a afectar a la llegada de visitantes el deterioro del paisaje por la acción del fuego, hubo alguno que echando mano del realismo aseguró que habrá gente que se acerque por la curiosidad de ver la superficie quemada.

Mientras en la calle principal del pueblo Catalina Moragues se ocupaba de colocar los manteles en las mesas del restaurante, iba explicando que por ahora hay poca actividad y que la mayoría de turistas que recibe Estellencs procede de la carretera con Andratx.

La evacuación planeaba aún sobre tertulias y charlas. La anécdota estrella era la celebración improvisada que se organizó al regresar al pueblo, aprovechando la infraestructura de una fiesta que quedó a medio acabar por la orden de desalojo.