Luis nació el pasado 2 de enero. Su madre, Ana Cameselle, es magistrada en Palma. La titular del juzgado de lo penal 6 de Palma se encuentra ahora de baja por maternidad, como otras compañeras en la isla que acaban de dar a luz. Cuando acaben las 16 semanas, podrá añadir otras 4 semanas de permiso por lactancia. La consolidación de la mujer en la judicatura ha hecho que se vea como algo normal y natural que una juez esté embarazada y sea madre. De hecho, cada vez hay más magistradas en Balears. El número de mujeres al frente de los juzgados en el archipiélago supera ya a los hombres. De 143 magistrados en las Illes, 72 son mujeres y 71, hombres. Cameselle recuerda que en su promoción eran "tres cuartas partes mujeres". Sin embargo, a pesar del notable incremento de las mujeres en la judicatura en la última década, en las altas instancias judiciales siguen siendo mayoría los hombres.

La profesión ha evolucionado de forma positiva en estos últimos años. Si bien todavía hay camino por recorrer, sobre todo en materia de conciliación familiar. Y es que hasta hace unos pocos años no estaba regulado el permiso de lactancia para las magistradas. Tampoco podían concursar y optar a otras plazas si habían pedido una excedencia por cuidado de hijo y, cuando les tocaba el ascenso forzoso a magistrada, debían cambiar de destino, lo que suponía un trastorno en el caso de ser madres. Estas situaciones han ido cambiando y los derechos de los jueces se han ido equiparando a los de los funcionarios.

Siete magistradas de Palma explican cómo han vivido la evolución de la judicatura en primera persona y recuerdan cómo fueron sus inicios. La mayoría de ellas son madres. Detrás de cada caso hay una historia de esfuerzo, sacrificio y fuerza de voluntad desde el momento en que empezaron a preparar la dura oposición a juez hasta alcanzar la plaza que ahora ocupan. Atrás quedan las jornadas interminables de estudio; el cambio de destino a una ciudad o un pueblo, lejos de la familia; los constantes viajes de ida y vuelta a casa en avión los fines de semana con la maleta llena de expedientes; la difícil decisión de separarse de un hijo de corta edad y dejarlo con el padre y el resto de familia para ocupar una plaza de forma forzosa en una ciudad extraña; o bien optar por llevarse al niño a la península y, con la ayuda de canguros y de la pareja, poder estar siempre de guardia, 24 horas todos los días, en un juzgado de primera instancia e instrucción.

Aparte de estos inconvenientes, la profesión cuenta también con determinadas ventajas como la estabilidad laboral, los permisos y un sueldo seguro. La mayoría de las magistradas consultadas son conscientes de ello y lo valoran, sobre todo en una época de crisis en la que muchísimas personas están en el paro, sin recursos económicos y pasan verdaderos apuros para llegar a fin de mes.

"Pero si quieres hacerte rico o vivir sin trabajar, no seas juez", comenta una magistrada de Palma. La actual sobrecarga de trabajo que soportan a diario, con jornadas maratonianas que se extienden también a los fines de semana, hace muy difícil conciliar la vida laboral con la familiar. Este es uno de los motivos por el que más de una magistrada de la ciudad ha tenido que renunciar a su puesto y optar por otro destino que le permita más tiempo para poder estar con sus hijos.

Carga y complejidad de casos

"Las magistradas más jóvenes tienen ahora más ventajas en el tema de la maternidad porque se ha evolucionado, pero lo tienen más difícil por la carga de trabajo que hay y la complejidad de los casos. Ahora empiezan con juzgados de más envergadura", indica otra experimentada magistrada.

Si se mira atrás, a un pasado no muy remoto, situaciones de antes ahora serían impensables. Por ejemplo, una magistrada, con su hijo recién nacido, con una semana de vida, acudiendo a la Audiencia de Palma para deliberar los casos con un tribunal; o barajando la posibilidad de trasladarse a Eivissa o Menorca para celebrar juicios cuando estaba a punto de salir de cuentas.

