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Historia

En Barcelona también hay pirámides (aunque pocas)

El historiador Oriol Pascual recorre la huella que la fascinación por la milenaria cultura del Nilo ha dejado en la ciudad desde el siglo XVIII

Uno de los dos edificios con pantalla piramidal, obra de Antonio Ginesi, que flanquean la entrada principal del cementerio de Poblenou. ELISENDA PONS

En 2016, durante unas obras en la basílica de Sants Just i Pastor se encontró, oculta detrás una escalera tapiada en 1923, un arca de la alianza de madera dorada y con motivos egipcios que hizo despertar la imaginación de más de uno en busca de explicaciones, cómo poco, masónicas sobre su existencia. El estudio y los archivos del templo dieron con la razón de tan extraño elemento: era parte de la ornamentación que antaño decoraba el templo durante la Semana Santa. A finales del XIX, la tradición mandaba recorrer las principales iglesias de Barcelona -desde la catedral a Santa Maria del Pi pasando por Santa Maria del Mar, la Mercè y Sants Just i Pastor- durante el Jueves y Viernes Santo para conmemorar la Última Cena y la muerte de Cristo. De manera que los templos rivalizaban entre sí con la ornamentación de sus altares mayores. Así, no es de extrañar que desde la basílica, en 1876, se le encargara al arquitecto Josep Maria Vilaseca dicha arquitectura efímera. 

El arca de la alianza que Josep Maria Vilaseca diseñó para el altar mayor de Sants Just i Pastor, en 1876.

Moisés, al estilo de los faraones

El hecho de que los motivos que decoran el cofre sagrado bebieran del Antiguo Egipto –Moisés ataviado con el típico tocado de los faraones, columnas fasciculadas, jeroglíficos, y capiteles lotiformes– también tiene una explicación razonable: la fascinación que en el siglo XIX recorrió Europa por la milenaria civilización del Nilo, fiebre a la que la ciudad no fue ajena. La pieza ya no se saca al culto pero permanece a buen recaudo en el templo. Pudo verse en 2021 en una exposición dedicada a la egiptomanía en el Museu Etnològic y volverá a mostrarse en público el próximo día 19, en la basílica, con motivo de la presentación del libro Barcelona i l’antic Egipte (Viena edicions), en el que el historiador Oriol Pascual recorre todos los rastros de tal seducción.

Seducción pero no pasión 

Vaya por delante que hubo (y hay) atracción pero nada comparable con lo vivido en otras latitudes como Francia o Inglaterra donde la decoración del espacio público o privado con obeliscos, pirámides u otra imaginería egipcia se vivió (y se vive) con más frenesí que por estos lares. El interés por el país del Nilo empezó en los círculos de la ilustración y se disparó con la campaña de Napoleón en Egipto, un punto de inflexión, para llegar al cenit a finales del XIX con la inauguración del Canal de Suez, el estreno de la ópera ‘Aida’ y el nacimiento de la Egiptología. Y continuar durante el siglo XX con el descubrimiento de la tumba de Tutankamón y la popularización a través de la cultura de masas de todo aquello con una patina faraónica, llámese Cleopatra o Nefertiti. Lo dicho, aquí hubo (y hay) seducción pero no pasión, pues la historia y las circunstancias han proveído una mirada más africanista que egipcia. 

La discreta pirámide de Can Sabaté

Si se empieza por el final, por la actualidad, es imposible encontrar en Barcelona una pirámide como la del Louvre de París o la gran Pyramid Arena de Memphis. Aquí la cosa se resuelve con la discreta pirámide del parque de Can Sabaté, en la Marina del Port, de 2,4 metros. Hubo una posibilidad, en 2019, cuando el promotor y actor egipcio Mohamed Ali presentó un proyecto faraónico, que acabó en nada, con pirámide de cristal incluida para la antigua central térmica de Sant Adrià de Besòs. En tiempos más pretéritos, las primeras muestras de neogipcio en la ciudad hay que ir a buscarlas al siglo XVIII, con los vasos canopos del Laberint d’Horta. En medio, otras construcciones interesantes, pero pocas, algunas en pie y otras desaparecidas. 

Una pirámide decora el parque de Can Sabaté, en Barcelona.

El cementerio de Poblenou

Entre estas últimas, el túmulo funerario con forma de pirámide, levantado con vocación de efímero en Santa Maria del Mar para las exequias de María José Amalia de Sajonia, tercera esposa de Fernando VII, en 1829. Y entre las que se conservan, más arquitectura funeraria. La principal, la fachada del cementerio del Poblenou (1840) con dos construcciones mellizas con pantalla piramidal flanqueando el pórtico monumental. También se mantienen, en este caso en el cementerio de Montjuïc, infinidad de mausoleos erigidos por la burguesía para conservar poder y riquezas en el más allá, los hay con forma piramidal, de pilono y de obelisco. 

El monumento de Rius i Taulet con forma de obelisco y con un pilón por base. ELISENDA PONS

Observatori Fabra

Pero lo dicho, la pasión por el Antiguo Egipto no se vivió con tanta intensidad en Barcelona como para dejar palacios o casas construidos con está estética pero sí dio para levantar la fachada del Observatori Fabra a la imagen y semejanza de las puertas pilonas de los templos egipcios y sirvió, también, para introducir los elementos que definen gran parte de la estatuaría que empezó a levantarse en el siglo XIX para mayor gloria de los prohombres de la ciudad: el pilón (una pirámide truncada), la gola de cavete (una cornisa cóncava muy presente en las construcciones de la civilización del Nilo) y el poderoso obelisco. De ejemplos de pilones y golas de cavete hay muchos, y como muestra de la suma total: el monumento de Rius i Taulet, en la entrada del parque de la Ciutadella.  Y ¿esfinges? También hay una, en el parque de Torreblanca en Sant Just Desvern.

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