Demencias mentales

Isabel Güell, neuróloga: "Una ecografía de las carótidas a los 65 años podría evitar muchos ictus"

La especialista en demencias mentales explica el funcionamiento del cerebro en un ensayo basado en sus vivencias con sus pacientes durante la pandemia

Isabel Güell, neuróloga.

Isabel Güell, neuróloga.

Juan Fernández

Igual que la enfermedad revela los secretos del organismo con una evidencia difícil de captar en la salud, las situaciones extremas sacan a la luz la naturaleza de la condición humana con una crudeza indetectable en los momentos de normalidad. Durante los meses más duros de la pandemia, la neuróloga Isabel Güell, especialista en demencias y patologías cerebrales del Centro Médico Teknon de Barcelona, se dedicó a recoger en un dietario sus impresiones personales de aquella experiencia y el seguimiento que hizo de algunos de sus pacientes, una población formada por enfermos de alzhéimer, personas con deterioro cognitivo y lesionados cerebrales que no se reconocen frente al espejo. Aquellas notas las ha reunido en 'Un mundo extraño' (Debate), un libro que habla de todo lo que las circunstancias más difíciles e inusuales pueden revelar acerca de nosotros mismos.

-¿Qué le ha enseñado la pandemia?

-La capacidad tan asombrosa que tenemos para adaptarnos a las situaciones más imprevistas y extremas. Cada cerebro es único, pero me llamó la atención cómo todos redujimos nuestra actividad durante aquellos meses sin mayores problemas. En los primeros días pensaba que tendría una avalancha de llamadas de pacientes presos de la ansiedad, pero se produjo un gran silencio. Yo misma noté cómo me aletargaba y dormía más horas de lo habitual, como si mi mente hubiera decidido: ahora toca recogimiento, igual que hacen los osos polares en invierno.

-¿No le sorprende lo rápido que lo hemos olvidado?

-El cerebro está diseñado para olvidar. Solo así podemos seguir adelante y sobrevivir. Pero me preocupa que no hayamos aprendido una de las lecciones que nos dejó esta pandemia, y es que no hay nada más barato y rentable que invertir en sanidad, porque nos libra de los problemas que acarreamos cuando no lo hacemos. Ahora sabemos que un simple virus nos puede encerrar en casa durante meses. Después de haberlo vivido en persona, me parece inconcebible que sigamos padeciendo estas carencias en el sector sanitario.

-A un traumatólogo o un nefrólogo no podría hacerle esta pregunta, pero a usted, que estudia el cerebro, sí: ¿qué somos?

-Un producto de la evolución. Nuestro cerebro no nace plano, sino que lleva predeterminados comportamientos heredados de las generaciones que nos precedieron. Sus vivencias configuraron la capacidad para percibir el mundo, emocionarnos, ser conscientes y planificar a largo plazo que hoy tenemos los humanos. Este dato es muy revelador, pero solemos olvidar el mensaje que lleva inscrito.

-¿Cuál?

-Que todo lo que nosotros hagamos ahora determinará el comportamiento de las generaciones venideras. Nuestro cerebro tiene 100.000 años de vida y la escritura, apenas 6.000. En realidad, estamos al inicio de la historia de nuestra especie. Saber esto me transmite una enorme paz cuando veo la crueldad que somos capaces de causarnos a nosotros mismos, porque pienso en todo lo que le queda por evolucionar a nuestro cerebro. De nosotros depende que avance hacia un cerebro ético, pero nadie nos garantiza que sea así. No toda evolución es progreso.

-En ese proceso, saber cómo funciona el cerebro puede ser crucial. ¿Lograremos entender ese órgano en su totalidad algún día?

-No sé si ese momento llegará, pero cada vez conocemos mejor su funcionamiento. Los mayores descubrimientos nos los han aportado los enfermos y pacientes con daño cerebral. Sabemos dónde está el área del lenguaje porque una autopsia realizada a un fallecido con problemas de habla reveló una lesión en una zona concreta. Sabemos que la conciencia está relacionada con el lóbulo prefrontal y que un recuerdo es un grupo de neuronas que se excitan siguiendo una pauta. Pero también sabemos no existe un rincón donde estén guardados los recuerdos. La memoria no es una grabadora.

