Frederic Perers, 'cazador' de castellanismos: "Los siglos XVIII, XIX y XX son un túnel del terror contra el catalán"
El artista visual recopila en 'L'efecte Villalpando' más de 400 castellanismos normativos que, asegura, documentan la subordinación histórica del catalán al castellano
David Morán
¿Armilla o guardapits? ¿Xusma o gentalla? ¿Vacuna o vaccí? Aunque no lo parezca, en todas estas combinaciones existe un castellanismo; una palabra que llegó al catalán por proximidad o vecinaje y acabó desplazando, cuando no liquidando, a una palabra homóloga preexistente. Así que, ¿resar o pregar? Veamos que tiene que decir al respecto el filólogo Joan Coromines: “En catalán fue un castellanismo al principio absolutamente resistido, hoy tolerado y seguramente admisible, si bien hay que preferir ‘pregar’ y ‘orar’; se introdujo por obra de los predicadores ‘botiflers’ y acastallanados que tanto dominaron en los siglos XVI-XVIII”.
“Hasta el siglo XVII, las cartas genuinas catalanas eran las astrales o las marítimas. Las misivas eran las ‘lletres’. Y si miras alrededor, está 'lettre' en francés, 'lettera' en italiano, 'letter' en inglés.. En muchos casos, el catalán es mucho más coincidente con otras lenguas del entorno”, apunta ahora el diseñador y artista visual Frederic Perers (Barcelona, 1974), entregado durante años a la caza de todas esas palabras han ido colonizando el catalán desde el siglo XIII. “Durante siglos hubo una influencia bidireccional entre castellano y catalán, pero a partir de la Unión Dinástica se produjo un cambio de tendencia y, sobre todo a partir de la derrota en la Guerra de Sucesión de 1714, se entra en una tendencia desbocada, en un alud de castellanismos”, resume Perers.
Lengua 'desoficializada'
El también autor de ‘Voreres, la memòria subtil’, historia alternativa de Barcelona a través de las baldosas de las aceras, confiesa que siempre ha tenido debilidad por los temas relacionados con la lengua, pero no fue hasta que viajó a la India en 2009 y detectó palabras en inglés "en medio de un código absolutamente ininteligible" cuando decidió ponerse a perseguir castellanismos con ademanes detectivescos. “Si 90 años de ocupación británica habían dejado ese poso en la India, ¿cómo debía estar el catalán por dentro después de 300 años, 250 de los cuales con la lengua desoficializada?”, se preguntó.
La primera respuesta llegó en 2015, cuando cazó, archivó y documentó 400 castellanismos normativos para ‘L’efecte Villalpando’, una instalación de la exposición ‘Temps d’acció’ en el Arts Santa Mònica. 400 palabras ordenadas por orden de llegada al catalán (excepciones: ni castellanismos no normativos ni los que, como canoa, volcán, tomate, piragua o caimán, llegaron a través de lenguas amerindias con términos que ninguna lengua europea tenía) que dibujaban una curva vertiginosamente ascendente. “Cuando lo tenía todo clasificado en el ordenador, me quedé helado: ahí estaba la historia del país. Ya no eran palabras, sino unidades de medida, cifras inapelables. No he cocinado nada. Sólo lo he ordenado”, explica ahora que aquella instalación artística se ha convertido en libro que recopila y contextualiza todos los castellanismos.
Dominación política
Sobre un mural primero y ahora en el papel, una foto fija del “impacto de la subordinación del catalán al español”. Castellanismos por vecindad hasta el siglo XV, “dominación política” a partir del XVI, barra casi libre después de eso. El título, de hecho, hace referencia a una instrucción secreta del fiscal del Consejo de Castilla José Rodrigo Villalpando, que en 1716 abogaba por la castellanización de los catalanes “de forma que se consiga el efecto sin que se note el cuidado".
“Ese disimular duró poco, la careta cayó pronto”, asegura Perers, para quien con el siglo XVIII llegó la auténtica pesadilla lingüística. “Si te fijas en la bibliografía de los siglos XVIII, XIX y XX, es un túnel del terror contra la lengua y los catalanes. Parece una gracieta y mucha gente lo ve como algo banal, pero era un túnel del terror de 300 años: edictos, órdenes, decretos… Todo hecho expresamente para quitar el catalán explícitamente de todo lo que fuera administración pública”, recuerda.
Es también entonces cuando la introducción de castellanismos se desmadra: de las 426 palabras que recoge el libro, más de 370 llegaron al catalán partir del siglo XVII; la mayoría, matiza, entre el XIX y el XX. Ahí están, por ejemplo, vacacional, xabola, tiet, teló, ressaca o quiròfan, por citar unas pocas. “Ahora la influencia es mucho más bestia, mientras que la que el catalán puede ofrecer al castellano es directamente nula, zero. No tiene poder de influencia. Habría que ver cuál es el último catalanismo que ha entrado en la RAE, pero juego algo a que hace como mínimo cien años”, añade.
Vasos comunicantes
En ‘L’efecte Villalpando’, Perers acompaña cada entrada con referencias a filólogos como Gabriel Bibiloni, Jem Cabanes o Carles Castellanos y citas de los diccionario etimológico de Joan Coromines y el Alcover-Moll, y se acaba preguntando qué futuro le espera al catalán. “¿Una lengua puede resistir eternamente este nivel de presión de otra lengua demográficamente más fuerte y que además está amparada por un Estado?”, inquiere.
Y, acto seguido, él mismo sugiere una posible respuesta. “Las lenguas son vasos comunicantes: si avanza una es porque la otra recula. Existen personas bilingües, políglotas si quieres, pero los territorios bilingües lo son siempre transitoriamente. Siempre ha habido un desastre, una guerra, una situación de colonización… Y siempre que ha habido una situación de dos lenguas en un territorio, una se acaba comiendo a la otra. Lo que pasa es que no viviremos lo suficiente para verlo. Pero siempre hay un desafortunado que lo ve”, reflexiona.
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