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NEUROCIENTÍFICA EN EL METHODIST HOSPITAL DE HOUSTON (EE UU)

Sonia Villapol: "La pandemia ha causado una sociedad más débil y vulnerable a otras enfermedades"

“Existen muchas evidencias que demuestran que la infección de SARS-CoV-2 provoca una inflamación crónica que daña multitud de tejidos y órganos, incluido el sistema cardiovascular”

La científica gallega Sonia Villapol. TEXAS MEDICAL CENTER

La neurocientífica gallega Sonia Villapol Salgado (Bretoña, A Pastoriza, Lugo, 1977) es una de las investigadoras de referencia de la pandemia. Es investigadora principal y profesora en el Center for Neuroregeneration del Methodist Hospital Research Institute, en Houston (EE UU), y miembro del equipo de investigación internacional COV-IRT, en el que coordina el equipo de neurocientíficos que analiza cómo afecta el coronavirus al cerebro y al sistema nervioso. Hace ahora dos años ofreció una entrevista en FARO DE VIGO, del grupo Prensa Ibérica, en la que avanzó los efectos del COVID en el cerebro, que estudios posteriores han ido confirmando. Ha sido parte del grupo central de científicos que esta semana han publicado en “Nature” un trabajo de importancia global con recomendaciones consensuadas por 386 expertos de 112 países para acabar con el COVID-19 como amenaza para la salud pública.

–Este trabajo en “Nature” contradice la idea establecida de que no se puede hacer nada más contra el COVID y que hay que convivir con él sin más. Parece imposible erradicar el virus en las condiciones actuales, pero, ¿se puede conseguir que no sea una amenaza para la salud pública?

–Es cierto que existe un cansancio pandémico en la sociedad en general, sumado a la reducción de los fondos asignados en respuesta a la pandemia, lo que provoca que lideres mundiales hagan una politización de la salud pública, o se plantee la aberrante idea de “gripalizar” el COVID. En definitiva, da la sensación que se está actuando como si la pandemia se hubiese acabado, y nunca es tarde para enviar recomendaciones al respecto. La OMS continúa asegurando que el COVID sigue siendo una emergencia de salud global. Este estudio Delphi de consenso trata aportar unas recomendaciones elaboradas dentro de un panel global y diverso para que se tomen acciones que tengan un impacto en la sociedad, y siempre basadas en evidencias científicas. En el escenario actual la pandemia no ha terminado, sigue muriendo gente a diario, en los países dónde se tiene acceso a vacunas, la gente las rechaza, y por el contrario, en otros países las vacunas no alcanzan para toda la población. El virus se sigue transmitiendo y con ello continúa mutando, las nuevas variantes evaden la inmunidad dejando una vez más la posibilidad de una nueva ola en invierno con el aumento de contagios y hospitalizaciones. Este estudio hace un llamamiento a las instituciones y gobiernos de todo el mundo a que se adopten medidas de forma global, coordinada e inmediata siguiendo una serie de recomendaciones y unan esfuerzos que puedan garantizar de alguna manera la distribución igualitaria de las vacunas que bloqueen la transmisión, mejores medidas de protección y tratamientos, o mejoras en los sistemas de salud.

–¿Cuál ha sido su papel en este documento?

–Ha sido un lujo colaborar con el grupo central de los 40 científicos liderado por el doctor Jeff Lazarus, del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). Sus conocimientos sobre salud pública, su visión audaz para enfocar los puntos clave, y la habilidad para conectar y coordinar este grupo tan diverso, hizo posible que más de 300 expertos multidisciplinares de 112 países participaran en varias rondas de encuestas. Los cuestionarios se tuvieron que elaborar en consenso con el grupo central, y como neurocientífica hice sugerencias relacionadas con los temas relacionados con la COVID persistente, manejo y tratamientos, así como otras temáticas más vinculadas a mis áreas de investigación. He tenido en cuenta la información substraída de nuestras publicaciones previas de COVID persistente en adultos y niños. Además, también participé en las tres rondas de preguntas.

–Ya en abril de 2021, en una entrevista con el periodista gallego Manuel Jabois en “El País”, decía que el COVID “es básicamente una enfermedad inflamatoria y cardiovascular”. Si preguntamos en la calle, es muy probable que la gente responda por abrumadora mayoría que es una enfermedad respiratoria, similar a una gripe o a un catarro. ¿Por qué no ha calado el mensaje de que este coronavirus puede afectar a multitud de órganos?

