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Historia humana

La abuela brigadista quiere dejar de vivir

Teresa Tuñón, quirosana afectada de cáncer de esófago y que ha visto morir a tres de sus siete hijos, reclama la eutanasia: "Esto es un sufrimiento; no puedo hacer nada y dicen que puedo durar siete años" | Hace dos décadas, las asturiana ejerció de escudo humano en Irak

María Teresa Tuñón Álvarez, ayer, en su casa de Bárzana (Quirós). Roberto F. Osorio

María Teresa Tuñón Álvarez. 87 años. Viuda desde los 47. Madre de siete hijos, de los que tres han fallecido. Hace dos décadas, ejerció como escudo humano en Irak frente a las tropas de Estados Unidos. Fue profesora de Formación Profesional, concejala de Izquierda Unida y bloguera. El pasado mes de mayo le diagnosticaron un cáncer de esófago. Da su vida por concluida.

–Esto es un sufrimiento. No puedo hacer nada. Prácticamente no me tengo de pie. Sí que me puedo levantar agarrándome a los sitios para ducharme. Pero aguanto de pie o sentada muy poco tiempo, y ya tengo que volver otra vez a la cama. Aparte, tengo dolor. Es un sufrimiento total y absoluto. Dicen que puedo durar siete años. De este cáncer que yo tengo hay dos tipos, y el mío es el que tarda más tiempo.

Vive en el centro de Bárzana de Quirós. Una casa pequeña de dos plantas, sin ascensor, al borde mismo de la carretera general. Su habitación está arriba. Atiende a La Nueva España acostada en su cama.

–Yo sabía que existía la eutanasia, claro, y que estaba aprobada, pero no sabía qué trámites había que hacer. El médico de aquí me facilitó el impreso. Y una amiga me habló de la asociación Derecho a Morir Dignamente, me puse en contacto con ellos y están tratando por todos los medios de agilizar los trámites, que son tan lentos que es imposible poder resistir. Puedes tardar 50 días. Eso, si no te lo deniegan, que puede suceder.

–¿Está recibiendo tratamiento paliativo?

–Lo que me dan: parches de morfina y creo que nada más. Tengo dolores todo el día. El dolor en la zona del estómago es continuo, y me traspasa hasta atrás. Hombre, no es muy intenso, pero es un dolor continuo, continuo, continuo...

–¿Qué le dicen sus hijos?

–Mis hijos están de acuerdo en que termine con el sufrimiento lo antes posible. A ver, ¿quién quiere ver a una persona sufrir? Están totalmente de acuerdo.

–¿No se ha planteado que pueda tener algo de depresión?

–No, no tengo depresión. Nunca la tuve y ahora no la tengo.

En la pared de la habitación de Teresa Tuñón hay muchos cuadros y dibujos. Y también un retrato del Ché Guevara:

Soy una admiradora del Ché, por supuestísimo. Ya jubilada, hice viajes a 35 o 36 países. Bolivia fue impresionante por el Ché. Su vida me pareció fascinante. En la India estuve cuatro meses. En China, un mes. En Marruecos estuve de cooperante con una ONG. Últimamente, pasaba los inviernos en Marruecos, porque como aquí hace tanto frío... Pero luego me vine, porque a mi hija se le agravó el cáncer que tenía, y estuve aquí con ella los tres últimos años y en los meses de agonía, complaciéndola en todo lo que podía.

Teresa Tuñón desgrana su vida. Una existencia con pocos capítulos convencionales. Conviene remontarse a los inicios. Nació en Arroxo, el 20 de marzo de 1935, y pasó una infancia "feliz" en la casona La Pachuca.

–Mis padres tuvieron una confitería en Bárzana. Mi abuelo, Jenaro, y mi bisabuelo, Pedro, eran maestros. Los dos dieron clase en la misma escuela durante 100 años: uno 60 y otro 40. Pedro dio clase al que luego fue San Melchor de Quirós. Mi madre murió con 101 años. Era una mujer genial.

La vida de esta quirosana ha tenido varias fases no exentas de emociones y sacrificios. Habla despacio con una espléndida dicción. Se emociona en algunos momentos de su relato.

–De pequeña, estudié. Cuando tenía 17 años, me surgió trabajar en Viajes Meliá, en Oviedo, de administrativa. Pero a los 19 me casé, y entonces dejé de trabajar y de estudiar. Mi marido fue secretario de juzgado interino, y fuimos a vivir a Galicia, porque allí había más juicios y se ganaba un poco más de dinero. Después empezó a trabajar en Ensidesa y nos trasladamos a Avilés.

