Colectivos vulnerables
La vida después de una banda en Medellín: "Si me asesinan moriré feliz, ahora trabajo por la paz"
Dos jóvenes colombianos reivindican los proyectos comunitarios y culturales para alejar a los niños de la violencia
Elisenda Colell
Una sonrisa radiante ilumina su cara. La vida de Sandro no ha sido fácil, pero hoy vuelve a ser feliz. Formó parte de una banda juvenil en la Comuna 13 de Medellín (Colombia) pero su vida ha dado un vuelco de 180 grados, igual que las contorsiones de los bailarines de 'break dance'. El hip-hop le alejó de la violencia, y ahora es él quien trabaja con los jóvenes del mismo barrio para que tengan oportunidades.
El proyecto de Casa Kolacho es un buen ejemplo de ello. También lo son los jóvenes afrodescendientes que, desde la comuna 3 de la misma ciudad, se forman en talleres y espacios de arte autodenominados 'Gaminantes' e 'Utopías empantanadas'. "Debemos poder habitar nuestras ciudades, ¡otra ciudad es posible!", exclama Margarita Caicedo, miembro de este colectivo.
Unos proyectos que les devuelven a la vida y brindan oportunidades a cientos de niños. Aunque no es fácil luchar por ellos: "No podemos olvidar que Colombia es un país con una larga historia de violencia -incide Sandro-. Pero si ahora me asesinan moriré feliz, estoy trabajando para la paz".
Las bandas delincuenciales se aprovechan de la falta de oportunidades para arrebatar a los niños su infancia. Lo saben bien quienes participan en Casa Kolacho: un colectivo de jóvenes autogestionados que, a través del arte y la cultura del hip-hop, reivindican un nuevo porvenir de la Comuna 13 de Medellín.
La entidad no solo da oportunidades a los jóvenes para aprender el arte del graffiti, el rap o el break-dance. También se dedica a organizar tours por la comuna a los visitantes. El objetivo, que los jóvenes se aparten de la violencia de las bandas y que los 'capos' de esos grupos comprendan que el barrio no es suyo, sino de la gente que vive en él.
El poder del rap
Sandro es uno de los activistas que trabaja en este proyecto. Gracias a su vivencia, es de los que mejor puede entender a los niños del barrio. A él, su arte rapeando le salvó. “‘Enfócate en el arte, me decían’”. Y eso hizo.
"Empecé a valorar las cosas. Volví a rezar, agradecí... Aprendí que todo en la vida es pura voluntad". Es consciente que su vida ha dado un vuelco. Pero también es un referente para que muchos jóvenes sigan su camino.
Activista para los derechos del colectivo LGTBI, está rompiendo moldes en Colombia. "He estado rodeado de penumbra, pero ahora me he centrado en el arte, en enseñar, en escuchar, en respetar... ¡Y me pasan cosas tan 'chimbas'! Uno atrae con lo que hace, es impresionante ver cómo puedes cambiar otras vidas", agradece.
"Estaba ofendido, lleno de odio por el asesinato de mi hermano, y me acabé uniendo a una banda: de repente me podía pagar una casa, ropa motos, drogas"
Espacios de oportunidades
Ahora su propósito es alejar a los adolescentes de la violencia y llevarles a nuevas oportunidades. Mientras cantan y componen con él, se alejan del mundo criminal. "Necesitamos educación de calidad para todos, no solo para los ricos", reivindica. Margarita Caicedo asiente. Esta joven afrodescendiente, hija de una mujer desplazada por el conflicto armado, llegó a la comuna 3 de Medellín de muy pequeña.
"Gracias a las casas comunitarias entendimos que, a través del arte, otra ciudad es posible. Aprendimos a tocar la guitarra, íbamos a una ludoteca, una biblioteca... nos formamos y nos dimos cuenta de que tejiendo desde lo colectivo podemos habitar la ciudad y construir un mundo mejor", explica Caicedo.
Pero luchar por la paz no es fácil. "Colombia es un Estado fallido que queremos cambiar. Es muy duro construir alternativas para la paz, no es todo de color de rosa", advierte Sandro. Pero está tranquilo. "Ahora, si me asesinan, moriré feliz: seguiremos luchando por y para el barrio, sé que estoy en el lado bueno trabajando por la paz", defiende el joven.
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