–Una de las recomendaciones extraídas del estudio de “Nature” aconseja a los gobiernos que deberían mejorar la comunicación con la población. Al principio de la pandemia se establecieron dogmas como que el virus no infectaba a los niños, que se transmitía por superficies, por lo que había que desinfectar todo, o que es como un “catarro” o como la gripe. A veces a la gente no le resulta fácil cambiar la idea de esta información falsa, sobre todo si los canalizadores de estos mensajes han sido representantes de organismos sanitarios o lideres políticos que supuestamente son personas en las que se debería escuchar y confiar. Sin duda, tanto el COVID como la gripe son infecciones virales que comparten síntomas respiratorios y se transmiten por el aire, pero sabemos que el SARS-CoV-2 afecta a muchos más órganos que los pulmones. Existen muchas evidencias que demuestran que la infección de SARS-CoV-2 causa inflamación crónica que daña multitud de tejidos y órganos, incluido el sistema cardiovascular.

–¿Hacen falta estudios serios para investigar la posible relación entre los efectos a medio y largo plazo de la infección por COVID y el exceso de mortalidad que han registrado varios países, entre ellos España, y que no se explica totalmente por el calor de este verano ni por otras causas?

–Sí, es importante demostrar una causalidad. Por una parte, tenemos los datos de exceso de mortalidad en el verano de 2022 en todo el mundo, y por otra sabemos que la infección por SARS-CoV-2 aumenta el riesgo de padecer otras enfermedades a medio o largo plazo.

También el COVID contribuye a este exceso de mortalidad en un 10%, pero además sigue siendo una causa de discapacidad y muerte, junto con enfermedades pulmonares, cardíacas, cáncer, demencia y otros desafíos. La pandemia ha causado una sociedad más débil y más vulnerable a otras enfermedades. Un estudio indica que un año después de la infección se ha demostrado un aumento en el riesgo de padecer problemas cardiovasculares, ritmos cardíacos, inflamación del músculo cardíaco, coágulos de sangre, infarto de miocardio o insuficiencia cardíaca, y esa es la realidad, no otras especulaciones. También veníamos anunciando desde 2020, y ahora ya hay estudios que lo indican, que la infección de COVID aumenta el riesgo de acelerar los procesos neurodegenerativos en los enfermos de alzhéimer o incrementa el riesgo de desarrollar la enfermedad a una edad más temprana.

–Sí, lo adelantaba usted en una entrevista con FARO en noviembre de 2020, hace ahora dos años.

–Otros de los puntos destacados en nuestro estudio en “Nature” es que la pandemia causó una saturación de los servicios de salud, lo que provocó que millones de pacientes con cáncer y enfermedades crónicas hayan experimentado retrasos peligrosos en la atención médica. También la falta de diagnósticos y tratamientos a tiempo para enfermedades como el cáncer, las enfermedades cardíacas o incluso la depresión. Es muy probable que se trate de una combinación de factores. Y, por otra parte, no podemos descartar que el cambio climático es una realidad que no va a desaparecer y no se debería ignorar. Los días de calor extremos serán más comunes, y las temperaturas altas puede provocar problemas cerebrovasculares, ataques cardíacos, coágulos en personas mayores y vulnerables.

–Un reciente estudio de investigadores gallegos plantea si el SARS-CoV-2 es un virus oncogénico. ¿Asusta que se vayan descubriendo más efectos a largo plazo de este virus?

–Cierto, asusta, pero no sorprende. Al igual que otras infecciones virales, el SARS‐CoV‐2 puede promover la aparición de cáncer al inhibir los genes supresores de tumores. Aunque improbable, tal hipótesis no puede ser excluida a priori. Sabemos que el cáncer es una enfermedad multifactorial y una de las causas es por infección viral, y un ejemplo es el virus del papiloma humano, cuyas proteínas tienen un potencial oncogénico. En este estudio de Gómez-Carballa, Martinón-Torres y Salas se demuestra que la inhibición por parte de SARS-CoV-2 a largo plazo de la proteína p53, puede aumentar el riesgo de producir cáncer. La relación causal entre este virus y el cáncer no ha sido demostrada en clínica, pero no se puede descartar. También sabemos que la inflamación crónica causada por COVID u otras infecciones virales también aumenta el riesgo de neurodegeneración a largo plazo, y con ello el riesgo de alzhéimer o párkinson.

–En el documento de consenso publicado en “Nature” se refleja la opinión casi unánime de que hay que investigar los efectos a largo plazo de la infección por SARS-CoV-2. ¿Cómo se podrá hacer si ya no se hacen test ni se incluye el resultado en las historias médicas?

–Si tenemos un diagnóstico claro con marcadores para la COVID persistente, registrar o no la infección inicial no sería determinante. Representa una necesidad urgente disponer de más soluciones para la COVID persistente. Ha surgido como una condición crónica grave y continúa eludiendo el buen diagnóstico y tratamiento definitivo, lo que representa una amenaza constante y peligrosa para las personas afectadas. Y ya no solo las consecuencias directas en la salud, también ha perturbado la actividad económica, interacciones sociales, y ha afectado a las libertades civiles y a la educación. Por eso en el estudio Delphi destacamos la urgente necesidad de financiar la investigación de los síntomas de COVID a largo plazo, tanto para identificar nuevos marcadores que permitan diagnosticar y acelerar las nuevas terapias.