Hasta no hace mucho tiempo, en los años 90, resultaba extraño que una magistrada se quedara embarazada. "Antes no estaba muy bien visto. Que una juez se quedara embarazada suponía un problema. Había una falta de costumbre. A algunas personas de las altas esferas les costaba asumir que una magistrada fuera madre", destaca otra juez. Las mujeres no pudieron acceder a la judicatura en España hasta 1966. En ese año se permitió que entraran en la carrera judicial. Paulatinamente, fueron incorporándose en un mundo de hombres hasta el día de hoy, en el que apenas hay diferencias entre los dos sexos.

Magdalena Ferreté, magistrada del juzgado de lo penal 2 de Palma, recuerda que hace 25 años llegó al edificio judicial de Vía Alemania procedente de Cataluña: "Cuando vine a Palma, en el edificio solo había una juez mujer, María Ornosa. Empecé en el juzgado de distrito 5. Mi primer destino fue en Palma y ya no me marché de la isla. En aquella época éramos solo dos mujeres en el edificio y, mira ahora, cuántas magistradas somos en Vía Alemania". "En distrito 5, el juzgado era muy bueno. Todos me trataron muy bien. Yo era muy joven", comenta Ferreté. "Con el ciudadano no recuerdo haber tenido ningún problema por el hecho de ser mujer y tan joven. Con los compañeros el trato era exquisito y me sentí muy bien recibida en distrito 5", añade la magistrada.

La juez luego ocupó una plaza de magistrada en el juzgado de Menores. Este destino lo pudo convalidar cuando le tocó el ascenso forzoso a magistrada. De esta manera, no tuvo que marcharse de Palma. "Tuve mucha suerte y me quedé aquí", apunta Ferreté. Mientras estaba en Menores, en 1991, tuvo su primer hijo. "Recuerdo que el viernes estaba en el juzgado y el domingo ya nació el niño. Entonces, solo tuve la baja de maternidad", señala.

Ambiente machista

Un año después, cambió su plaza y fue a la Audiencia de Palma. Hace 18 años, en la Audiencia el ambiente era machista, aunque el trato era bueno, según la magistrada. Ferreté fue la mujer más joven como magistrada en la Audiencia, con 31 años. También fue la primera mujer que tuvo un hijo formando parte de un tribunal en la Audiencia. "Mi sala se portó muy bien. Tenía una compañera en el tribunal y siempre me trató muy bien e incluso me defendió. Los abogados en aquel tiempo llamaban a nuestra sala la Metro Goldwyn Mayer, por las iniciales de los nombres de los magistrados. Yo trabajé hasta el último día hasta tener a mi segundo hijo. Fue en el año 1993", confirma Ferreté.

Luego, con el bebé recién nacido, con una semana, tuvo que acudir al Palacio de Justicia para deliberar en más de una ocasión. No le quedó otro remedio que llevarse al niño. "En la Audiencia no teníamos horario. Los juicios se alargaban. No sé cómo lo hice con dos niños tan pequeños. Mi suegra me ayudó mucho. Y, por suerte, no tuve ningún problema con mis hijos. En la Audiencia había muchísimo trabajo. Estuve dos o tres años hasta que en 1995, cuando mi segundo hijo tenía dos años, me marché. Me di cuenta de que no tenía vida. Los fines de semana me los pasaba dictando sentencias. Por las tardes trabajaba con mis hijos al lado. No tenía tiempo para mi familia ni para mí", asegura la magistrada. Luego, regresó a Vía Alemania, a un juzgado de instrucción y, finalmente, en 2001, pasó a ser la titular del juzgado de lo penal 2 de Palma. "A pesar de todo, me considero privilegiada porque hacer un trabajo que te gusta es un privilegio. En mi caso tuve que renunciar a una plaza de categoría superior por cuestiones familiares. Fue por la carga familiar", concluye.

