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Igualdad

Las mujeres, invisibles a ojos de la medicina

El estándar biomédico es el de un varón blanco, todo lo demás es tratado por el sistema sanitario como anomalía. Los laboratorios farmacéuticos evitan incluir a las mujeres en los ensayos clínicos, para abaratar costes, ni a embarazadas, como ocurrió con la talidomida

La enfermera Helena Herrero.

¿Cómo iba vestida? ¿Bebió? ¿Cerró bien las piernas? ¿Qué hizo antes y después de ser agredida sexualmente? ¿Pidió ayuda, gritó, se defendió, fue al médico? Los interrogatorios a las víctimas de delitos sexuales constituyen en muchas ocasiones un cuestionamiento del comportamiento de la mujer y una indagación sobre su vida sexual. La futura ley del “solo sí es sí” modificará el Código Penal y convertirá el consentimiento en la clave del proceso judicial, ¿pero logrará este cambio acabar con el escrutinio y la revictimización?

Expertas juristas valoran como un avance el cambio que traerá la ley de garantía integral de la libertad sexual, pero piden que el Parlamento mejore la definición del consentimiento y alertan de que su éxito a la hora de evitar la victimización secundaria de las mujeres dependerá de la interpretación y aplicación que jueces, fiscales y otros actores jurídicos hagan de la norma. En esto, la formación para erradicar estereotipos de género resultará crucial.

La modificación planteada del Código Penal supondrá un cambio de paradigma que castigará como agresión toda conducta sexual que no cuente con el consentimiento de las personas implicadas, será necesario el sí. La ley orgánica de garantía integral de la libertad sexual pasará de un sistema que exige demostrar que la víctima se negó y resistió a otro que requerirá un consentimiento afirmativo y que acaba con la distinción entre abuso y violación.

“Parece que si la mujer no decía que no, había que presumir que se había dado ese consentimiento. En otras palabras, el mensaje transmitido era que las mujeres se encuentran disponibles para las relaciones sexuales salvo que se demuestre lo contrario, esto es, salvo que se demuestre que se oponen a la relación sexual de manera clara y terminante (resistencia activa)”, explican desde la Asociación de Mujeres Juezas de España (AMJE).

La musicóloga Laura Viñuela. Marcos León

La asociación denuncia que “este mensaje resulta absolutamente intolerable en una sociedad moderna y democrática, que protege la libertad de las mujeres como derecho fundamental” e insiste en la necesidad de legislar acotando un concepto claro del consentimiento que evite interpretaciones judiciales discriminatorias para las mujeres.

Por tanto, hoy las víctimas de violación han de demostrar que se negaron a tener relaciones sexuales y que sufrieron violencia o intimidación para que el agresor sea condenado por agresión sexual y no por abuso. Esto, en la práctica, ha llevado a las víctimas a sentirse juzgadas y culpabilizadas por “un proceso judicial que sigue actuando con un binomio machista de que las mujeres o son víctimas o son culpables”, explica la abogada de la Asociación de Asistencia a Mujeres Agredidas Sexualmente (Aadas), Nahxeli Beas.

Casos como las violaciones grupales de Manresa y de los Sanfermines han evidenciado la estrategia de apretar a las víctimas durante los interrogatorios para detectar contradicciones y confirmar su relato, el cuestionamiento del comportamiento sexual de la mujer, la exigencia de heroicidad para acreditar una agresión y los estereotipos y sesgos cognitivos en los operadores jurídicos. Una forma de proceder que provoca victimización secundaria. El propio Tribunal Supremo ha alertado de que existe una “errónea y censurable concepción de cómo ha de ser una víctima” de los delitos sexuales “influida por caducos y erróneos estereotipos de género”.

Cuando el Parlamento le dé el visto bueno, la ley orgánica de garantía integral de la libertad sexual castigará como agresión sexual cualquier atentado contra la libertad sexual de otra persona sin consentimiento. “Solo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”. Esto supondrá pasar de preguntar a la víctima cómo se resistió a interrogarla sobre si consintió y cómo lo hizo, precisa la magistrada del juzgado de violencia sobre la mujer de Castilla-La Mancha, Cira García.

La directora de la Fundación Mujeres, Marisa Soleto, denuncia que en España se han producido sentencias y votos particulares sobre casos de violencia sexual “vergonzantes” y que la justicia no ha dado una respuesta adecuada a las víctimas. “Colocar el consentimiento en el centro y esos eslóganes del ‘solo sí es sí’ tienen que tener una traducción penal y en el marco del procedimiento criminal que garantice que se deja de preguntar a las mujeres por su comportamiento heroico en el marco del delito contra la libertad sexual y quizá se empiece a preguntar a los agresores si hicieron lo suficiente para obtener el consentimiento”, aseveró Soleto ante la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados.