–¿Todavía hay médicos que le restan importancia al COVID persistente o incluso niegan su existencia?

–A principios del año 2022, una de las asociaciones españolas de médicos de familia publicó un editorial animándonos a “convivir” con el virus, a despreocuparnos de los contagios y a considerar la COVID como una gripe. Una medida que también adoptó el Ministerio de Sanidad. De este modo se banalizan las infecciones y se da a entender que la gente vacunada no requerirá ser hospitalizada y la enfermedad se superará sin problemas. Pero no tienen en cuenta que pasar la COVID con síntomas leves o moderados no excluye a la gente de padecer secuelas o síntomas persistentes durante meses que afectarán a la calidad de vida o pueden desarrollar otros problemas crónicos. Desconocer la sintomatología, la patología y los tratamientos para la COVID persistente no debería de conducir a los profesionales de salud a negar su existencia, sino a potenciar urgentemente su investigación.

–¿Hay menos incidencia de COVID persistente con la variante ómicron y con las vacunas?

–La posibilidad de que incluso un caso leve de COVID se convierta en una afección médica debilitante a largo plazo, es un temor que nos debería de poner alerta para evitar infectarnos. Hasta el momento se sabe que la variante ómicron fue la responsable del 20% de los casos de COVID persistente registrados en 2022. Y también es cierto que la vacunación reduce sustancialmente el riesgo de desarrollar más tarde síntomas persistentes hasta en un promedio del 50%, y eso sumado a que la vacunación reduce del riesgo de infección y de los síntomas graves en la fase aguda.

–Un reciente estudio publicado en la revista “Nature Communications” señala que la infección por SARS-CoV-2 puede reducir el número de especies bacterianas en el intestino de un paciente, y la menor diversidad crea un espacio para que prosperen los microbios peligrosos. Supongo que no le sorprende.

–No, sin duda. El tracto gastrointestinal tiene una alta concentración de receptores celulares para la entrada del SARS-CoV-2, que causa permeabilidad intestinal e incluso puede permanecer en los intestinos causando inflamación durante meses después de la infección. Hay varios estudios que demuestran disbiosis, o cambios en la composición bacteriana, en los pacientes de COVID, tanto en la fase aguda como persistente. De hecho, en mi laboratorio encontramos asociaciones entre cepas específicas de bacterias y la gravedad de la enfermedad. También asociaciones con grupos de edad, u otras condiciones como la obesidad y sexo, o si los pacientes habían sido tratados con antibióticos durante el período de hospitalización. El siguiente paso es establecer una correlación entre las bacterias que se asocian a los síntomas persistentes de COVID para buscar potenciales tratamientos que modificando la microbiota intestinal en estos pacientes. Actualmente tenemos una investigación clínica en pacientes de alzhéimer que han pasado la COVID, junto con grupos controles que no se han infectado. Analizaremos cómo ha cambiado la microbiota en ambos grupos, y si estos cambios tienen una asociación con la aceleración de los procesos neurodegenerativos y los síntomas de COVID persistente.

–¿En el futuro podremos disponer de una secuenciación de nuestro microbioma para predecir enfermedades o riesgos?

–Sin duda alguna, secuenciar la microbiota será un análisis clínico rutinario en la medicina de precisión del futuro. Y no solo se utilizará como diagnóstico o para predecir el riesgo o la gravedad de ciertas enfermedades, sino también para inducir modificaciones que puedan favorecer que los tratamientos de inmunoterapia o farmacológicos sean más efectivos.

–Las nanopartículas lipídicas, como las que se utilizan en las vacunas de ARNm contra el COVID, ¿se podrán utilizar para hacer llegar tratamientos al cerebro, como fármacos contra el alzhéimer?

–Sí, me encanta esta pregunta porque actualmente es una de las líneas de investigación que tenemos en el laboratorio más atractivas. Estamos usando nanopartículas lipídicas que no solo llegan a las regiones dañadas del cerebro, sino que podemos dirigirlas a células específicas y liberan medicamentos a concentraciones adecuadas para reducir los daños e inducir una recuperación del deterioro motor o cognitivo en modelos animales de alzhéimer o de traumatismos cerebrales. Dentro de todo lo malo, sin duda la pandemia también nos ha dejado muchas enseñanzas y avances científicos, y entre ellas ha definido la vía más óptima para administrar los medicamentos, lo que es fundamental para conseguir una mayor eficacia y mejor toxicidad de los fármacos, tal y como se ha demostrado con las vacunas de ARN contra COVID. Esta tecnología permitirá dar pasos gigantescos en los nuevos tratamientos haciéndolos más eficaces, especialmente los neurológicos u oncológicos; por lo tanto, en la cura de enfermedades que no tienen un buen pronóstico actualmente.

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