La segunda etapa vital comienza cuando Teresa Tuñón tenía 45 años:

Mi hijo pequeño ya tenía 12 años, y decidí que tenía que terminar los estudios. Volví a una academia, terminé el peritaje e hice la reválida. Me examiné en Empresariales. Cuando bajaba a coger el Alsa, se me saltaban las lágrimas de la emoción de, con 46 años, haber aprobado los estudios. Entonces me enteré de que podía dar clase en FP, hice las oposiciones y estuve dando clase en Grado. Al año siguiente de las oposiciones, se murió el padre de mis hijos, ellos iban siendo mayores, tenían cada uno su vida y yo pedí para Andalucía. Y estuve en Almuñécar (Granada) hasta que me jubilé. Fui profesora en Formación Profesional de Administrativo.

Una vez jubilada, retornó a Quirós, a la casa en la que ahora vive: "Era de mis abuelos paternos. Era entera, yo tengo la mitad. Y trato de conservarla en la medida de lo posible como era".

Pero no iba a ser la jubilación un periodo de inactividad. Militante de Izquierda Unida, fue concejala en Grado con José Sierra como alcalde. Cuando, a raíz de los atentados del 11-S, Estados Unidos invadió Irak, Teresa Tuñón adoptó una decisión drástica:

–Me pareció tan absolutamente espantoso que Estados Unidos, porque le daba la gana, con la ayuda de Blair y de Aznar, fuera a invadir un país, así porque sí, para robar, que me fui para allá de escudo humano, de brigada o como quieras llamarlo. Fueron 21 días debajo de las bombas.

Teresa Tuñón narró esta experiencia en un libro titulado "Diario de una abuela brigadista en Irak" y en el documental "Apuntarse a un bombardeo", dirigido por Javier Maqua. También ha alimentado el blog "abuelabrigadista.blogspot.com".

–Estando en Irak, con las brigadas, me enteré de que se había muerto mi hijo. Se suicidó. En ese momento, empecé a morir. Y, cuando llegué, a los tres meses se murió otro de un infarto. Desde entonces, mi vida era como estar muerta en vida. Lo que pasa es que, por aparentar una tranquilidad, una apariencia de normalidad, me lo fui tragando todo. Ahora, este mes de agosto, va a hacer un año que se murió una de mis hijas, de cáncer. Mi princesa. Eso ya fue la puntilla. Ahí ya se acabó: dejé de salir de casa, dejé de hacer todo. Se conoce que todo el esfuerzo que había hecho de aparentar una normalidad cuando se murieron los otros, de seguir viviendo más o menos normalmente, porque en el interior estaba muerta totalmente... pues al llegar ahora este último fallecimiento no pude más. Fue ya la gota que colmó el vaso. Y luego apareció el cáncer...

Fue el pasado mes de diciembre cuando Teresa Tuñón percibió los primeros síntomas del tumor que sufre.

Es un cáncer de esófago que no tiene cura. Soy poco aficionada a ir al médico, no me gusta. Me lo diagnosticaron en mayo. Me costaba trabajo tragar la comida, y entonces iba comiéndolo en puré. Un día que no pude ya ni tomar el desayuno, fui al médico, me mandó a urgencias del HUCA y me dijeron que tenía que quedar ingresada, y que no tenía solución. Un cáncer de esófago, y además de los que duran mucho tiempo. Me pusieron un stent, pero no puedo tomar nada más que líquidos y purés. O sea, no puedo comer otra cosa.

Teresa Tuñón ha dejado de vivir sola:

–Ahora ha venido conmigo una hija mía que ya está jubilada. Porque yo sola, imposible. No me mantengo de pie más allá de dos minutos. Para ducharme tengo una banqueta y unas barras, y de momento voy arreglándome sola.

Dice que nunca supo lo que era aburrirse. Ha cultivado varias aficiones: cerámica, dibujo, pintura... Pero ahora, desde su postración, demanda un desenlace rápido:

–A ver, tengo una vida vivida totalmente. Siete hijos. Ocho nietos. Cuatro biznietos. Una vida en la que hice más o menos lo que me apeteció y sin ninguna cortapisa y sin importarme lo que otros dijeran de mí. Viajé sola. Y ahora ya no tengo vida. Es que ni comer siquiera, que es lo que a los viejos nos queda de placentero. Ni comer un bocadillín de tocino, una rajina de chorizo. Ni eso, ni eso... No, no, para mí, mi vida está totalmente terminada. Lo que pasa es que tienes que pelear con la burocracia, que yo no lo entiendo. Si uno decide que su vida se terminó, y que eres dueño de tu vida... No es un capricho, es algo evidente, son pruebas médicas. A veces me dan ganas de tirarme por la ventana o de cualquier cosa. Tengo aquí una navaja [la saca de la mesita] y me dan ganas de clavármela montones de veces. Pero si vienen y me encuentran así...

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