Para la presidenta de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, María Ángeles Jaime, la nueva legislación contribuirá a que se evite la victimización secundaria y hará que “no se cuestione permanentemente si la mujer es víctima o no”. Ahora bien, Fundación Mujeres y Themis señalan que habrá que esperar un par de años para empezar a ver su aplicación real.

Las diferencias entre los cuerpos de hombres y mujeres son evidentes y, sin embargo, salvo en lo que afecta a su genitalidad y su aparato reproductivo, la medicina no discrimina entre unos y otros en diagnósticos ni tratamientos. No ha sido hasta hace unos años cuando en ciertos ámbitos sanitarios se empezó a reparar en que hombres y mujeres manifestaban síntomas distintos para las mismas enfermedades y en que los medicamentos también podían tener efectos dispares según se administrasen a uno y otro sexo: lo que era inocuo para unos podía acarrear serias consecuencias para las otras.

El estándar biomédico generalmente aceptado corresponde a un hombre blanco, de edad media, de unos 70 u 80 kilos de peso. Se ha dado por supuesto durante siglos que las mujeres y las personas de otras razas pueden acomodarse a él, aunque hay sobradas pruebas de que no es así. La avilesina Helena Herrero es enfermera, trabaja en el Instituto Social de la Marina, milita en la asociación “Amamantar” y participa en la RedCAPS (Centro de Análisis y Programas Sanitarios), una red de mujeres profesionales de la salud. Se ha formado en salud y género en la Escuela Nacional de Sanidad y en la Universidad Rey Juan Carlos. Explica que no hace falta echar la vista muy atrás en el tiempo para constatar que la falta de perspectiva de género en la medicina puede tener consecuencias imprevistas e indeseadas para las mujeres. “En el desarrollo de las vacunas contra el covid el modelo de investigación que usaron las multinacionales fue ese estándar masculino. Luego se vio que los efectos de las vacunas eran diferentes en mujeres y hombres”, señala. Los médicos verificaron cambios en el ciclo menstrual femenino y un mayor riesgo de trombosis.

En lo que se ha dado en llamar “androcentrismo médico”, refiere Herrero, “la voz de alarma saltó en la cardiología, porque las mujeres no presentan los síntomas diana que identifican un infarto en un hombre. La primera fue la Sociedad Internacional de Cardiología, y luego pasó lo mismo con otros problemas médicos: la hipertensión, la diabetes, los problemas respiratorios…”. “El estándar biomédico es el de un varón blanco, todo lo demás es tratado por el sistema sanitario como anomalía”, sostiene.

Hay un libro que citan todos los que se han acercado a la medicina y la farmacología desde la perspectiva de género. Se trata de “La mujer invisible”, publicado en 2020 por la periodista y activista británica Caroline Criado Pérez, un ensayo en el que analiza como la gestión de los datos y la información refuerza la supremacía masculina en todos los ámbitos de la vida. Uno de los capítulos más interesantes es el que dedica a la medicina. Criado Pérez desarrolla esa idea de que “los médicos se han centrado en lo masculino como norma y todo lo que queda fuera de ella se considera atípico o incluso anormal” y se remonta a la antigua Grecia para emprender su argumentación. Para los contemporáneos de Aristóteles el cuerpo femenino era “un cuerpo masculino mutilado y la hembra humana era el macho vuelto hacia adentro”, así que los ovarios eran los testículos femeninos y el útero el escroto de las mujeres.

Caroline Criado Pérez descubrió que, por razones económicas, los laboratorios farmacéuticos no incluían a las mujeres en los ensayos clínicos, ni siquiera en enfermedades más prevalentes en ellas, y es notorio que en los prospectos no se desglosan los efectos secundarios de un fármaco por sexos. Tampoco es habitual estudiar los efectos de los medicamentos en las mujeres embarazadas, por abaratar costes. Una de las consecuencias más trágicas de esa dejadez fue el nacimiento de miles de niños con graves deformaciones en los años 60 a causa de la administración de talidomida a sus madres.

