"Creí que el barco estaba en alta mar y que iba a morir"
Este socorrista mallorquín que viajaba a bordo del buque naufragado en Italia relata cómo lo que era un viaje de ensueño por el Mediterráneo se transformó en una pesadilla real
Lorenzo Marina
"Al principio pensé que iba a morir. Creía que estaba en alta mar. Era noche cerrada, no había luces ni nada", evoca José Peña desde su domicilio en Son Ferrer. Nunca pensó este joven socorrista mallorquín que viviría una pesadilla semejante en el mar. Peña (Palma, 1984), entrenador del equipo infantil de fútbol San Francisco, es uno de los supervivientes del naufragio del Costa Concordia, el crucero que encalló el pasado día 13 frente a la isla del Giglio, después de una maniobra aparentemente temeraria del capitán tras acercar el buque a la costa más de lo debido.
Ahora su principal preocupación es tratar de que le reparen el daño causado. La huella psicológica del trauma sospecha que tardará algún tiempo en superarla.
Lo que el martes 10 de enero se vislumbraba como una apacible estancia durante una semana en un crucero de lujo por el Mediterráneo se tornó en pesadilla. Apenas tuvieron que transcurrir tres días para que el idílico panorama que se perfilaba diera un vuelco drástico.
"Embarcamos el martes a las 12 del mediodía en Palma. A las tres zarpamos con destino a Cagliari. Todo parecía muy bien. Un barco muy bonito, la atención era buena... un lujo", recuerda José.
De hecho, esa primera noche se celebró la cena de gala. El capitán Francesco Schettino fue el alma de la fiesta. "Nos hicimos fotos con él", evoca Peña. Un material fotográfico que yace ahora en el Tirreno.
La peculiar personalidad extrovertida del capitán empezó a llamar la atención. También su aspecto. "Tenía cara de cansancio", indicó el pasajero mallorquín. A pesar de esta circunstancia, Schettino quiso dejar patente su don de gentes. "Se hacía mucho con los pasajeros. Era muy bromista. La gente se reía mucho con él", subraya José.
Como en toda cena de gala que se precie, el ágape concluyó con un brindis con una copa de champán. El capitán del Costa Concordia prosiguió inmortalizándose en las cámaras de todo aquél que se quisiera acercar a él.
José Peña viajaba acompañado de tres amigos. Allí contactó con otros seis pasajeros mallorquines de Santa Ponça. El idioma, además, se antojaba algo fundamental en aquella Torre de Babel que era el descomunal barco.
Sobre las 12 del mediodía del miércoles 11 de enero, el Costa Concordia alcanzó el puerto de Cagliari. El comportamiento del capitán no llamó entonces la atención. "La maniobra de atraque fue normal. Nos fuimos a tierra sin ninguna preocupación", afirma José.
En este puerto italiano permanecieron cinco horas. Un tiempo más que suficiente para visitar la ciudad y hacerse las inevitables fotos de recuerdo antes de regresar de nuevo al barco. "A las cinco de la tarde teníamos que estar de regreso. Una hora antes de que zarpara". La maniobra de salida también pasó inadvertida. El próximo destino en el programa era la capital de Sicilia: Palermo.
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