Me inicié al periodismo en deportes, por lo que mi carrera ha ido desde entonces cuesta abajo. Recogía cada domingo las crónicas futbolísticas del Manacor, donde jugaban un Nadal I, Nadal II, Nadal III,... espero no dejarme a ninguno. Solo estaban matizados por un tal Pastor. Bromeábamos que una generación más adelante, el equipo alinearía un solo linaje, del uno al Nadal XI.

En un suspiro, uno de esos Nadales saltó al Real Mallorca, y ya me perdonarán que haya olvidado su numeral. Lo vi jugar por primera vez en una final de Copa en el Santiago Bernabéu, después de haber entrevistado en el Ritz a un Gil y Gil aterrorizado de enfrentar su Atlético a Miguel Ángel Nadal. Quedé impresionado, todo el campo se inclinaba al paso del mallorquín, solo he presenciado algo parecido en el Christian Vieri que nos aplastó en Birmingham.

El Mallorca se le quedó corto a un mallorquín de quien Cruyff comentaba a los jugadores del Barça antes de contratarlo:

-¿Por qué saltan para disputarle un balón aéreo a Nadal? Ustedes se cansan y él se lo lleva siempre.

Podemos alargar la enumeración de glorias pasadas, pero ustedes se preguntan ahora mismo por qué hablamos de Miguel Ángel, existiendo un Rafael Nadal. O un Toni Nadal, que es el Nadal para los intelectuales, la intelligentsia siempre ha admirado más su discurso filosófico que los Grand Slams de su sobrino y discípulo.

Aplicamos simplemente la estrategia de armarse de argumentos colaterales, antes de conceder la categoría de asunto de estado a uno de los 250 natalicios que se producen cada minuto en el planeta. Tratándose de la familia Nadal, no ha nacido un niño. No es aventurado señalar que será otro campeón, basta con mantener un mínimo de confianza en la estadística.

De momento, el neonato le disputa el protagonismo al padre icónico, con un dato adicional. La primera juventud tiene un peso aplastante en la biografía de Rafael Nadal. Fue el pirata desvergonzado que asaltaba el trono de Ferrero, Federer o Moyá. Dos décadas después, mantiene la imagen de adolescente descuidado incluso en el vestuario de Nike.

El padre de la tercera generación de campeones ha llegado al punto en que sabe que nunca igualará las experiencias que ahora disfruta. De ahí que contemple la continuidad biológica y la deportiva en Carlos Alcaraz, suponiendo que no sean lo mismo, con una cierta perplejidad teñida de trepidación. No ha luchado durante veinte años para envejecer. Creía haber sometido a la cronología, pero el entorno le muestra el reloj. El mito Rafael Nadal no se siente lo suficientemente mayor para tener un sucesor, aunque lleve su ADN.