La historia de la medicina está llena de ejemplos de cómo se ha obviado a las mujeres. “En 2003 se desarrolló un corazón artificial que se presentó como revolucionario y que era demasiado grande para ser implantado en el tórax de una mujer”, cuenta Criado Pérez en su libro. Los riegos en la implantación de un marcapasos son mayores para las mujeres que para los hombres y mientras el ejercicio de resistencia se desaconseja a los hombres con hipertensión en las mujeres ha demostrado ser muy beneficioso. Durante años se pensó que el autismo era cuatro veces más común en los niños, hasta que alguien reparó en que las pautas de socialización femenina contribuían a enmascarar los síntomas de las niñas.

En 2016 el British Medical Journal hizo público un estudio según el cual las mujeres jóvenes tenían casi el doble de probabilidades de morir en un hospital que los hombres de la misma franja de edad.

La medicina ha menospreciado el dolor de las mujeres y no sólo se trata de la violencia obstétrica, también de la endometriosis, una enfermedad que afecta a una de cada diez mujeres y que puede acarrear problemas de fertilidad; de la dismenorrea o dolor menstrual, que puede alcanzar la intensidad de un infarto y para la que no hay ningún tratamiento específico, y del síndrome premenstrual, que sufre en mayor o menor grado el 90 por ciento de las mujeres. Pérez Criado afirma que “hay cinco veces más estudios sobre la disfunción eréctil que sobre el síndrome premenstrual” y Helena Herrero dice que “mientras la hipertrofia benigna prostática se diagnóstica en meses, una mujer tarda cinco años de media en recibir el diagnóstico de endometriosis”.

La misma razón parece estar detrás del mayor consumo de ansiolíticos y antidepresivos entre las mujeres. Las mujeres tienen dos veces y media más probabilidades que los hombres de tomar antidepresivos y eso a pesar de que es más común que los hombres manifiesten síntomas de depresión en las consultas médicas, según un informe sueco que refiere Criado Pérez. Los médicos y profesionales sanitarios tienden a quitar importancia al malestar físico de las mujeres y cuando se encuentran ante un caso de diagnóstico complicado no es raro que lo atribuyan al estado mental o anímico de la paciente.

Otro gran referente en el análisis de la medicina desde la perspectiva de género es la española Carme Val Llobet, médico especialista en Endocrinología y autora de “La mujer invisible en la medicina”, un libro reeditado el año pasado. Val Llobet sostiene que “los síntomas de las mujeres se han mantenido encubiertos como demandas psicosomáticas o como problemas psicológicos, es decir, invisibles para la medicina” y cuestiona que “en un mundo que se dice científico, la medicina ha olvidado los problemas de la mitad de la población” y que “haya medicalizado todas las etapas naturales de la vida de las mujeres”.

El último informe de la Junta Internacional de Estupefacientes situaba a España, por segundo año consecutivo, a la cabeza internacional en el consumo de ansiolíticos y antidepresivos y los dos tercios de los tratamientos se recetan a mujeres. Carme Val Llobet sube el porcentaje hasta el 85 por ciento de los psicofármacos se administran a mujeres. “En muchos casos la ansiedad y la depresión encubren unas condiciones de vida y trabajo opresora, una pobreza que se vive en silencio y una nula autonomía personal”, afirma Val Llobet.

Para hombres

La asturiana Laura Viñuela, consultora de Género, señala que la invisibilidad de las mujeres para la medicina tiene consecuencias incluso en el diseño de instrumental sanitario. “Las agujas hipodérmicas están pensadas para hombres y eso tiene consecuencias en la administración de los fármacos a las mujeres”, pone como ejemplo.

“Me aventuro a decir que no se trabaja la perspectiva de género en la medicina. Sería necesario introducirla desde que empieza la formación sanitaria. Además, más allá de nuestro sistema reproductor y nuestras diferencias fisiológicas, hay cosas que tienen que ver más con el software que con el hardware, con cómo nos comunicamos las mujeres, cómo socializamos y nos compartamos”, añade.

Helena Herrero considera que se ha emprendido el camino para reparar esas carencias, aunque aún hay mucho por recorrer. “El Observatorio de la Salud de la Mujer, que dirigió Concha Colomer, sigue ahí, pero por periodos está un poco agonizante”, comenta, y expresa sus buenas expectativas sobre las iniciativas del Ministerio de Igualdad. En Asturias, comenta, hay interés por parte de la Consejería de Salud en trabajar en ese sentido en colaboración con asociaciones de mujeres. “Confío en la oleada feminista que ha retomado este problema con cierta contundencia. La demanda existía, pero un poco silente. Las jóvenes, incluso mujeres más maduras, se han hecho más conscientes ahora de esta desigualdad y de que para superarla necesitamos hablar sobre ello y más recursos”, afirma.

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