Tres bebés en casa

Concepción Moncada, magistrada del juzgado de lo penal 1 de Palma, estuvo en Manacor, Inca y Palma. Recuerda que le tocó ascender a magistrada cuando su primer hijo tenía ocho meses. "Gracias a la antigüedad que me daba tener el nivel B de catalán me pude quedar en Palma, porque si no, me hubiera tocado marcharme al País Vasco", confirma. Moncada estuvo en un juzgado de primera instancia y allí coincidió con el nacimiento de sus dos mellizos en el año 2002. "Entonces tuve 18 semanas de baja de maternidad. No había nada más", apunta. "En primera instancia trabajaba todas las tardes. Trabajaba mañana y tarde. La única forma de sacar adelante la casa con tres bebés, porque se llevan 23 meses con el mayor, fue tener a dos personas cuidando a los niños. Pero aquello se convirtió en un infierno. No podía ver a los niños. Aquello no era vida. No podía más. Tenía sensación de mala madre. No podía ir a los cumpleaños ni ir a buscarlos al colegio. La conciliación era cero. Entonces decidí renunciar a mi trabajo en primera instancia, que me gustaba mucho, y en 2005 cambié a un juzgado de lo penal. Mi vida cambió radicalmente porque ahora sí que puedo estar con mis hijos. Ahora es más fácil conciliar. Estoy en un destino privilegiado si lo comparo con los otros", añade.

Magdalena Morro, magistrada del juzgado de lo penal 5 de Palma, también cree que la judicatura ha evolucionado mucho desde que ella empezó. Morro tuvo su primera hija cuando preparaba las oposiciones. "Fue duro, pero lo pude compatibilizar con fuerza de voluntad y la ayuda de la familia", recuerda. Su primer destino como juez fue un juzgado en Balaguer (Lleida), donde se trasladó con su hija. "Con una niña pequeña en Balaguer era muy dificultoso porque siempre estaba de guardia. Noche y día. Era muy complicado. Tenía que recurrir a un canguro de confianza", destaca. Luego, estuvo de juez en Manacor y poco después le tocó el ascenso forzoso a magistrada. De nuevo regresó a Cataluña, a un juzgado de L´Hospitalet (Barcelona). "Mi hija ya no me acompañó. Se quedó en Palma con su padre", aclara. Durante ese año, su familia acudía a Barcelona a visitarla los fines de semana o bien ella viajaba a Mallorca. Finalmente, la magistrada acabó en Palma donde alternó un juzgado penal y otro de instrucción. Fue en su cuarto destino, en Palma, cuando tuvo el segundo hijo. "Entonces tuve el permiso de maternidad", indica.

Dejar a una hija para ir a Bilbao

Carmen González, magistrada del juzgado de instrucción 12 de Palma, recuerda que estaba en Inca de juez cuando le tocó el ascenso forzoso a magistrada. "Me tocó ir a Bilbao. A mi hija le faltaba poco para cumplir tres años. Fue muy complicado. La niña era pequeñita y yo allí no conocía a nadie. Pensé que lo mejor era dejarla en Palma con su padre y los abuelos. Fue una decisión muy dura", asegura González.

Durante el año que estuvo en el País Vasco, la magistrada viajaba continuamente a Palma. "Venía todos los fines de semana y los permisos con la maleta llena de expedientes para trabajar en mi casa. Acabé agotada. Mi hija, con tres años, me pedía explicaciones. No entendía por qué me iba. Le expliqué que era el jefe el que me mandaba ir a trabajar fuera. Ella insistió tanto en hablar con el jefe que le pedí a un compañero que hablara con ella haciéndose pasar por el jefe. La niña le dio una charla diciéndole que no había derecho a que no pudiera estar en su casa con su madre", comenta. Poco después, ya en Palma, la magistrada tuvo su segundo hijo. Entonces pidió una licencia por asuntos personales con la esperanza de que saliera una plaza en Palma. Y salió. "Antes no había ninguna ayuda para conciliar. Ahora, hay una normativa más protectora por ejemplo en la maternidad", explica González.

Mónica de la Serna, magistrada de la sección segunda en la Audiencia de Palma, destaca que la conciliación es una tarea imposible. "Las medidas actuales no son suficientes", apunta. Es madre de dos hijas y define su día a día como "una montaña rusa". "Hay que trabajar a destajo. Uno no tiene tiempo ni de almorzar con tanto trabajo y, por suerte, mi marido va a buscar a las niñas al colegio. En realidad no hay conciliación", añade la magistrada, que se plantea si sería posible contar con una guardería en el trabajo. Ella también estuvo en Bilbao. Lo del cambio de destino "es un trastorno", concluye de la Serna.