Enterrado en la arena, a un metro de profundidad, apareció un esqueleto humano ahora hace cuatro años. Fue en ´La playa de los muertos´, nombre con el que antiguamente se conocía a la zona de La Romana, en Peguera (Calvià). Los huesos pertenecían a una mujer de mediana edad que había sufrido una muerte violenta entre los años ochenta y noventa. Junto a los restos humanos, los investigadores descubrieron muestras de cal, una evidencia de que no se quería dejar ningún rastro de lo ocurrido. El caso, que parece sacado de una novela negra, sigue envuelto en un halo de misterio. Aún no se ha podido resolver, pese a las ingentes pesquisas llevadas a cabo en los últimos años en la isla.

Todas las averiguaciones han resultado infructuosas. Tampoco las pruebas de ADN han arrojado luz al caso, ya que no han permitido identificar a la víctima ni dar con el paradero de sus familiares. Un juzgado de Palma que se encargaba de la investigación ha archivado la causa ante la ausencia de nuevos indicios o pruebas.

La última esperanza por esclarecer los hechos se centraba en una familia alemana que, tras enterarse del hallazgo de los restos humanos en la playa mallorquina, se sometió a las pruebas de ADN en su país para comprobar si el esqueleto pertenecía a uno de sus miembros que había desaparecido hacía más de una década en la isla. Los perfiles genéticos no coincidieron por lo que todas la pistas volvieron a esfumarse.

En mayo de 2007

El origen del caso se remonta al pasado 8 de mayo de 2007. Unos niños que jugaban en la arena a media tarde encontraron casualmente parte del esqueleto mientras cavaban un impresionante hoyo. A unos 80 centímetros de profundidad, descubrieron sorprendidos varios huesos. Los menores en seguida avisaron al padre de uno ellos, médico de profesión. El facultativo en un primer momento ya se percató de que entre los restos óseos hallados había un fémur humano. Por ello, no tardó en dar aviso a los agentes. Poco después, se personaron las patrullas de la Guardia Civil y de la Policía Local de Calvià. Un forense también se movilizó e inspeccionó la zona, mientras que un juzgado de Palma, que se encontraba en funciones de guardia, abrió diligencias tras ser informado del hallazgo de los huesos humanos.

De un primer examen, ya se comprobó que la persona llevaba muerta como mínimo diez años. Pero las pesquisas continuaron al día siguiente. Los agentes habían acordonado la zona y regresaron más tarde provistos de herramientas y útiles para seguir buscando más huesos. Con la ayuda de un cedazo para filtrar la arena, y una excavadora que removía la superficie, los investigadores encontraron nuevos restos.

Con todos los huesos recuperados, los expertos confirmaron que el esqueleto humano estaba incompleto. Faltaba el cráneo, la caja torácica y las extremidades superiores. En realidad, el hallazgo consistía en los restos de una persona de cintura para abajo, es decir, las extremidades inferiores. A pesar de que algunos de los huesos se encontraban muy deteriorados por el paso del tiempo y el efecto del agua del mar, un forense trató de recomponer todos los fragmentos como si se tratara de un puzzle en el que hay que encajar pieza por pieza. Los huesos de la playa de La Romana habían estado en contacto directo con el agua, por lo que habían perdido su consistencia inicial y se hallaban muy húmedos. Por esta razón, los especialistas guardaron los fragmentos en bolsas de papel y esperaron a que se secaran.

Entre los huesos más dañados se encontraba la pelvis. Esta pieza estaba completamente triturada y tuvo que ser reconstruida. Gracias al análisis de la pelvis y de otros huesos largos, como el fémur, los expertos pudieron saber datos tan relevantes como el sexo y la talla de la persona fallecida. Además, en el agujero cavado por los niños también aparecieron otros restos como alguna costilla y un diente.

Tras un minucioso estudio por parte de los especialistas, estos concluyeron que el esqueleto de La Romana pertenecía a una mujer de mediana edad, de unos 45 años de edad, que había tenido una muerte violenta. El cuerpo había sido enterrado boca abajo, a unos 80 centímetros de profundidad, hacía ya unos diez o quince años. Algunos restos óseos estaban muy dañados al haber permanecido en el subsuelo mezclados entre la arena y el agua salada del mar durante mucho tiempo. Además, se averiguó que el cadáver fue inhumado en una época posterior a la regeneración de esta playa de Peguera, ya que los huesos fueron localizados bajo la arena y sobre unas superficie de rocas.

Con todos los datos recopilados, los investigadores fueron estrechando el cerco y centrándose en un periodo más concreto de tiempo. Pero aún quedaba lo más importante: saber la identidad de la víctima. Por ello, un laboratorio de la península analizó el ADN del esqueleto. Luego, el perfil genético obtenido fue comparado con una base de datos de desaparecidos. Los ADN se cruzaron, pero no se produjo ninguna coincidencia. El misterio seguía sin aclararse.

Por último, una familia germana solicitó poderse hacer las pruebas de ADN para confirmar si el esqueleto era el de un pariente que se hallaba en paradero desconocido desde hacía muchos años. En esta ocasión tampoco hubo suerte. El caso seguía sin resolverse.

Ante la imposibilidad de poder poner un nombre y unos apellidos a los restos humanos descubiertos en La Romana y al no avanzar las pesquisas, el juzgado palmesano encargado del caso decidió dictar el sobreseimiento provisional del asunto.