-Tal y como apunta en su libro, observar un cerebro mientras funciona permite extraer conclusiones trascendentales. Por ejemplo, en el campo del libre albedrío. Al final, cuando elegimos algo, ¿tomamos la decisión nosotros o lo hace ese órgano?

-Lo que hemos descubierto es que, en el momento de elegir, se activan antes las áreas del inconsciente que las de la consciencia. Es como si el cerebro nos diera las decisiones ya tomadas, aunque nos haga creer que somos nosotros quienes elegimos. Si lo analizamos, tiene todo el sentido. El cerebro acumula más información de la que podemos procesar en esa décima de segundo. Por eso, lo hace él por nosotros.

-¿Qué reflexión extrae de esa observación?

-Que debemos escuchar más a las emociones, porque ellas manejan información, parte heredada de nuestros antepasados, que escapa a nuestra consciencia. Cuando dudamos entre hacer un viaje o no hacerlo, entre elegir a o b, esa sensación que notamos en nuestro interior debemos tenerla en cuenta.

-¿Es cierto que existe una conexión entre la espiritualidad, la epilepsia y el lóbulo temporal?

-Hoy sabemos que si excitamos con electrodos ciertas zonas del cerebro, se activan determinadas sensaciones. Decir que Dios o el sentimiento de trascendencia se ubica en una zona concreta del cerebro es exagerado, pero observar que se produce esa reacción al estimular esas áreas es como ver la punta de un iceberg. La conciencia de Dios, la bondad y la maldad las llevamos en el cerebro porque nuestros antepasados las incorporaron en un momento dado de nuestra evolución y las han ido desarrollando durante generaciones.-Muchos de sus pacientes son personas de edad avanzada y cada vez vivimos más años. ¿Hacia dónde nos dirigimos?

-Hoy sabemos que el 40% de los mayores de 85 años va a desarrollar alzhéimer. Esta enfermedad es muy variable, hay quien deja de reconocer a su familia en cuestión de meses y quien avanza lentamente hacia el olvido durante años. Pero si cada vez vivimos más, algún día la mitad de la población no podrá ir a trabajar porque tendrá que cuidar a sus familiares aquejados de demencias cognitivas. El envejecimiento de la sociedad es un grave problema, pero nadie está previendo ese escenario.

-¿Cómo podríamos hacerlo?

-Por suerte, hoy nos cuidamos más, fumamos menos, controlamos más la dieta y llegamos a edades avanzadas en mejores condiciones. Tengo pacientes de 80 años con una energía y unas capacidades admirables. Pero hay daños cerebrales causados por problemas vasculares que podrían prevenirse fácilmente, y no lo hacemos. A los 65 años, una simple ecografía de las carótidas, que es una intervención sencilla y barata, podría evitar muchos ictus, porque permitiría detectar coágulos a tiempo y tratarlos con anticoagulantes o una aspirina. Si esta medida se aplicara a toda la población, imagine la factura sanitaria, los cuidados y el sufrimiento que nos ahorraríamos. 

-Como neuróloga, ¿qué le parece la Inteligencia Artificial de la que se habla tanto últimamente?

-Esa tecnología tiene aplicaciones muy útiles en muchos campos, incluida la medicina. Hoy hay test para detectar demencia elaborados por esos programas que funcionan muy bien y robots que ayudan a operar con un grado de sutileza inalcanzable por un cirujano. Pero me cuesta pensar que esas máquinas puedan sustituirnos. No me imagino haciendo esta entrevista con un ente digital o que usted vaya al médico y le atienda un robot. Las relaciones humanas son insustituibles. De momento, a mí me interesan las emociones y la capacidad creativa de los las personas, no las de las máquinas.

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