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Emergencia social

Ancianos que viven entre la mugre: "Es que no tengo a nadie"

Esta es la historia de una mujer de 77 años, vecina del Eixample de Barcelona - Vive en condiciones insalubres, pero se niega a ir a una residencia de la tercera edad - Una casuística "habitual" que se encuentran los trabajadores de las emergencias sociales de la ciudad

Yanira Bedmar y Javier Martínez, dos técnicos del CUESB, atienden a Antonia en piso en el Eixample. Ferran Nadeu

La llamada de alerta llega a las 13.30 de la mañana. Pero la historia de Antonia se remonta mucho antes. A los años 60, cuando dejó Cádiz buscando trabajo en Barcelona. Hace cinco falleció su hija. Es, probablemente, el desencadenante que lo aceleró todo. La mujer vive en un piso repleto de mugre, completamente sucio y está absolutamente desatendida. Sus pertenencias están amontonadas en las habitaciones y los objetos personales están tirados por todos los lugares. "Es que no tengo a nadie", responde Antonia. Se niega a ir a una residencia y cree que la tarea de los servicios sociales en su casa es una pérdida de tiempo. Esta es una de las emergencias sociales más habituales que se encuentran los técnicos del CUESB (el Centre d'Urgències i Emergències Socials de Barcelona), personas mayores en situaciones de desamparo enorme en medio de una ciudad que vive indiferente a sus vidas.

La primera alerta la manda un trabajador social de los Servicios Sociales del Eixample. Antonia había sido hospitalizada en un centro sociosanitario después de caerse en casa. El lunes 16 de mayo volvía a casa de nuevo, y recibía la visita de este trabajador. Llama desesperado. "¡Acaba de aceptar que necesita ir a una residencia, tramitadme una de urgencia!", implora. Tras un debate interno, los trabajadores del CUESB prefieren visitarla y catalogar la situación. "Si siempre ha sido reticente, en cuanto llegue allí querrá irse", justifican. La visita se programa para esa misma tarde a las 19.20 de la tarde. Se encargan del tema Yanira Bedmar, trabajadora social, y Javier Martín, integrador social. "Creo que el caso será bastante complejo... A ver si la convencemos de ir a la residencia", aspira Martín.

Ardua tarea

Solo llegar ya se intuye que la tarea será intensa, y complicada. Antonia les abre la puerta de par en par, lo que transmite un fuerte hedor a orín desde el rellano. "Hola cariños", les saluda. Está sentada en una silla de ruedas desgastada. Tiene los dedos hinchados y los pantalones manchados de un color ocre mugriento. Las baldosas son hidráulicas. Pero están llenas de polvo y barro. "Señora siéntese bien que se va a caer de la silla", le advierte Martín. Ella, sentada en medio de la silla, se niega a moverse un centímetro. "Así me manejo bien". Con la ayuda de su bastón y sus pies se va moviendo por el lugar para tratarles de demostrar que vive bien sola.

Las paredes, pintadas de colores, tienen salpicaduras y restos de insectos pegados. "¿No estaría mejor en una residencia?", tantea Bedmar. "Ya vengo de una y todo me da miedo de allí. Te ponen pañales para no llevarte a orinar, la comida está mala, me levantaban con una grúa y luego me dolía todo el cuerpo. Y además está lo del covid. Allí se mueren todos", explica. De camino a su habitación está la cocina. Una bombilla ilumina un grifo lleno de cazos sucios. Y al abrir la nevera hay comida podrida. La sábana del dormitorio está completamente manchada, y reposan en ella pañales con bichos. En el lavabo, la bañera está llena de sábanas. La mujer les muestra a los trabajadores que es autónoma para entrar y salir de la cama. Aunque eso demuestra que también tiene más manchas marrones en el glúteo.

Ancianos solos

"El problema es que las chicas que vienen no hacen nada y están muy poco tiempo. Es que desde que se murieron mi hija y mi hermano no tengo a nadie aquí", acepta al rato. Desde el sofá, lleno de objetos variopintos, reconoce también que ha resbalado en varias ocasiones. "Pero a la residencia no me llevéis", vuelve a insistir. A las 10, Martínez y Bedmar salen del domicilio. Les suplen dos compañeros de turno. Le traen ropa limpia y la lavan. "Esta señora no se puede quedar aquí", espeta a la una de la madrugada el integrador Mohamed Chair después de hacer la higiene. "El problema es que solo podemos tramitar plazas de residencia de emergencia involuntarias si las personas no están en sus cabales, y no es este el caso", le responde la jefa del turno.

La realidad de los ancianos solos es una de las realidades que más urgencias provoca en el CUESB. Unas vidas invisibles, aisladas, que pasan completamente desapercibidas por todo el vecindario. Sergi Tapia, un veterano trabajador que lleva 10 años trabajando en el CUESB, lo resume a la perfección. "Hace 10 años, salías del cine, veías una persona durmiendo en la calle y pensabas, estos son los que atendemos en el CUESB. Ahora sales del cine y piensas que la persona que puedes atender está contigo viendo la película. Vemos de todo, gente famosa que de un día a otro lo pierde todo... Mañana podrías ser tu. Quien sabe".

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