Para una persona accidentada en la montaña unos minutos pueden suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Por eso los miembros del Grupo de Rescate e Intervención en Montaña (GREIM) de la Guardia Civil de Mallorca tienen a gala su rapidez de actuación. Con la ayuda de la Unidad de Helicópteros tardan entre 30 y 45 minutos desde que reciben un aviso sobre una emergencia en alguna de las zonas montañosas de la isla hasta que llegan al lugar. Los agentes del GREIM, todos expertos escaladores, participaron a lo largo del año pasado en 65 rescates. Del total de personas afectadas, 91 salieron ilesas y 20 heridas. La cara amarga la supuso el traslado de los cadáveres de las once personas que fallecieron por diversas causas en lugares de difícil acceso.

"Tenemos una buena colaboración con los Bombers de Mallorca", explica uno de los agentes del GREIM. "Esto nos permite coordinarnos a la hora de afrontar un rescate. Por lo general los bomberos se dirigen por tierra al lugar donde hay un accidentado, mientras que nosotros vamos en helicóptero. Desde hace un par de años contamos con la ayuda del helicóptero de la Dirección General d´Emergències, que dispone una grúa, lo que a veces supone una gran ayuda a la hora de evacuar por aire a un herido".

Del total de 65 rescates en los que intervino el GREIM durante el año pasado, los miembros del grupo destacan tres, por distintos motivos.

"El rescate más complicado fue el de un alemán de 70 años que sufrió una caída por un acantilado mientras ascendía al Massanella el pasado 13 de junio", explica el jefe del grupo. "El aviso nos llegó sobre las nueve de la noche. El helicóptero salió y sobrevoló el sendero que asciende a la montaña, pero no halló nada y tuvo que regresar cuando se quedó sin luz solar. Durante la noche se le estuvo buscando por tierra, sin éxito, y en cuanto amaneció volvimos a salir con el helicóptero. Cuando estábamos a punto de volver porque nos quedábamos sin combustible, le localizamos, en medio de un acantilado. Se había caído de unos quince metros más arriba y había quedado en una pequeña repisa, a unos treinta metros de altura. Parecía muerto, pero cuando el helicóptero se acercó, vimos que se movía un poco. Como había que llegar con él cuanto antes, decidimos que uno de nosotros bajara en la parte alta del acantilado. No había sitio para que el helicóptero aterrizara, tuvo que hacer un apoyo parcial, manteniéndose en vuelo con la punta de un patín sobre las rocas, con las palas cortando las matas más próximas, mientras un guardia saltaba a la la montaña. Desde allí descendió con gran riesgo, sin cuerdas ni seguros, hasta donde estaba el hombre accidentado. Entonces confirmó el estado de riesgo extremo en el que estaba el herido, con el peligro de despeñarse en cualquier momento y lo comunicó por radio a sus compañeros. El helicóptero se acercó de nuevo para dejar a otros dos guardias arriba, y regresó a base en el límite de combustible. Aseguramos al herido y desde la parte baja del acantilado ascendió otro guardia y un bombero con el material necesario. Descolgamos al hombre con cuerdas en una camilla especial, junto a dos guardias para protegerle. El hombre fue hospitalizado y se recuperó totalmente".

Una intervención que acabó bien, a diferencia de la ocurrida el 30 de septiembre, cuando el GREIM tuvo que intervenir en el rescate del cadáver de un joven, miembro de los Bombers de Mallorca, que falleció ahogado mientras descendía el Torrent de Coanegra, por donde bajaba un gran caudal de agua. "Los bomberos habían iniciado ya el rescate, al que nos unimos nosotros", explica un miembro del equipo. "Las condiciones eran muy malas, caían muchas piedras y el terreno era muy inestable. Además, llovía mucho y corríamos el riesgo de que subiera más el caudal del torrente. Finalmente logramos sacarle con el helicóptero de Emergències".

El pasado 1 de diciembre los miembros del GREIM participaron en otro de los rescates más dramáticos del año. Sobre las diez de la noche fueron movilizados para sacar el cadáver de una persona que estaba en el fondo de un profundo pozo, de unos treinta metros, en una zona boscosa del término de Calvià, cerca de la playa de El Mago. La excavación tenía apenas un metro por metro y medio de anchura. Dos agentes, con equipos autónomos de respiración, se descolgaron con cuerdas. La inspección del cuerpo fue extremadamente complicada. En el estrecho pozo, los dos guardias con una botella de oxígeno a la espalda, apenas podían moverse sin pisar el cadáver. Fue imposible introducirlo en una bolsa, por lo que tuvieron que ceñir un arnés bajo los brazos del cadáver para que le izaran desde arriba.

Fue después, con la inspección ocular y con el análisis del forense, cuando se descubrió lo que había ocurrido. La víctima era un cazador que había caído al pozo accidentalmente una semana antes. Tras permanecer tres días en el fondo del pozo, con graves heridas en las extremidades, se había quitado la vida con un disparo de su escopeta.